El 23-F y la postura del Rey
Jesús Cacho
“Larga fue la noche, largas las horas de piedra pómez que ahora referiré porque yo, Manolo Prado, estuve allí para contarlo. Fui como un corresponsal en Zarzuela a quien oficialmente no le correspondía estar en palacio en momentos tan sumamente delicados. Se ha hablado en libros y crónicas de “golpe a la turca”, en imitación del golpe de Estado de Turquía en septiembre del 80, cuyo lema era “Ni democracia, ni Rey”. Se ha hablado también de “golpe primorriverista”, organizado por el sin embargo monárquico Milans del Bosch bajo el lema “Democracia no, Rey sí”. Y se ha hablado por igual de la famosa “solución Armada”, que habría sido pactada entre el citado con la falacia de la complacencia real, y que supuestamente habría contado con la bendición de los partidos políticos: un Gobierno democrático, pero presidido por el militar Armada en protección de la Constitución y la Corona, tercera vía en la que habrían convergido Armada y Milans. Tejero entraría en el juego de los fuegos artificiales de este golpe pretendidamente blanco, pero la operación sería incruenta como un merengue a petición expresa del Rey. La gente puede pensar lo que le venga en gana. Yo contaré lo que pienso, defiendo y vi en primera línea de combate a lo largo de aquella noche de estrellas fundidas del mes de febrero del 81. Y lo haré para clarificar la postura del Rey a toda costa”.
En poder de este diario figuran una serie de notas -algunas manuscritas, otras a máquina- procedentes del archivo personal de Manuel Prado y Colón de Carvajal (1931-2009), el que durante muchos años fuera mejor amigo del Rey Juan Carlos, además de administrador (“intendente real”) de sus dineros privados. Manolo Prado, fallecido en diciembre de 2009, dejó no pocos testimonios orales y aún escritos de sus vivencias en la Zarzuela al lado de la Familia Real. La polémica generada en torno a los dramáticos sucesos del 23-F llevó años atrás al aludido a remitir a un reducido grupo de amigos íntimos algunas de las notas que hoy obran en manos de este diario y con las que se ha podido construir este relato, sin duda del máximo interés para esclarecer unos hechos aún hoy cargados de interrogantes, cuando está a punto de cumplirse el 30 aniversario del famoso golpe. En la transcripción, y salvo excepciones puntuales, se han respetado escrupulosamente los apuntes personales tomados por Prado y Colón de Carvajal.
“Estoy en mi despacho del Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), junto a la clínica de la Concepción, en Madrid. Oigo unos golpes de nudillo en la puerta. Es el vicepresidente del ICI, López Schummer. Entre acalorado y confuso me suelta a bote pronto que la ETA ha entrado en el Congreso de los Diputados. ¿La ETA en el Congreso? Puse entonces en marcha mi pequeño y antediluviano transistor. Las noticias eran como un fuego cruzado de confusiones. Llamé directamente al Rey: “Señor, ¿qué está pasando? “Eso quisiera saber yo”, me contestó. Le pregunté qué quería que hiciera y me aconsejó que estuviera tranquilo en mi despacho. No le contesté que prefería estar nervioso en el suyo que tranquilo en el mío. Mi sólida relación con el Rey me permitía ciertas licencias, si así pueden llamarse, de modo que ni corto ni perezoso cogí mi coche. La Zarzuela no está lejos de la Clínica de la Concepción. Tejero había soltado su famoso “Se sienten, coño”, a eso de las 18,23 horas. Cuando entré en el despacho del Rey todos los relojes estaban dando en armónica sinfonía las 18,45. No saldría de allí hasta las seis y poco de la tarde del día siguiente”.
