Estos trabajadores esclavos rusos, polacos y holandeses, internados en el campo de concentración de Buchenwald, ingresaron en el campamento con un promedio de 73 kg cada uno. Después de 11 meses, su peso promedio era de 31 kg (16 de marzo de 1945)
HOLOCAUSTO ( I )
En Historia, se identifica con el nombre de Holocausto a lo que técnicamente también se conoce, siguiendo la propia terminología del Estado nazi, como Solución Final (en alemán, Endlösung) de la cuestión judía: el intento de aniquilar totalmente a la población judía de Europa que culminó con la muerte de unos 6 millones de judíos. Entre los métodos utilizados estuvieron la asfixia por gas venenoso, los disparos, el ahorcamiento, los golpes, el hambre y los trabajos forzados.
Aunque las políticas criminales contra los judíos se habían ido desarrollando paulatinamente desde años antes, la decisión de afrontar el exterminio definitivo fue tomada, con bastante probabilidad, entre finales del verano y principios del otoño de 1941 y el programa emergió en su plenitud en la primavera de 1942. La persona encargada de su diseño y organización administrativa fue Heinrich Himmler. Por lo demás, fue la repetida retórica antisemita asesina de Adolf Hitler la que incentivó la ejecución de las matanzas, que contaron directamente además con su aprobación.
Centenares de cuerpos de prisioneros muertos por inanición o por disparos de la Gestapo yacen en el suelo tras la liberación del campo de concentración de Nordhausen (12 de abril de 1945).
Los primeros en usar el término «Holocausto» fueron los historiadores judíos de finales de la década de 1950, aunque su generalización no se produjo hasta finales de los años sesenta (por ejemplo, en su informe sobre el juicio a Eichmann, Eichmann en Jerusalén, de 1963-64, Hannah Arendt solo utiliza la expresión «Solución Final»).
La palabra «holocausto» proviene de la traducción griega del Antiguo Testamento conocida como Versión de los setenta, en la que el término olokaustos (ὁλόκαυστος: de ὁλον, ‘completamente’, y καυστος, ‘quemado’) traduce la palabra hebrea olah, que hace referencia a una ofrenda completamente consumida por el fuego.
También se utiliza para nombrarlo, aunque con menor frecuencia, el término shoah (sho'ah), adaptación de la forma latinizada ha'shoáh, del hebreo השואה, que significa «masacre». Este término apareció por primera vez en un folleto publicado en Jerusalén en 1940 por el «Comité Unido de Ayuda a los Judíos en Polonia». La palabra forma parte de la expresión Yom ha-Sho'ah, con la que se nombra en Israel al día oficial de memoria del Holocausto.
También se llegó a utilizar a principios de esa década la palabra yidis churb'n, «destrucción».
En cuanto a la historia del uso del término «holocausto», ya en el siglo XII el monje y cronista inglés Richard of Devizes utilizó la expresión «holocaust» en su narración de la coronación de Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Corazón de León), refiriéndose a las matanzas de judíos en Londres, iniciadas por el rumor de que hubiesen sido ordenadas por el Rey, quien según algunos historiadores mandó castigar a los judíos que se atrevieron a hacer reverencias en la coronación del Rey cristiano.
Desde el siglo XVI se empleó la expresión «holocaust» en el idioma inglés para catástrofes extraordinarias de incendios con gran cifra de víctimas. En el siglo XVIII la palabra adquiere un significado más general de muerte violenta de gran número de personas.
Antes del genocidio Nazi de los judíos, Winston Churchill usó la expresión «holocaust» en su publicación El mundo en crisis en referencia al Genocidio armenio en Turquía (The World in Crisis, volume 4: The Aftermath, New York, 1923, p. 158).
El uso de la palabra holocausto para referirse al genocidio de aproximadamente seis millones de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, se justifica a través de su referencia etimológica a algo quemado, pues tras el uso de la herramienta genocida más característica de la solución final, las cámaras de gas, los cuerpos de los asesinados eran incinerados en hornos crematorios.
La persecución y el asesinato de los judíos no se desarrolló solo en Alemania, o en los distintos campos de concentración creados a tal fin, sino que se extendió a Rusia, Europa Oriental y la península Balcánica, donde los alemanes y sus colaboradores (austriacos, lituanos, letones, ucranianos, húngaros, rumanos, croatas y otros) llevaron a cabo múltiples matanzas de judíos en fosas, bosques, barrancos y trincheras.
La cuestión organizativa y el papel de Hitler
La historiografía sobre el nazismo y el Holocausto ha discutido desde siempre el grado de diseño u organización previa con la que se llevó cabo el genocidio y, asimismo, el grado de implicación de Hitler, tanto en lo que se refiere a si hubo una orden directa y explícita del mismo para que se iniciase, como en si hubo respaldos explícitos por su parte durante su ejecución.
La imperfección de las fuentes, que en buena medida es un reflejo del secretismo de las operaciones de asesinato y de la deliberada falta de claridad en el lenguaje empleado para referirse a ellas, ha llevado a los historiadores a extraer conclusiones muy diversas, aun a partir de las mismas evidencias, en cuanto al momento y la naturaleza de la decisión o decisiones de exterminar a los judíos.
En el estado actual de conocimientos, parece asentada la idea de que el Holocausto no se desarrolló siguiendo las directrices de ningún plan perfectamente definido; de hecho, no se tiene constancia de ningún documento que recogiese un diseño específico para el mismo. Así las cosas, se considera que la Solución Final, tal y como surgió, era una unidad dentro de un número concreto de «programas» organizativamente distintos, uno de los cuales, surgiendo de las condiciones específicas del Warthegau y permaneciendo en todo momento bajo la dirección del mando de la provincia más que bajo el control central de la oficina principal de la Seguridad del Reich, fue el programa de exterminio de Chelmno.
En cuanto al grado de responsabilidad directa de Hitler, Adolf Eichmann recordó, años después de terminada la guerra, que Heydrich le había comunicado que tenía una orden de Hitler para exterminar físicamente a los judíos. En esta línea, hasta la década de 1970 se aceptaba que la Solución Final se había puesto en marcha a partir de una orden directa de Hitler. Sin embargo, en 1977 el historiador Martin Broszat dio un giro a esta visión de los hechos defendiendo que Hitler no había dado ninguna «orden exhaustiva de exterminio general», sino que habían sido los problemas para aplicar la deportación general, tras la invasión de la URSS, los que habían llevado a los dirigentes nazis a iniciar los asesinatos en masa de judíos en las regiones que estuviesen bajo su mandato. Solo retrospectivamente, esos asesinatos habrían sido sancionados por la dirección nazi y reconvertidos en un programa de exterminio más general y concienzudo. En concreto, el programa de exterminio de los judíos se desarrolló gradualmente de un modo institucional y fue puesto en práctica mediante acciones individuales hasta principios de 1942, para adquirir un carácter definitivo después de la construcción de los campos de exterminio en Polonia (entre diciembre de 1941 y julio de 1942).
Esta línea de interpretación sería respaldada desde 1983 por otro historiador relevante, Hans Mommsen, quien ha insistido en la idea de que la Solución Final surgió a partir de los fragmentados procesos de toma de decisiones del nazismo, los cuales permitirían las iniciativas particulares al respecto y la acumulación de la radicalización de las mismas. Para él, está claro que Hitler conocía y aprobaba todo lo que sucedía, pero la improbabilidad de que pudiese haber una orden formal suya en relación al genocidio se compadece perfectamente con sus intentos explícitos de ocultar su responsabilidad personal y, subconscientemente, de suprimir la realidad circundante.
Con todo, ha habido historiadores (como Christopher R. Browning) que han mantenido la idea de una decisión concreta de Hitler, que habría tenido lugar durante el verano de 1941 y cuyo reflejo habría sido la orden de Göring a Heydrich por la que le instaba a prepara una solución total a la Cuestión Judía (otros historiadores, como Philippe Burrin, no veían detrás de este mandato la orden de Hitler). La aprobación del plan de exterminio por parte de Hitler habría ocurrido a finales de octubre o noviembre de ese año, una vez paralizada la invasión a la URSS.