“El Rey estaba acorazado por sus allegados, caso del teniente general Valenzuela, Sabino Fernández Campo y Mondéjar, jefe de la Casa Real. Recuerdo a doña Sofía a su lado. El príncipe Felipe, todavía un niño, entraba y salía por las distintas estancias palaciegas como si estuviera jugando al escondite con algún amigo imaginario. En un saloncillo anexo al despacho del Rey se encontraban sus amigos Miguel Arias e Ignacio Caro -el gran compañero de navegaciones del monarca- con quienes esa tarde tenía planeado jugar al squash. De hecho, cuando Tejero entra en el Congreso pistolón en mano, el Rey estaba vestido con chándal. Al rato llegó el duque de Soria con la infanta Margarita, quienes hicieron compañía al Rey durante un tiempo”.
“Tengo orden de disparar… Pongan marchas militares”
“Sobre el controvertido episodio de RTVE, libros varios y múltiples tertulianos babosillos han querido ver todo tipo de tretas oscuras en la tardanza con que el Rey emitió a los españoles su famoso mensaje por televisión. Don Juan Carlos me pidió que llamara a Fernando Castedo, director general de RTVE a quien yo había tenido a mis órdenes en el ICI. Así lo hice. Muchos han querido desdecirme, pero fui yo quien le llamó, para decirle que el Rey quería hacer unas declaraciones en televisión por lo que solicitaba el envío de una unidad móvil. “Manolo, no sé de qué me estás hablando”, me espetó seco, “estoy ocupado y no puedo atenderte”. Me colgó a las malas. Aquello tenía un tufo más que sospechoso. Deduje que Prado del Rey estaba tomado por los militares, como así fue. Tres capitanes del Regimiento de Caballería Villaviciosa nº 14 entraron en las instalaciones con dos unidades, nueve jeeps, dos blindados y 35 hombres armados. Pasadas las 6,30 entraron en el despacho de Castedo. El capitán Merlo fue concluyente: “Tengo orden de disparar si no cumple mis instrucciones… ¡Pongan marchas militares!””
Entre la tropa se había extendido la mancha de aceite de que el Rey estaba al tanto de todo. Mondéjar le aclaró que el Rey no había programado ningún fiestorro cuartelero
“Entre tanto, Mondéjar pudo ponerse en contacto con Joaquín Valencia, a la sazón amigo y ex subordinado a su mando en Caballería. Le preguntó si andaba metido en todo aquel despiporre de militares que se movían de aquí para allá en apariencia sin orden ni concierto. La respuesta fue que sí, que fiesta había. Entre la tropa se había extendido la mancha de aceite de que el Rey estaba al tanto de todo. Mondéjar le aclaró que el Rey no había programado ningún fiestorro cuartelero. Valencia, contrariado, debió poner cara de póquer. Lo cierto es que al Villaviciosa 14 se le dio orden de retirada de Prado del Rey a una hora bien tardía, las 9 de la noche. Antes había vuelto yo a llamar a Castedo, quien me despachó a la siamesa: “No sé de qué me hablas, estoy ocupado…” Cuando al fin los militares desalojan Prado del Rey, de RTVE llaman a Zarzuela diciendo que una unidad móvil se dirige a palacio con Pedro Erquicia y Jesús Picatoste al frente. Debieron de venir a paso de caracol, porque llegaron pasadas las once y media de la noche a Zarzuela”.
“Ambos periodistas presentaron al Rey algo que le produjo urticaria: el video del Congreso con el memorable pero patético “Se sienten, coño” de Tejero y lo que siguió después, la llave yudoca a Gutiérrez Mellado y el metralleo indecente del Congreso, con los diputados escondidos tras sus escaños. El Rey ordenó que se destruyeran de inmediato aquellas imágenes que tanto daño iban a causar a España, pero ya era demasiado tarde, porque ya estaban circulando por todo el mundo. Al fin el mensaje del Rey pudo ser grabado. Antes se retiró unos minutos para vestirse con el uniforme caqui de Capitán General, dejando a Sabino en el puesto de mando, con la orden de escribir un borrador con palabras llanas y concisas. Había que ser claro como el agua. Pero a Sabino lo freían a llamadas y más llamadas, por lo cual me ofrecí a echarle una mano con la redacción del discurso. Así que acudí a su secretaria, Maribel, y continué redactando la nota que había iniciado el fiel colaborador del Rey. Pasado el tiempo, Sabino acabó reprochándome que yo me colgara la medalla de haber sido el autor del mensaje real. Quizá discutiendo algo infantilmente le dije que sí, que a mí me correspondía el copyright de aquel mensaje. Se hicieron dos copias por seguridad. Mientras el Rey, ojeroso y con semblante de palo, leía su tardío mensaje, la Reina, las infantas y el príncipe lo escuchaban sentados en un sofá cercano”.