Otras hipótesis al respecto han apuntado a enero de 1941 como fecha para una decisión de Hitler de exterminar a los judíos (Richard Breitman); a agosto de 1941, justo al conocerse la declaración de la Carta del Atlántico firmada por Roosevelt y Churchill (Tobías Jersak); a diciembre de ese mismo año (Christian Gerlach); e, incluso, a junio de 1942, justo después del asesinato de Reinhard Heydrich en Praga (Florent Brayard).
Son seguras, sin embargo, sus declaraciones justificativas del genocidio, especialmente concentradas durante los primeros meses de 1942, y con referencias directas que demuestran su conocimiento del mismo.
En las dos últimas décadas, y dado que además de que no se ha encontrado ninguna orden de Hitler relacionada con el Holocausto, «parece improbable que Hitler diera una orden única y explícita para ejecutar la Solución Final», la historiografía se ha decantado (así, entre otros, Götz Aly en su estudio de 1995) por la idea de que nunca se tomó una decisión única y específica de matar a los judíos de Europa.
En relación a Hitler, cuyo papel principal habría sido el de una especie de árbitro entre los líderes nazis que fueron tomando las decisiones que desembocaron en el genocidio, el historiador Ian Kershaw ha hablado de su «autoridad carismática» como fuente del mecanismo psicológico mediante el cual sus subordinados trabajaban con la expectativa de que [sus deseos e intenciones] eran las "pautas para la acción", con la certidumbre de que las acciones que estuvieran en consonancia con esos deseos e intenciones merecerían su aprobación y confirmación.
Así las cosas, su papel al respecto es menos evidente de lo que puede parecer a simple vista. Los historiadores no han llegado a ningún acuerdo claro en relación al grado de intervención directa de Hitler para dirigir la política de exterminio, lo que incluye el debate acerca de si hubo por su parte una orden o, incluso, si hubo necesidad de la misma. Las dificultades al respecto radican, al parecer, en el estilo de liderazgo de Hitler, muy poco burocrático y que, desde que comenzó la guerra, fomentó el secretismo y el encubrimiento transmitiendo sus órdenes y deseos solo de forma verbal y en aquellos casos, sobre todo los más sensibles, en que era algo estrictamente necesario.
Fundamentos históricos e ideológicos del Holocausto
Sustrato ideológico
El Tercer Reich se impuso como uno de sus objetivos prioritarios la reestructuración racial de Europa. En ella, desempeñó un papel fundamental el antisemitismo, que se incardinó en
una ideología o Weltanschauung (concepción del mundo) milenarista que proclamaba que "el judío" constituía el origen de todos los males, en especial del internacionalismo, el pacifismo, la democracia y el marxismo, y que era el responsable del surgimiento del cristianismo, la Ilustración y la masonería. Se estigmatizaba a los judíos como "un fermento de descomposición", desorden, caos y "degeneración racial", y se los identificaba con la fragmentación interna de la civilización urbana, el ácido disolvente del racionalismo crítico y la relajación moral; se hallaban detrás del "cosmopolitismo desarraigado" del capital internacional y de la amenaza de la revolución mundial. Eran el Weltfeind (el "enemigo mundial") contra el cual el nacionalsocialismo definió su propia y grandiosa utopía racista de un Reich que duraría mil años.
Además de esta ideología, la ejecución del genocidio tuvo como soporte a la sociedad alemana, la más moderna y con más nivel de desarrollo técnico de Europa, y que contaba con una burocracia perfectamente organizada.
El antisemitismo presente, en mayor o menor medida, en Europa Occidental y Estados Unidos, además de los problemas económicos derivados de la Gran Depresión, provocaron también
la desgana de los responsables políticos británicos y estadounidenses a la hora de realizar algún esfuerzo significativo de salvamento de judíos europeos durante el Holocausto.
Estrella de David con la que se discriminaba a los judíos en la Alemania nazi.
El Partido Nazi, que tomó el poder en Alemania en 1933, tenía entre sus bases ideológicas la del antisemitismo, profesado por una parte del movimiento nacionalista alemán desde mediados del siglo XIX. El antisemitismo moderno se diferenciaba del odio clásico hacia los judíos en que no tenía una base religiosa, sino presuntamente racial. Los nacionalistas alemanes, a pesar de que recuperaron bastantes aspectos del discurso judeófobo tradicional, particularmente del de Lutero, consideraban que ser judío era una condición innata, racial, que no desaparecía por mucho que uno intentara asimilarse en la sociedad cristiana. En palabras de Hannah Arendt, se cambió el concepto de judaísmo por el de judeidad. Por otro lado, el nacionalismo suponía el Estado nación, es decir, la homogeneidad cultural y lingüística de su población. Los judíos, considerados como personas pertenecientes a otra raza, inferior por lo demás, y por tanto inasimilables a la cultura nacional, solo podían ser separados del cuerpo social. Frente a la raza judía, extraña a la nación, colocaban los nazis a la raza aria, que era la que constituía la nación alemana y estaba llamada a dominar Europa.
La primera cuestión era determinar quién era judío. Los nacionalistas alemanes no habían logrado establecer una línea divisoria clara entre judíos y no judíos; había en Alemania numerosas personas descendientes de judíos conversos que no tenían ya ninguna relación con la cultura judía, así como numerosas familias mixtas y sus descendientes. En este sentido, la primera preocupación de los nazis fue crear un criterio para basar la posterior segregación.
Las primeras leyes dirigidas contra los judíos no incorporaban todavía una definición del ser judío y se hablaba en general de "no arios". La definición finalmente adoptada fue la siguiente: judío era quien tuviera al menos tres abuelos judíos, fuera cual fuera la religión de la persona interesada. Quienes tuvieran dos o un solo abuelo judío, eran Mischlinge, es decir, medio judíos. Los primeros, con dos abuelos judíos, eran "Mischlinge de segundo grado" y podían ser reclasificados como judíos en función de complejas consideraciones (su religión o la de su cónyuge, por ejemplo). Podían también ser "liberados" de su condición y convertirse en arios en pago a los servicios prestados al régimen, o podían seguir siendo Mischlinge, con lo que estaban sometidos a ciertas restricciones en tanto que "no arios", pero no a las persecuciones dirigidas contra los judíos. Los Mischlinge de primer grado eran los que tenían un único abuelo judío y en general eran tratados como arios plenos. Los Mischlinge de uno u otro grado abundaban en Alemania y a menudo lograban ocultar su condición. El dirigente de las SS Reinhard Heydrich, El Carnicero de Praga, era Mischlinge de segundo grado, dato que fue ocultado celosamente por sus superiores nazis.
Para el psicólogo social Harald Welzer, estudioso del comportamiento de las sociedades ante las catástrofes sociales, en el Holocausto la irracionalidad de los motivos no influyó en la racionalidad de la acción y puede verse cumplido descarnadamente el teorema formulado por William Thomas: Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias.
La República de Weimar
Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Alemán (Deutsches Reich) se dotó de una Constitución que lo definía como una República, de ahí el nombre de República de Weimar con el que habitualmente se conoce a Alemania en el periodo que va de 1919 a 1933.
Desde un punto de vista sociológico, la República de Weimar se estableció sobre el telón de fondo de unos traumas nacionales sin precedentes: en los alemanes pesaban gravemente la derrota inesperada en la Gran Guerra, la abdicación del emperador, la amenaza de la revolución comunista en su propio país, la humillación del Tratado de Versalles y la perspectiva del pago de exorbitantes reparaciones de guerra a los Aliados occidentales.
Hubo también, a partir de la guerra, un generalizado incremento de la violencia en Alemania, hasta el punto de que desde 1918 esta fue una de sus principales características: la violencia de la guerra total fue vista como un presagio de una nueva sociedad, dura y moderna, donde la virilidad y la crueldad serían factores esenciales. Muchos de los miembros de las unidades de Frikorps que habían continuado la lucha tras la Gran Guerra en Polonia y el Báltico, regresaron a Alemania y se integraron en grupos paramilitares como el en formación movimiento nazi, y fueron responsables entre 1919 y 1922 de más de 300 asesinatos políticos. La reacción de la judicatura, sobre todo en los casos en que las víctimas eran claramente izquierdistas, fue benevolente. Este estado de cosas, facilitó que el ciudadano medio viese con indulgencia la escalada de violencia que acompañó al nazismo en su llegada al poder entre 1930 y 1932. Así, cuando se produjeron el ataque nazi de 1933 contra la izquierda y las purgas en su propio movimiento al años siguiente, Hitler, que había admitido su responsabilidad, consiguió la aprobación generalizada y un aumento de popularidad.
A lo anterior hay que añadir un considerable caos económico y político, todo lo cual repercutió en que la derecha nacionalista empezase a perfilarse como enemiga de un régimen al que hacía responsable de la situación, incidiendo especialmente en determinadas consecuencias del tratado, como el reconocimiento por parte de Alemania de su culpabilidad de guerra, la pérdida de territorios, la reducción del ejército y la dependencia de préstamos extranjeros. Una inflación masiva en 1923 y el consecuente colapso monetario, que afectaron duramente a las clases trabajadora y media, redondearon un contexto ideal para el surgimiento de una oposición radical al régimen.
Simultáneamente, ya desde 1918, la económicamente fuerte población judía alemana (poco más de medio millón de personas) fue objeto de atención por una propaganda intensiva que (...) llevaron a cabo las organizaciones antisemitas völkisch (racistas), que marcaron a los judíos con el estigma de haberse dedicado a acaparar para enriquecerse en tiempo de guerra, a actividades en el mercado negro y a la especulación bursátil, así como con el de ser responsables de la derrota en la Primera Guerra Mundial.
En el contexto del interés global europeo por diversas teorías de raza seudocientíficas, desarrolladas mucho antes de la Primera Guerra Mundial y con el objeto de justificar la exclusión y represión de determinados sectores de la sociedad, estos sentimientos antijudíos se recrudecieron con las crisis económicas y políticas que se desarrollaron entre 1918 y 1923. Por un lado, se empezó a asociar a los judíos con actividades subversivas por el papel desempeñado por diversos socialistas y comunistas judíos (Rosa Luxemburg, Kurt Eisner, Gustav Landauer, Eugen Leviné, Hugo Haase, etc.) en las frustradas revoluciones de 1918-1919. La mayoría de ellos terminarían siendo asesinados por miembros de la derecha nacionalista, incluido Walter Rathenau, el primer judío que había llegado al cargo de ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.
Por otro lado, desde 1920 se experimentó una inmigración masiva de judíos polacos en Berlín. Sin trabajo y con dificultades para adaptarse por el idioma, se convirtieron en objetivo para las quejas xenófobas de muchos.
Así, el nuevo nacionalismo adoptó la violencia como un modo de alcanzar la salvación nacional. Desde principios de la década de 1920, una nueva generación de estudiantes universitarios bien preparados de clase media asimiló las ideas völkisch de nacionalismo racista extremo; ideas que, diez o quince años después de terminar sus estudios, cuando llegaron a los puestos más altos de las SS y la Policía de Seguridad, y a los puestos estratégicos del Estado y del partido, pondrían en práctica.
En definitiva, la sociedad de la República de Weimar se fue polarizando, tanto en la clases privilegiadas como en las populares, en dos grandes grupos: por un lado, aquellos que cerraron filas ante los entendidos como los valores tradicionales y auténticos de Alemania, y, por otro, aquellos que amenzaban con su modernidad a estos: el socialismo, el capitalismo y, especialmente, como cabeza de turco de estos dos, los judíos. Y, paulatinamente,
la ideología de la raza fue absorbida por una generación de alemanes cultos que alcanzaron la madurez durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y que posteriormente llegaron a destacar en el mando de las SS, la policía y el aparato de seguridad, es decir, la fuerza ejecutiva ideológica del régimen y el motor más importante de la política racial.
El antisemitismo en la sociedad alemana
El recrudecimiento en Alemania del sentir antijudío, una constante histórica en Europa desde el origen del cristianismo, se hizo notar ya a finales del siglo XIX, cuando degeneró en antisemitismo. Fue durante ese siglo cuando algunos judíos intentaron resolver la marginalidad a la que les llevaba la observancia de las normas de su religión por medio bien de la asimilación al cristianismo, bien transformándose en una nueva clase de judíos. La consecuencia fue una presencia social entre los no judíos que no pasó inadvertida para muchos de estos, lo que posibilitó la aparición de reacciones antisemitas incluso en medios intelectuales. Así, por ejemplo, en unos artículos de 1879 y 1880, el historiador nacionalista alemán Heinrich von Treitschke llegó a escribir que «los judíos son nuestra desgracia» (Die Juden sind unser Unglück), una frase que sería retomada más adelante como eslogan por parte de los nazis. Y fue también en esos años cuando Wilhelm Marr acuñó los términos «antisemita» y «antisemitismo» y se hizo muy conocido con su ensayo La victoria del judaísmo frente al germanismo: desde un punto de vista confesional, en donde insistía en la peculiaridad racial, y no tanto religiosa, de los judíos, además de crear una organización llamada «Liga Antisemita», cuyo ideario era esencialmente antijudío.
Ya en el siglo XX, la culpabilización de los judíos como responsables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial fue una actitud general entre los soldados que participaron en ella. El 25 de diciembre de 1918, por ejemplo, un grupo de veteranos creó la asociación Stahlhelm («Casco de acero»), de carácter nacionalista y antisemita.
Por su parte, los nacionalistas de derecha, los monárquicos conservadores y las viejas élites, atemorizados por la revolución de Octubre, asociaban el bolchevismo con el judaísmo y creían en la posibilidad de una conspiración judía. En cuanto a las clases medias y bajas, la creencia en que los judíos habían obtenido ganancias económicas a costa de la guerra y las reparaciones posteriores era también frecuentes. En general, existía un cierto malestar por la inmigración de judíos desde el Este (entre 1918 y 1933 la política antisemita del gobierno de Polonia había llevado a 60.000 judíos a emigrar a Alemania) y por la convicción de que el capital estaba en manos de judíos (aun así, en 1925 los judíos constituían apenas el 0'9% de la población alemana, 564.379 personas).
Así las cosas, y teniendo en cuenta que justo tras la guerra ya se había convertido en un éxito de ventas el panfleto antisemita ruso Protocolos de los sabios de Sion, en 1933, ya había en Alemania más de cuatrocientas asociaciones y entidades antisemitas, así como unas setecientas publicaciones periódicas antijudías [que, en buena parte], retrataban a los judíos no solo como una amenaza económica y política, sino también como un peligro para las mujeres alemanas y la pureza de la raza. Los medios de opinión más respetables y conservadores deploraban la permisividad de costumbres, la cultura modernista y la actividad política radical de Berlín de los años veinte, que atribuían a la influencia judía y marxista.
El antisemitismo dio origen también a numerosas publicaciones antisemitas, tanto literarias como periódicas. Además de lecturas infantiles como la titulada No puedes fiarte de un zorro en un brezal ni del juramento de un judío, los libros de texto para niños presentaban a Hitler como un gran guerrero nórdico y describían a los no nórdicos como menos que humanos. El currículo insistía en la teoría de razas, especialmente con la introducción de la biología racial y seudocientífica.
En 1923 empezó a circular en Núremberg (donde entre 1922 y 1933 se profanaron alrededor de 200 tumbas judías, profanación que fue generalizada en todo el país en 1927) el periódico pronazi y antisemita Der Stürmer («El asaltante»), que retomó la frase «Los judíos son nuestra desgracia» como eslogan. El 4 de julio de 1927, Goebbels publica el número uno del también antisemita Der Angriff («El ataque»), con el objeto de mantener vivo el espíritu del partido nazi los años en que fue ilegal en Berlín. Constituido en órgano oficial del partido nazi, incitaba a la violencia contra los judíos.
En 1929 se creó, por un lado, la «Liga de Médicos Alemanes Nacional-Socialistas», con el objeto de centralizar el interés en la eugenesia, y, por otro, la «Liga para Luchar por la Cultura Alemana», una asociación antisemita y anti-bolchevique dirigida por Alfred Rosenberg que centró sus acciones en la lucha contra el arte degenerado.