“En Zarzuela se mascaba la tensión. Seguía el fuego cruzado de la confusión, la ventolera de todas las sospechas. Sobre el teniente general Gabeiras, jefe del Estado Mayor, se ha dicho que andaba metido en el tinglado, se ha insinuado de todo sobre él, pero, mientras yo, testigo ocular de lo ocurrido aquella noche, estuve en Zarzuela, no detecté ningún indicio que permitiera suponer que, en efecto, Gabeiras tenía metidos los pies en el barrizal. La noche seguía discurriendo con singular rareza, entre rápida y confusa, pero también a cámara lenta y como arrastrada por una suerte de aprensión difícil de describir”.
“Deja ya de joderme, Jaime”
“Llegó el momento crucial de llamar a las diferentes Capitanías Generales de aquella piel de toro donde no se sabía en qué lugar se estaba desafiando o no a la máxima autoridad representada por el Rey. Sabino actuó brillantemente ayudando a Don Juan Carlos a poner algo de orden en aquella ópera del caos. Estábamos en febrero del año 81 y las infraestructuras tecnológicas de hoy día no existían en aquella noche de locos de atar. Así que el Rey echó mano del teléfono, y con su propio dedo fue marcando el dial con los números de las distintas Capitanías Generales. Aquello parecía la ronda informativa del Carrusel Deportivo de la SER. El Rey pedía minuto y resultado a los distintos jerifaltes para probar su lealtad. En Baleares, el general Torre Pascual ni se le pone al teléfono. Granada, Burgos, Madrid y Canarias muestran su lealtad incondicional al Rey. En Valladolid, Barcelona y La Coruña hay respuestas evasivas”.
Se ha escrito que Milans acobardó al Rey acusándole de falta de cojones en aquella hora crucial en la cual se estaba supuestamente echando atrás. Fue todo lo contrario.
“En la tensión que aquella noche se vivió en Zarzuela hubo también momentos para el disparate. Ocurrió que un sobrino del capitan general de Sevilla Merry Gordon, a la sazón ayudante del Rey y también presente en Zarzuela en aquella noche memorable, nos dijo que no le extrañaría nada que su tío estuviera en ese momento junto al Parque de Maria Luisa con un whisky en la mano, subido en un tanque y arengando al Ejército con salivazos de salvapatrias. En efecto, Merry vestía esa noche de tanquista con gorra y uniforme legionario. La leyenda de su borrachera es en buena parte verdad”.
“La llamada del Rey a Milans en Valencia ha dado mucho de qué hablar sobre quién abroncó a quién. Yo cuento lo que vi y escuché. Se ha escrito que Milans acobardó al Rey acusándole de falta de cojones en aquella hora crucial en la cual se estaba supuestamente echando atrás. Fue todo lo contrario. El Rey llamó a Milans para que le confirmara si era verdad, como se había visto por televisión, que había sacado los tanques a la calle. Milans le dijo que sí. El Rey le ordenó que los dejara sin gasolina, porque él no había ordenado ni consentido tal medida. “Mételos en las cocheras de inmediato”, le conminó enérgico. He de decir que el Rey es persona espontánea que de vez en cuando echa mano del diccionario de tacos que recoge la Real Academia. “Deja ya de joderme, Jaime”, le soltó. Pude escuchar su bronca descomunal a Milans, por mucho que se haya dicho que fue al revés. Dicho lo cual, quien quiera desdecirme que lo haga. ¿Y el general Armada? ¿Qué estaba pasando con Armada…?”