En 1935 se inició la publicación de las revistas antisemitas «Semanario alemán de política, economía, cultura y tecnología» (Deutsche Wochenschau für Politik Wirtschaft, Kultur und Technik) y de «Revista de ciencia racial» (Zeitschrift für Rassenkunde), una publicación seudocientífica. En 1936, Goebbels fundó el «Instituto del NSDAP para el Estudio del Tema Judío» y se publicó la primera tirada de la revista «Investigación sobre el Tema Judío» (Forschungen zur Judenfrage), también de carácter seudocientífico. En julio de 1937, en fin, se inauguró en Munich la exposición Entartete Kunst («Arte degenerado»), una muestra de obras de arte consideradas inaceptables de autores judíos y no judíos, y en noviembre otra exposición titulada Der Ewige Jude («El eterno judío»), en la que se asociaba a los judíos con el bolchevismo, además de mostrar sus características raciales tópicas: nariz ganchuda, labios grandes y frente inclinada.
Las zonas de mayor antisemitismo (en el siglo XIX, la violencia antijudía era habitual en ellas) y, por tanto, más receptivas a las ideas nazis al respecto fueron Franconia, Hesse, Westfalia y otras partes de Baviera. Allí, los elementos de hostilidad arcaica hacia los judíos, se fusionaron a finales del XIX con las nuevas corrientes ideológicas del nacionalismo völkisch, el antisemitismo racial que fue la base del racismo nazi.
Con todo, cuando los no judíos se vieron confrontados, ante sus propios ojos, con la brutalidad y el salvajismo nazi contra la minoría judía, o sintieron sus intereses económicos o incluso su medio de vida amenazado por el estrecho boicot sobre los negocios judíos, reaccionaron a menudo de forma negativa, incluso con rabia y repugnancia (aunque pocas veces, al parecer, por compasión humanitaria hacia las víctimas).
Posteriormente, cuando se vieron obligados a evitar el contacto social y económico con ellos, los alemanes desarrollaron, según la interpretación del historiador Ian Kershaw, una «indiferencia fatídica» hacia el destino de los judíos. Así, pues, la política antijudía llevada a cabo en los años previos al comienzo de la guerra contó con una amplia aprobación social por cuanto no afectaba a las experiencias diarias de la gran mayoría de la población. Desde otro punto de vista, los historiadores Otto Dov Kulba y Aaron Rodrigue han preferido calificar de «complicidad pasiva» a la actitud de la ciudadanía alemana ante el trato dado a los judíos por parte del nazismo.
En general, la historiografía distingue entre la actitud durante los años anteriores a la guerra y la actitud durante la misma. Así, en la época previa la sociedad alemana mantuvo una amplia diversidad de puntos de vista sobre los distintos asuntos que la afectaban, fiel reflejo de la pluralidad de influencias de muy diversa índole que la afectaban. En este sentido, hubo variados obstáculos a la penetración ideológica nazi generalizada, sobre todo en asuntos relacionados con las esferas de interés de las iglesias de confesión cristiana y en las preocupaciones económicas del día a día, especialmente las relaciones laborales, respecto de las cuales se produjeron protestas colectivas y acciones de desobediencia civil. Respecto de la cuestión judía, se han señalado cuatro actitudes básicas: violenta y agresiva, sobre todo por parte de los radicales nazis; de aceptación de las normas legales de discriminación y exclusión; crítica, por motivos morales, religiosos, humanistas, éticos, económicos e ideológicos, por parte de diversos sectores sociales; y de indiferencia.
Con todo, un periódico como Der Sürmer (El atacante), que recordaba las acusaciones medievales contra los judíos de asesinos rituales de niños cristianos y de utilizar la sangre de estos para ritos religiosos, llegó a tener unos 600.000 lectores.
Respecto de la Iglesia, aunque fue prácticamente el único organismo libre del pensamiento nazi en Alemania y conservó tanto una enorme influencia sobre la formación de opinión, como el potencial (...) para formar y fomentar una opinión popular independiente y contraria a la propaganda y la política nazi,
la actitud de sus líderes ante el racismo fue ambivalente, dada la tradición cristiana de antijudaísmo que aún conservaba fuerzas a comienzos del siglo XX, por lo que las declaraciones públicas tajantes contra el antisemitismo fueron excepcionales. Así, en enero de 1933 el obispo de Linz, Gfollner, indicaba en una de sus pastorales que era deber de los católicos el adoptar una «forma moral de antisemitismo» y en agosto de 1935 un pastor protestante conocido por su anti-nazismo, Martin Niemöller, afirmaba que la historia judía era siniestra y que los judíos llevarían por siempre una maldición por haber sido responsables de la muerte de Jesús; el mismo pastor, recordaría en abril de 1937 la desgracia que suponía el que Jesús hubiera nacido como judío. A pesar de su antisemitismo, fue detenido el 1 de julio por su oposición al nazismo.
Con todo, el 15 de noviembre de 1935 las iglesias alemanas empiezan a colaborar con los nazis, proporcionando informes al gobierno, indicando quién es cristiano y quién no; es decir, quién es judío.
El punto de inflexión en las relaciones entre el cristianismo institucional y el nazismo se produjo con la firma el 20 de julio de 1933 del concordato entre la Santa Sede y el Reich. Por un lado, se reafirmaba el compromiso del nazismo con la Iglesia católica a la hora de respetarla mientras sus actividades se limitasen a lo religioso; por otro, la Alemania nazi conseguía con el mismo una importante legitimación internacional. Sin embargo, tras cuatro años de acoso constante contra los católicos en forma de detenciones de curas y monjas, cierre de conventos, monasterios y escuelas parroquiales, el papa Pío XI publicó el 14 de marzo de 1937 la encíclica Mit brennender Sorge («Con intensa ansiedad»), en la que expresaba su queja por estos hechos y lo que de ruptura del concordato suponían, y alertaba contra la deificación de conceptos como la raza, la nación y el estado. Difundida clandestinamente en Alemania, se leyó en las iglesias de todo el país el 21 de marzo, domingo de Ramos.
Pero cuando se fue aproximando la guerra, las actitudes generales se fueron endureciendo, incluso entre el amplio sector de la población que mantenían cierta apatía al respecto. Además, la propia idiosincrasia del nazismo permitió la aparición de denuncias como forma de control social, de modo que vecinos y compañeros de trabajo de los judíos colaboraron activamente para construir un clima de represión y terror.
En conclusión, el apoyo popular al nacionalsocialismo se basó en normas ideológicas que poco tenían que ver con el antisemitismo y la persecución de los judíos, y que pueden resumirse del modo más adecuado con el sentido de orden social, político y moral personificado por el término Volkesgemeinschaft («comunidad nacional»), garantizado por un Estado fuerte que sofocaría el conflicto para asegurar su fortaleza a través de la unidad. (...) La opinión popular, mayoritariamente indiferente e imbuida de un antisemitismo latente fomentado aún más por la propaganda, proporcionó el clima necesario para que la agresividad creciente de los nazis hacia los judíos pudiera ir avanzando sin que nada la desafiara. Pero no provocó la radicalización. El odio fue lo que construyó el camino hacia Auschwitz, y la indiferencia lo que lo pavimentó.
El antisemitismo en Hitler y el nazismo
En este contexto fue en el que surgió el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP), el partido nazi, fundado en Múnich en 1919, cuyo programa oficial de 1920 proponía la unión de todos los alemanes dentro de una Gran Alemania y que solo las personas de sangre o raza alemana pudiesen ser nacionales (ciudadanas del Estado) y directores de medios de comunicación. Explícitamente, además, el NSDAP propugnaba un cristianismo constructivo y luchaba contra el espíritu judeomaterialista en el interior y el exterior del país.
La primera declaración política conocida de su principal líder, el ex cabo del ejército alemán Adolf Hitler, expuesta en una carta del 16 de septiembre de 1919, incidía sobre la cuestión judía partiendo de la base de que la comunidad judía era un grupo estrictamente racial y no religioso. Además, describe las acciones de dicha colectividad como causantes "de una tuberculosis racial de los pueblos". Desecha los pogromos como una respuesta meramente "emocional" al problema y exige un "antisemitismo racional" que imponga una ley de extranjería a los judíos, con el fin de revocar sus "privilegios especiales". El objetivo final, según le escribe al destinatario de la carta, "debe ser la extirpación [Entfernung] completa de los judíos".
Con sus fundamentos nacionalistas y antisemitas, el partido nazi se fue desarrollando poco a poco sobre la base de una intensa y llamativa actividad casi diaria de sus militantes. Entre 1919 y 1924 su zona de acción se reducía a Baviera, donde captó a una heterogénea masa de alemanes compuesta de antiguos soldados, de anticomunistas y antisemitas y, en general, de desclasados atraídos por la idea de una revolución nacional. Sus ideas antisemitas eran expuestas con frecuencia en diversos discursos pronunciados tanto por Hitler como por otros nazis, como Alfred Rosenberg, Julius Streicher o Hermann Esser, e insistían en la necesidad de tomar medidas contundentes contra los judíos de forma que su influencia sobre la sociedad alemana se eliminase por completo.
En noviembre de 1923, el NSDAP intentó hacerse con el poder para marchar, a continuación, sobre Berlín con el objeto de derrocar a la República de Weimar. El conocido como putsch de Múnich fracasó con la simple intervención de la policía, y Hitler fue detenido.
Sin embargo, el juicio subsiguiente se convirtió en una plataforma publicitaria para Hitler y su partido, y durante los nueve meses que pasó en la cárcel en 1924 tuvo tiempo para escribir su autobiografía política, titulada Mein Kampf (Mi Lucha), que terminaría por convertirse en la biblia del movimiento nazi y en un texto esencial del antisemitismo, que el autor, según su propia confesión, había aprendido de personajes como el compositor Richard Wagner, Karl Lueger, alcalde de Viena, y el nacionalista extremista Georg von Schönerer.
Wagner, a quien musicalmente admiraba Hitler por encima de cualquier otro músico, había expuesto en numerosas ocasiones auténticas diatribas contra el papel corruptor de los judíos en el arte en general, a quienes consideraba la conciencia maligna de nuestra civilización moderna o el versátil genio corruptor de la humanidad.
De Lueger tomaría la inspiración para utilizar el antisemitismo como un instrumento de movilización de masas, en tanto podía materializar los resentimientos del ciudadano común (el judío como asesino de Cristo, el judío como usurero enriquecido mientras los demás se arruinan...).
Y en cuanto a von Schönerer, Hitler había asumido íntegramente sus postulados radicales sobre la necesidad de un antisemitismo étnico intransigente -basado en la sangre y la raza-, [y adoptado] su odio hacia la "prensa judía" y la "socialdemocracia dirigida por judíos".
Además de estas influencias, determinadas experiencias personales del propio Hitler relatadas en Mi lucha, le llevaron a convertirse en un antisemita fríamente racional, comprendiendo, además, la naturaleza judaica de la socialdemocracia internacionalista austríaca.
Como consecuencia de lo anterior Hitler llamó, desde principios de la década de 1920, a una guerra sin cuartel contra "la doctrina judaica del marxismo", que impugnaba "la relevancia de la nacionalidad y la raza", negaba el valor de la personalidad y se oponía a las "leyes eternas de la naturaleza" con sus doctrinas igualitarias.
Hasta 1924, la demagogia global antisemita era el tema principal en casi todos los discursos de Hitler y se dirigía, especialmente, contra los judíos por su supuesto papel como financieros, capitalistas, responsables del mercado negro y aprovechados. Sin embargo, el impacto de la guerra civil rusa modificó esta línea discursiva hacia la identificación de los judíos con el bolchevismo y hacia un explícito antimarxismo (que Hitler igualaba a la lucha contra los judíos).
Así, pues, hacia 1924 el núcleo central de la visión del mundo de Hitler -la historia como lucha racial y la aniquilación tanto del judaísmo (lo que quiera que eso pudiese significar en términos concretos), como de su más peligrosa manifestación política e ideológica, el marxismo -era una concepción firmemente instaurada en su pensamiento.
También en Mi lucha (1925-1926) habla de lo oportuno que hubiese sido gasear de doce mil a quince mil judíos o hebreos corruptores durante la Primera Guerra Mundial, convencido como estaba, al igual que otros muchos ex soldados, de que Alemania había sufrido en esa guerra la traición de pacifistas y marxistas, todos ellos incitados por los judíos. La fijación de esta culpa haría que a principios de 1939 le expresase al Ministro de Asuntos Exteriores checo su pretensión de destruir a los judíos como castigo por lo que habían hecho el 9 de noviembre de 1918 (fecha de la rendición de Alemania y de la consecuente instauración de la República de Weimar). A través de su identificación del judío con el marxismo y el bolchevismo, también responsabilizaba a los judíos de lo que denominaba genocidio judeobolchevique durante la Revolución rusa.
Haciendo uso de un lenguaje no solo extremo, sino que apuntaba hacia una mentalidad proto genocida, 64 era característico asimismo de los discursos de Hitler, cuando tocaba la cuestión judía, la deshumanización constante a la que sometía a los judíos por medio de un lenguaje zoológico que los calificaba de raza inferior, de "plaga" de la que había que hacer limpieza o también de gérmenes, bacilos y microbios que atacaban y envenenaban el organismo hasta que se los erradicaba. Se presentaba a la comunidad judía como el equivalente de una peste bubónica medieval, con la salvedad que, en este caso, las metáforas médicas se habían modernizado y evocaban enfermedades mortales como el cáncer o la tuberculosis. (...) Se percibía a los judíos como una "contrarraza" diametralmente opuesta a los "arios" alemanes, y se los consideraba intrínsecamente destructivos, parasitarios y agentes de descomposición (Zersetzung).
Todo este antisemitismo tuvo, además, diversas publicaciones como herramientas para llegar al gran público. Destacó entre ellas Der Stürmer, donde se acusaba habitualmente a los judíos de violar a jóvenes alemanas y explotarlas como prostitutas, de raptar a niños y luego asesinarlos ritualmente, y de pretender empozoñar la sangre alemana a través de las relaciones sexuales para destruir la familia y el Volk (pueblo) alemanes.
También entre 1926 y 1928 Hitler se fue interesando cada vez más por la cuestión del territorio, cuya escasez por parte de Alemania se habría de solventar sustentándose en su creencia en el darwinismo social y en su teoría de la historia racial, por lo cual el más débil debía caer en beneficio del más fuerte. Así las cosas, según su punto de vista, hay tres valores decisivos en lo que al destino de un pueblo se refiere: el valor de la sangre o la raza, el valor de la personalidad y su espíritu guerrero o espíritu de supervivencia. Estos tres valores, encarnados por la "raza aria", corrían, bajo el punto de vista de Hitler, un riesgo mortal por culpa de los tres "vicios" del "marxismo judío": la democracia, el pacifismo y el internacionalismo.
Con todo, solo una minoría del partido nazi consideraba el antisemitismo como la cuestión principal, siendo un tema menos atractivo a la hora de conseguir seguidores como lo podían ser el anticomunismo, el nacionalismo o el desempleo. Aun así, constituyó un elemento clave en el reclutamiento entre los jóvenes, hasta el punto de convertirse en el trampolín para que los nazis pudiesen llegar a dominar las universidades alemanas ya hacia 1930, y fue relativamente fácil propagarlo entre las clases médicas y profesorales, donde se fomentó la competitividad con los numerosos judíos presentes en ellas.
El movimiento hitleriano fue un fenómeno minúsculo y marginal políticamente hablando hasta la elección del Reichstag en mayo de 1928. Sin embargo, el nazismo se fue extendiendo en las zonas rurales y la clase media urbana ya a finales de la década, justo en plena crisis económica, permitiendo que en las elecciones de septiembre de 1930 el partido se convirtiese en la segunda fuerza política de Alemania. Dos años después, sería la primera. Durante esos años, el mensaje nazi se centró más en la necesidad de un nacionalismo integral antes que en insistir en el antisemitismo, habida cuenta de que Hitler había percibido que no era el elemento más efectivo para captar votos por no ser una preocupación de primer orden entre el electorado.