“¿Dónde estaba el pájaro? ¿En qué nido aguardaba su hora o, mejor dicho, su deshora, el general Alfonso Armada? En un momento dado de aquella inacabable tarde del 23-F, llena de momentos de gran confusión, en Zarzuela se recibió una llamada del general Armada para preguntar al Rey si deseaba que acudiera a palacio. Don Juan Carlos le dijo que no hacía falta y que siguiera en Madrid en su puesto en el Estado Mayor del Ejército, a las órdenes del general Gabeiras. Más tarde, el Rey no quiso hablar con Armada ni escuchar su propuesta, pero al final lo hizo y, encolerizado, terminó arrojando el teléfono al suelo. Sabino intentó razonar con el propio Armada, pero el susodicho andaba envuelto en lo que he leído que han dado en llamar “la reconducción de la reconducción”. El caso es que se presentó patéticamente en el Congreso a tratar el asunto con Tejero, pese a la desautorización del Rey”.
El Confidencial publica hoy la segunda parte de la personalísima descripción efectuada por Manuel Prado y Colón de Carvajal, el que fuera administrador privado del Rey durante dos décadas y su mejor amigo durante las tres últimas, sobre los sucesos del golpe de Estado del 23-F, relato fielmente reconstruido a partir de las notas del propio Prado que obran en poder de este diario. Manolo Prado, testigo de excepción en la Zarzuela durante casi 24 horas, compara el 23-F con “la etiqueta negra de un whisky amargo, muy mal destilado” y lo juzga “uno de los mayores manchurrones de la historia reciente de España”. Como el lector inteligente habrá podido deducir ayer con ocasión de la publicación de la primera entrega de este relato –que juzgamos del máximo interés para nuestros lectores-, las opiniones y juicios contenidos en el mismo pertenecen en exclusiva al citado Prado y Colón de Carvajal, y en modo alguno son compartidos por este diario o por su director.
“En las vueltas y revueltas de esa noche llena de enredos es famosa la llamada del general José Juste, jefe supremo de la Acorazada Brunete, preguntando si en Zarzuela se encontraba Armada. Sabino [Fernandez Campo] contestó con una de esas frases que para la historia quedarán esculpidas en mármol de Carrara: “Armada ni está ni se le espera”. Con todo, el aludido siguió mojando pan en su propia salsa y por eso se le siguió viendo en televisión pululando por los alrededores de la Carrera de San Jerónimo. Era el espectro de una sombra llamada Don Nadie”.
Fumábamos como carreteros y los estómagos crujían de hambre. La Reina pidió que nos hicieran unos huevos revueltos, que era lo más adecuado para cenar en una noche en verdad revuelta
“Hablando de la temible Acorazada, recuerdo que el teniente coronel Agustín Muñoz Grandes (hijo del famoso general del mismo nombre) dijo en un momento dado que había escuchado por la radio que la Brunete, bajo el mando de Pardo Zancada, iba camino de Madrid. Fumábamos como carreteros y los estómagos crujían de hambre. La Reina pidió que nos hicieran unos huevos revueltos, que era lo más adecuado para cenar en una noche en verdad revuelta. Se ha escrito, entre otras muchas sandeces, que doña Sofía se había ido a Inglaterra en avión con los niños. Lo cierto es que no se movió un minuto de Zarzuela. Sí es cierto que en el fondo latía en su interior la inquietud de lo sucedido a su familia con el golpe antaño perpetrado en su Grecia natal. Nunca le agradeceremos lo suficiente aquellos huevos revueltos. Literalmente la Reina tragó humo esa noche. Humo metafórico, el de la indisimulable inquietud a la que me he referido. Pero humo real también, porque ya digo que fumábamos y fumábamos hasta decir basta. Fueron muchas horas de nicotina y angustia”.
“No olvidaré, además, que hacía frío. El Rey, vestido con el referido uniforme, llevaba encima una cazadora de piloto de vuelo. Recuerdo que, apoyado sobre el alféizar donde estaba la Secretaría del Rey, escuché lo que me pareció un ruido sordo como de camiones o maquinaria pesada. ¡La Brunete! Es lo que todos pensamos de inmediato, dándole la razón a Agustín. José Montojo, también presente en la escena y ayudante de campo del Rey, me miró diciéndome: “Habrá que decirle lo de la Brunete…” Un buen marrón. Tragué saliva y se lo comuniqué a don Juan Carlos. De inmediato se mandó a no recuerdo quién a las puertas de Zarzuela para comprobar si se trataba o no de la temible Acorazada. Había, en efecto, un ruido muy intenso, ronco, pero que resultó proceder de una especie de “acorazada” en plan civil, un convoy de maquinaria pesada que alguna gran empresa de obra civil estaba trasladando por la cercana carretera”.
Las llamadas de Constantino de Grecia
“El nombre de Pardo Zancada, compañero de carrera y amigo de Agustín, salió pues a colación. Estaba en el ajo y, por lo tanto, olía a ajo, que es lo que en el fondo acabaron oliendo otros muchos nombres de amigos y conocidos militares a lo largo de aquella noche de probadas lealtades y deslealtades. Sabino discutió con Agustín acerca de la conveniencia de que éste fuera al Congreso a convencer a Pardo de que depusiera su actitud. No era bueno que se viera en público a un ayudante cercano al Rey hablando con uno de los supuestos golpistas. Creo que Sabino tuvo razón, pero Agustín se personó en la carrera de San Jerónimo. De Pardo Zancada sólo pudo extraer como conclusión a la pregunta de cuál iba a ser su actitud una respuesta a la gallega: un sí pero no”.
“La noche seguía. Nadie, ni siquiera mi familia, sabía dónde me encontraba. Recuerdo que de cuando en cuando al Rey le llamaba su cuñadoConstantino de Grecia. Y en un momento dado me pidió que, aún con la debida cortesía, se lo quitara de encima. “Yo voy a hacer justo lo contrario de lo que él hizo con los militares en Grecia”, me dijo. Su padre, Don Juan de Borbón, le había llamado para recordarle precisamente el episodio de los coroneles griegos de 1967. En cierto modo, y aparte de la Reina Sofía, la Zarzuela estaba “helenizada” aquella noche. Como es sabido, la princesaIrene de Grecia estaba alojada –y sigue a día de hoy- en palacio y fue también testigo de lo ocurrido. Son cosas, empezando por las referencias a Constantino, que han permanecido ocultas durante largo tiempo. El Rey salió fortalecido de todo el montaje cuartelero del 23-F, pero su actitud corajuda en recuerdo del episodio griego contribuyó no poco a la forja del propio monarca como persona, sino también al robustecimiento de la institución misma”.
“Sobre las dos de la madrugada llamó el jefe de gabinete del presidente francés Giscard d'Estaing. Con esa displicencia a veces tan propia de laGrandeur que tienen algunos franceses, solicitó que le pusieran inmediatamente con el Rey, El Rey me pidió que le escuchara yo y le hiciera saber de lo inoportuno del momento para atender al presidente galo. Desde París, la voz replicó: ¿Pero no se da cuenta usted de que se trata del presidente Giscard? Y yo le solté a mano cambiada: ¿Y no se da cuenta usted de que don Juan Carlos es el Rey de España y está reconduciendo un problema de la mayor envergadura…?”