No obstante, fue empleado con gran efectividad para exacerbar los agravios locales, para satisfacer los afanes anticapitalistas radicales de las bases de las SA y para reforzar las campañas callejeras contra los partidos marxistas.
En este contexto, en 1931 el jefe de las SS Heinrich Himmler y Richard Darré fundaron la «Oficina General de la Raza y la Repoblación» (conocida por sus siglas RuSHA, de Rasse-und Siedlungshauptamt) y en 1932 un grupo de nazis fundó el «Movimiento de la Fe» de los alemanes cristianos, para radicalizar los ideales antisemitas, anticatólicos y antimarxistas en el nacionalismo alemán.
Las políticas antisemitas del nazismo
El acceso de Hitler al poder en enero de 1933 marcó el final de la emancipación judía en Alemania. Durante los seis años que siguieron, un siglo entero de integración de los judíos en la sociedad germana iba a quedar anulado de forma completa y brutal. Desde el principio, los nazis instauraron una orgía de terror dirigida contra oponentes políticos y judíos, a quienes se sometió a la violencia arbitraria de los matones que integraban las bandas de merodeadores de las SA.
Entre 1933 y 1939 se aprobaron en Alemania más de 1.400 leyes contra los judíos.
Tras abrirse en marzo el campo de concentración de Dachau, adonde se enviarían, como en los otros 50 que se crearían durante el año (hasta 1945, los nazis construirían más de 1.000 campos), a los miles de sospechosos enemigos del régimen, la primera gran actuación del gobierno nazi contra el, aproximadamente, medio millón de judíos alemanes (menos del uno por ciento de la población) fue la declaración oficial para el 1 de abril de 1933 de un boicot económico contra las tiendas y negocios judíos:
En todo el país las Tropas de Asalto nazis y las SS colgaron carteles con los siguientes avisos: «No compréis a los judíos» y «Los judíos son nuestra desgracia». Escribieron la palabra Jude (judío) y pintaron la estrella de seis puntas de David en amarillo y negro en miles de puertas y ventanas. Se apostaban de forma amenazante delante de las casas de abogados y médicos y en las entradas de las tiendas. Se «animaba» a los alemanes a que no entraran mientras los judíos eran arrestados, golpeados, hostigados y humillados.
La reacción de la población alemana fue desigual, pero la impresión causada en los judíos fue demoledora.
El 4 de abril, el periódico Jüdische Rundschau incitó a los judíos alemanes a portar la estrella amarilla identificativa, como una forma de reivindicar con orgullo su identidad judía.
Pocos días después, el 7 de abril, se aprobó la «Ley para la Renovación de la Función Pública Profesional», que, en virtud de su párrafo tres o, como fue conocido después, su «Párrafo ario», desplazó al retiro a todos los funcionarios de origen no ario (exceptuando a los veteranos de guerra), esto es, cualquier persona que tuviera un padre o abuelo judío. Siguieron diversas leyes que excluyeron del ejercicio profesional a multitud de abogados, jueces, fiscales, notarios y médicos judíos (estos, desde el 3 de marzo de 1936 perdieron el derecho de ejercer en hospitales públicos), y diversas medidas contra intelectuales judíos (universitarios, artistas, escritores...), muchos de los cuales (en 1933, unos 2.000), entre ellos Albert Einstein, hubieron de emigrar. También hubo otro tipo de leyes encaminadas a entorpecer la vida social de los judíos: una ley que prohibía la preparación ritual judía de la carne; una ley que, pretendiendo reducir la masificación en las escuelas y universidades, limitaba la admisión de nuevos alumnos judíos, dejando obligatoriamente su número global por debajo del 5%; una ley que prohibía a los médicos judíos trabajar en hospitales y clínicos públicos; una ley que impedía a los judíos optar a licencias para farmacias, etc. En cuanto a la ley que excluyó a los judíos de las asociaciones deportivas, impidió finalmente la participación de la casi totalidad de los atletas judíos alemanes en los Juegos Olímpicos de 1936, con la excepción de Helena Mayer, que vivía en California y que estaba categorizada como Mischlinge, además de ser, físicamente, alta y rubia.
La iglesia luterana se opuso a las sanciones de empleo y económicas contra los judíos.
Obviamente, este tipo de leyes implicaba algún tipo de mecanismo para certificar el carácter ario, o no, de la población. A tal efecto, se desarrolló una red de oficinas de investigación y de gestión del proceso. Por lo demás, alrededor de 37.000 judíos emigraron de Alemania en 1933.
A finales de abril, Hitler se reunió con los representantes de la iglesia católica en Alemania y les explicó que sus acciones contra los judíos remedaban las realizadas por el catolicismo a lo largo de la historia y que con ellas se hacía un gran servicio al cristianismo.
Durante la noche del 10 de mayo se produjo una quema pública de más de 20.000 libros, muchos de ellos de autores judíos, en las plazas de ciudades de todo el país, lo que pretendía simbolizar el fin de la influencia intelectual del judaísmo en Alemania.
En septiembre, Goebbels, a través de la Cámara de Cultura del Reich, inició un proceso de depuración en el ámbito artístico y cultural, negando la posibilidad de la actividad profesional a los judíos en la prensa, el teatro, el cine y la música. Hacia finales del mes, a través de otro decreto, se excluyó también a los judíos de la profesión de granjero.
Como consecuencia de todo lo anterior, y con el respaldo del Acuerdo Haavara, el primer año de Hitler en el poder provocó la marcha de unos 40.000 judíos de Alemania, casi el 10% de los que había; tras seis años de gobierno nazi, a finales de 1938 se habían marchado del país 200.000 judíos.
Paralelamente, durante 1933 se crearon más asociaciones antisemitas y anticomunistas como la «Asociación General de Sociedades Alemanas Anticomunistas» y el «Movimiento de Creyentes Cristianos Alemanes».
En julio, después de que el Partido Nazi se convirtiese en el único partido legal de Alemania, se despojó de la ciudadanía a los judíos del este que vivían en el país y se aprobó la ley para la Prevención de Descendencia con Enfermedades Hereditarias, que estipulaba la esterilización, por un lado, para aquellas personas que pudiesen transmitir a su descendencia algún tipo de defecto (en consecuencia, antes de 1937 200.000 personas fueron esterilizadas), y, por otro, la eutanasia para los «defectuosos» y las «bocas inútiles», a los que se representaba en ocasiones como bajo el lema de «idiotas» o de «vida sin esperanza». En junio de 1935 se modificaría la ley para incluir la obligatoriedad del aborto en el caso de fetos «incapacitados» de hasta seis meses.
El 17 de septiembre se creó la organización nacional judía Reichsvertretung der Deutschen Juden («Representación en el Reich de los judíos alemanes»), con el objeto de aglutinar a los judíos alemanes y hacer, en la medida de lo posible, frente común para defender sus intereses.
En octubre, una ley de Edición obligó a todo judío vinculado al periodismo a dimitir, en virtud de la necesidad de un periodismo racialmente puro.
Aunque la experiencia del boicot de principios de 1933, no muy seguido por la sociedad alemana, llevó a que la legislación incidiese en minar a los pequeños comerciantes y profesionales judíos, por provocar menos perjuicios a la economía en general, en 1935 la cuarta parte de las empresas judías se habían ya arizado. Y a partir de junio de 1938, cuando la economía estaba recuperada, se inició el expolio y la expropiación de las propiedades judías, lo cual implicó la emigración de unos 120.000 judíos.
El 1 de enero de 1934 se eliminaron oficialmente las fiestas judías del calendario alemán.
El 24 de marzo, el mismo mes en que se produjo un violentísimo pogromo en Gunzenhausen, se retiró oficialmente la ciudadanía a los miembros de la comunidad judía.
Paralelamente a las decisiones gubernamentales al respecto, se fueron incrementando las llamadas Einzelaktionen o acciones individuales contra los judíos por parte de elementos de las SA, actos violentos y sádicos contra ellos. Especialmente virulentos fueron los altercados producidos en el centro de Múnich el 18 y el 25 de mayo de 1935, culminación de una larga campaña incitada por el gauleiter Adolf Wagner, ministro del Interior de Baviera. Con todo, el rechazo de la población obligó a señalar como culpables a unos supuestos «grupos terroristas».