“En plena noche de autos, el príncipe Felipe no hacía sino entrar y salir de un sitio a otro. Su padre le dijo, lo recuerdo bien, que llegado el momento tendría que estudiar la desequilibrada historia de España, pero que ahora mismo la estaba viendo transcurrir vivita y coleando en aquella noche sin horas. Al día siguiente, 24 de febrero, con los ánimos mucho más calmados, el Príncipe llegó a quejarse en el almuerzo de Zarzuela del funesto ajetreo con que había llegado el año 81, que en las pocas semanas transcurridas había conocido la muerte de su abuela la Reina Federica, la dimisión de Adolfo Suárez y el golpe de la noche anterior. Con su lenguaje despejado y sin afectación soltó un rotundo “¡Joder, vaya mes!” que forzó la sonrisa de los presentes”.
“Descansa, chiquitín, que te lo has ganado”
De cuando en cuando al Rey le llamaba su cuñado Constantino de Grecia. Y en un momento dado me pidió que, aún con la debida cortesía, se lo quitara de encima
“A medida que transcurría el tiempo, siempre enredados en la incertidumbre de las verdades a medias, al Rey lo tentaron sus allegados con la idea de que mandara al Ejército a poner orden en el Congreso, con el fin de rasurarle definitivamente el bigote a Tejero. Pero él, prudentemente, andaba cauteloso. Temía una masacre. Su prudencia quizá pudo llegar a desesperar a alguno de sus colaboradores, pero esa calma sensata produjo sus réditos. El Rey esperaba que el paso de las horas fuera minando la moral de los sublevados. Y de hecho así fue”.
“Llegó la mañana del 24 de febrero con un cielo nuevo y los vencejos revoloteando por aquel Madrid que acababa de vivir una de sus noches más oscuras. El Rey se reunió esa mañana con la Junta de Defensa Nacional y con los representantes de los partidos políticos. Llegó Suárez a Zarzuela (no recuerdo si acompañado por el malogrado Abril Martorell, hombre relevante hoy caído en injusto olvido). Entró pues Suárez en el despacho del monarca: “Señor, hay que ver lo que son las cosas, siempre he pensado mal de Armada y resulta que de no haber sido por él no sé qué habría pasado anoche en el Congreso”. La ingenuidad del ex presidente resultó enternecedora. El Rey le quitó la venda de los ojos. Armada era el que, haciendo honor a su apellido, la había armado. Suárez se echó las manos a la cabeza. Al salir de Zarzuela me miró como preguntándome qué coño estaba haciendo yo allí. Quiso saber si había pasado la noche en compañía del Rey. Le contesté con un “¿Tú qué crees…?”, acompañado por un ceremonial bostezo”.
“No soy novelista ni periodista avezado en la crónica intrépida y el reportaje, pero he intentado describir lo mejor posible lo que viví aquella noche como testigo privilegiado. El Rey supo domeñar la situación y nunca soltó las bridas ayudado por sus más valiosos edecanes, con el gran Sabino al frente. Creo que el 23-F lo confirmó en el trono, conclusión por otra parte nada original. Nadie debe llamarse a escándalo si digo que el príncipe Felipe, como futuro monarca, quizá necesite otro 23-F para reinar en España. Hablo, naturalmente, de un metafórico 23-F, acorde con los nuevos tiempos de esta España cansina de hoy, con tanta democracia adormecida por el orfidal del aburrimiento, con tanto nacionalismo cuarteador de este país en porciones del que, sospecho, es más juancarlista que monárquico”.
“Después de aquella noche de ojeras me despedí del Rey a la puerta de Zarzuela. “Me voy a casa, no vayan a creer que he estado de juerga”, le dije. En verdad sí que había estado de juerga, pero en una en la que estuvo a punto de cambiar el rumbo de España. “Descansa, chiquitín –así solía llamarme don Juan Carlos-, que te lo has ganado”, me respondió, con un atisbo de sonrisa en el rostro. Al llegar a mi domicilio, a eso de las seis de la tarde del día siguiente, en casa me esperaba casi otro golpe de estado, pero esta vez doméstico. ¿Dónde te has metido tanto tiempo…? No supe qué contestar a mi mujer”.
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