En mayo, Rudolph Hess creó la «Oficina de política racial del Partido Nacional-Socialista Alemán de Trabajadores».
En 1934 se publicó también el libro de Ernst Bergmann titulado Veinticinco puntos de la religión alemana, en el que se afirma que Jesús no era judío sino un guerrero nórdico asesinado por los judíos; por otro lado, se fundó el «Instituto de Biología Hereditaria e Investigación sobre las Razas» en la Universidad de Frankfurt am Main.
A finales de 1934, unos 50.000 judíos emigraron de Alemania.
Tras prohibir en abril que los judíos se pudiesen exhibir con la bandera de Alemania y expulsarlos en mayo del ejército, la mala imagen exterior que generaba todo este tipo de acciones, y la convicción de que se promovían desde el gobierno actos de vandalismo contra los judíos, se resolvió con la promulgación en septiembre de 1935 de las leyes raciales de Nuremberg, con las que se intentó contentar tanto a la burocracia del partido nazi como a sus elementos más radicales.
Leyes de Nuremberg
Las leyes "para la protección de la Sangre y el Honor Alemanes" despojaron oficialmente a los judíos de los derechos ciudadanos que todavía conservaban; también proscribieron los matrimonios y las relaciones sexuales extramaritales entre judíos y súbditos del Estado que fueran "de sangre alemana o afín", y vetaron a los judíos la posibilidad de emplear en sus casas a sirvientas alemanas de menos de 45 años (presumiblemente por miedo a que los hombres judíos pudieran seducir a jóvenes alemanes y engendrar hijos con ellas); asimismo, prohibieron que los judíos enarbolaran la bandera nacional (la esvástica) o los colores del Reich. La Ley de Ciudadanía del Reich proporcionaba igualmente una nueva definición de quién era judío y quién no lo era. (...) El objetivo declarado de las leyes (...) era, según el propio discurso de Hitler ante el Reichstag, "encontrar una solución civil definitiva [eine einmalige säkulare Lösung] para el establecimiento de una base sobre la cual la nación alemana pueda adoptar una mejor actitud hacia los judíos [eine erträgliches Verhältnis zum jüdischen Volk].
Como comentario a las mismas, Hitler utilizó por primera vez expresiones tajantes respecto al futuro que les podría esperar a los judíos, si las leyes no llegasen a ser suficientes para controlarlos; en concreto, habló de la posibilidad de dejar el problema en manos del Partido Nacionalsocialista para que le buscase una solución definitiva (zur endgültigen Lösung).
Las leyes de Núremberg y la celebración de los Juegos Olímpicos en Berlín hicieron posible un periodo de tranquilidad física para los judíos, que duraría hasta 1938; en agosto de 1935, Hitler y Hess habían llegado incluso a prohibir las acciones individuales contras los judíos. Sin embargo, los proyectos de recrudecimiento de la actitud de los nazis respecto de los judíos siguieron adelante.
En esta línea, se emitió ese mismo mes de septiembre la primera orden de aplicación de la ley de Ciudadanía del Reich por la que ningún judío podía ser ya ciudadano del mismo, lo que implicaba que no podían votar sobre asuntos políticos, ni ejercer cargos públicos. Además, se distinguía a los judíos completos (lo que tenían tres abuelos judíos, como mínimo) de los parciales (dos abuelos judíos y que no fuese practicante ni tuviese cónyuge judío), esto es, la categoría del mestizo o Mischlinge, categoría en la que entraron entre 250.000 y 500.000 ciudadanos. A su vez, el mestizo podía ser de primer y segundo grado (un abuelo judío y ser practicante o tener cónyuge judío).
El 7 de septiembre de 1936 se creó un impuesto del 25% sobre todos los bienes judíos de Alemania.
En 1937 Hitler declaró que durante los dos o tres años siguientes la cuestión judía se habría de arreglar de un modo u otro, y a finales de ese año, con la consecución del pleno empleo en Alemania, la intención de expropiar y eliminar a los judíos de la economía alemana se hizo clara. Consecuentemente,
a finales de 1937, y bajo la presión constante, innumerables negocios judíos perdieron toda su clientela, se vieron obligados a hacer grandes liquidaciones, y emigraron o se trasladaron a ciudades más grandes, donde pudieron continuar una existencia entre las sombras durante algún tiempo, hasta acabar situándose al margen de la sociedad, retirados, amenazados y perseguidos.
El 28 de marzo de 1938, todas las organizaciones judías perdieron definitivamente su estatus oficial y un mes después, el 21 de abril, un decreto excluyó a los judíos de la economía nacional, estipulando además la toma de sus bienes. Desde ese momento, los judíos hubieron de registrar todas sus propiedades y bienes por valor superior a los 5.000 marcos, con el objeto final de poder ser subastadas entre los no judíos.
El 9 de junio la principal sinagoga de Munich fue incendiada por los nazis y el 10 de agosto la de Nuremberg. El 15 de junio todos los judíos con alguna condena previa, independientemente de su gravedad, fueron detenidos. El 25 se restringió la atención de los médicos judíos a pacientes judíos y un mes después se les cancelaron sus licencias. Al tiempo, se dio orden de que todos los judíos de Alemania solicitasen tarjetas especiales de identificación y que, como segundo nombre, los hombre judíos tomasen el genérico de Israel y las mujeres el de Sara (un año después, en agosto de 1939, se emitió por parte de las autoridades nazis un listado de nombres permitidos para los niños judíos). El 6 de julio se ordenó que desapareciese antes de fin de año cualquier negocio judío. El 20 de septiembre todas las radios de propiedad judía fueron confiscadas y desde el 27 de septiembre, se les prohibió a los judíos ejercer la abogacía y desde el 5 de octubre todos sus pasaportes fueron marcados con una gran «J» roja.
El 28 de octubre Alemania expulsó a los 17.000 judíos con ciudadanía polaca, que quedaron abandonados en la frontera, en Zbaszyn, al no aceptarlos Polonia. El 15 de noviembre todos los alumnos judíos fueron expulsados de las escuelas alemanas.
El Holocausto
La noche de los cristales rotos y el comienzo de las deportaciones y los guetos
En marzo de 1938 Alemania se anexionó Austria, y con ellos incorporó a su población a los cerca de 200.000 judíos austriacos. Como herramienta para alcanzar la aspiración nazi de liberar a Alemania de la población judía, Viena se convirtió en el primer lugar en el que se pondría en práctica la que sería, a partir de entonces, una constante política nazi: la deportación de la comunidad judía de su territorio. Previamente, hubo
una campaña de intimidación particularmente violenta y brutal, [en la que] las SA obligaron a los judíos a fregar las calles de la ciudad con pequeños cepillos bajo la mirada de una multitud que se mofaba de ellos, los negocios pertenecientes a aquella minoría fueron expropiados a la velocidad del rayo y los matones nazis austríacos saquearon sin contemplaciones los hogares judíos.
El antisemitismo ya presente en Austria sirvió para desbordar las medidas antijudías, hasta el punto de que llegaron a servir de modelo para las tomadas en la propia Alemania. Una campaña de detenciones provocó el traslado de unos mil judíos a campos de concentración, entre ellos el de Mauthausen.
Entre las medidas y acciones tomadas contra los judíos de Austria más destacables, estuvieron que se les privó de la ciudadanía, que sus organizaciones y congregaciones perdieron toda financiación gubernamental y que, además, en los primeros meses de anexión, 78 de los 86 bancos vieneses de propiedad judía pasaron a manos nazis.
La consecuencia inmediata fue una oleada de emigración judía tanto de Alemania como de Austria (el 4 de junio, por ejemplo, emigró de Viena Sigmund Freud, con 82 años). La Conferencia internacional de Evian, en Francia, promovida por Estados Unidos con el objeto de tratar el tema de los refugiados judíos, se resolvió con excusas generalizadas por parte de todos los países presentes para no acoger a un número sustancial de judíos.
Al frente de la gestión del procedimiento industrial para la emigración forzada de los judíos de Viena, se situó desde la misma primavera de 1938 a Adolf Eichmann. En seis meses, expulsó a cerca de 45.000 judíos y antes de mayo de 1939 más del 50% de la población judía (unos 100.000) se había ido de Austria. En octubre de 1939, invadida ya Polonia, se inició la deportación de los judíos austriacos hacia campos de trabajos forzados en ese país. En febrero de 1941 se inició la deportación a guetos en Polonia, como los de Kielce y Lublin, adonde se fueron enviando unos 1.000 judíos de Viena cada semana.
La primera deportación en masa se produjo en octubre de 1938, cuando 16.000 judíos de origen polaco fueron expulsados de Alemania, siendo abandonados en la frontera con Polonia, que les negó la entrada. El hijo de uno de ellos, Herschel Grynszpan, que residía en París, reaccionó asesinando al tercer secretario de la embajada alemana en París. La propaganda nazi calificó la acción como declaración de guerra y como un acto más de la conspiración judeomasónica mundial. Así, un día después de la muerte del diplomático, el 10 de noviembre, tuvo lugar la noche de los cristales rotos (Reichkristallnacht), pogromo instigado por el ministro de propaganda Joseph Goebbels, pero con la expresa aprobación de Hitler, que constituyó la exhibición pública de antisemitismo más violenta en Alemania desde la época de las cruzadas y un momento decisivo y de gran significación en el camino hacia el Holocausto:
A lo largo y ancho de Alemania, ardieron más de cuatrocientas sinagogas y se saquearon más de siete mil quinientos negocios y otras propiedades judías; por lo menos cien judíos fueron asesinados, muchos más resultaron heridos, y a treinta mil se los despachó de modo sumario a campos de concentración en los cuales sufrirían indecibles ultrajes.
Otra consecuencia directa del pogromo fue que Reinhard Heydrich asumió la coordinación centralizada de la Cuestión Judía.
Las agresiones no solo fueron realizadas por los fanáticos ideológicos del partido nazi, sino también por alemanes corrientes. No hubo, además, protestas públicas significativas por parte de las iglesias.
Dos días después, el gobierno alemán reforzó las consecuencias del pogromo imponiendo una multa de mil millones de reichsmarks a la comunidad judía alemana por lo que se calificó como actitud hostil hacia el Reich y su pueblo. Durante la reunión en la que se decidió la medida, se sugirieron diversas medidas discriminatorias muchas de las cuales serían aprobadas por Hitler el mes siguiente. Básicamente, se puso prácticamente fin a toda actividad empresarial de los judíos, a su libertad de movimiento y a sus relaciones con el resto de alemanes.
Además, 30.000 judíos fueron detenidos y llevados a campos de concentración, donde llegaron a morir unos 10.000.
La radicalización de la actitud hacia los judíos quedó meridianamente reflejada en un artículo del 24 de noviembre de 1938 en el periódico de las SS, Das Schwarze Korps, en el que se afirmaba que tendríamos que enfrentarnos a la necesidad irrevocable de exterminar el submundo judío del mismo modo que, bajo nuestro gobierno de Ley y Orden, solemos exterminar a cualquier otro criminal, es decir, con el fuego y la espada. El resultado debería ser la eliminación práctica y definitiva de los judíos que hay en Alemania, su aniquilación absoluta.
Dos meses después, en el plazo de una semana, haría dos declaraciones explícitas sobre sus intenciones respecto de los judíos: por un lado, el 21 de enero de 1939, en palabras dirigidas al ministro de Asuntos Exteriores checoslovaco, Hitler indicó que los judíos serían destruidos y que su provocación del 9 de noviembre de 1918 no les habría de salir gratis, sino que sería vengada; por otro lado, el 30 de enero, pronunció un discurso en el Parlamento alemán que habría de gravitar sobre todas las decisiones que en adelante se tomarían sobre la cuestión judía. Alardeando de una aptitud profética, afirmó:
Durante la época de mi lucha por el poder, fue en primer lugar la raza judía la que no hizo sino recibir a carcajadas mis profecías cuando dije que algún día asumiría la dirección del Estado y, con ella, la de toda la nación, y que entonces, entre muchas otras cosas, resolvería el problema judío. Sus carcajadas fueron escandalosas, pero creo que, de un tiempo a esta parte, ya solo ríen por dentro. Hoy seré profeta una vez más: si los financieros judíos internacionales de Europa y de fuera de ella logran sumir de nuevo a las naciones en una guerra mundial, ¡el resultado no será la bolchevización de la tierra y, por lo tanto, la victoria de los judíos, sino la aniquilación de la raza judía en Europa.
Hitler recordaría su profecía dos veces en 1942 y tres en 1943, aunque asociándola a una fecha equivocada, el 1 de septiembre de 1939, como forma de vincular el inicio de la guerra a los judíos.
Previamente, en el contexto de sus iniciativas diplomáticas para conseguir que la comunidad internacional se hiciese cargo de la población judía alemana, Hitler había declarado dos meses antes al ministro de Defensa de Sudáfrica, Oswald Pirow, que ya había adoptado una decisión irrevocable sobre ellos y que un día habrían de desaparecer de Europa.
Como consecuencia de esta situación, y tras el establecimiento, además, en enero de la Oficina de Emigración judía dirigida por el jefe de la Gestapo Heinrich Müller, la emigración de judíos aumentó considerablemente, tanto la legal como la ilegal, la cual llevó hacia Palestina, antes del final de 1940, a unos 27.000 judíos.
A partir del 21 de febrero de 1939, los judíos de Alemania se vieron obligados a entregar a las autoridades todo el oro y la plata que tuviesen en posesión. El 15 de marzo de 1939 Alemania inició la ocupación de Checoslovaquia; las SS hubieron de ocuparse de unos 120.000 judíos. En menos de seis meses, más de 30.000 emigraron (19.000 escaparían de Europa), tras haber sido hacinados en Praga. Al final, del total solo sobrevivirían 10.000.
El 30 de abril de 1939 se promulgó una ley que prohibía a judíos y no judíos compartir el mismo bloque de pisos; como consecuencia de ello, se crearon casas judías y guetos en las grandes ciudades que hicieron aumentar el aislamiento social de la población judía. La obligatoriedad de lucir la estrella de David amarilla que entró en vigor en septiembre de 1941, asentó definitivamente ese aislamiento y allanó el camino hacia la invisibilización de los judíos por medios más drásticos.
En 1939, 78.000 judíos abandonaron Alemania y se confiscó por todo el país objetos de valor pertenecientes a los judíos. Finalmente, el 12 y 13 de febrero de 1940 comenzaron las deportaciones de los judíos de Alemania, especialmente desde Pomerania. Los pocos que fueron quedando vieron como se deterioraba completamente su vida civil en el país: prohibición de la emigración (octubre de 1941), disolución de la Liga Cultural Judía (septiembre de 1941), leyes que prácticamente condenaban a la pena de muerte por cualquier infracción (diciembre de 1941), marcado con una estrella de papel blanco de todo hogar judío (marzo de 1942); etc.
Política antisemita en Europa
El principal objetivo de Hitler, tras las distintas anexiones e invasiones de otros territorios y países durante la guerra, fue la limpieza racial de los mismos, en tanto que habían pasado a formar parte de la Gran Alemania. Como corolario de este objetivo y de las consecuencias naturales de una guerra, dos fueron los grandes problemas con lo que se encontró el nazismo: el reasentamiento de los deportados y de los prisioneros de guerra, y la manutención de los mismos. Y aunque, en parte, la política de exterminio fue una salida a ambos problemas, ya en septiembre de 1939 había constancia de las ideas de Hitler sobre la administración de Polonia:
El 12 de septiembre de 1939, el almirante Canaris le comentó al general Keitel que tenía conocimiento de las ejecuciones en masa (Füsilierungen) que estaban planificándose para Polonia "y que tenían que ser exterminados (ausgerottet) la nobleza y el clero especialmente". Keitel le respondió que el Führer ya lo había decidido personalmente. La Wehrmacht tenía que aceptar el "exterminio racial" y la "limpieza política" de las SS y la Gestapo, aun sin querer tener nada que ver con ellas. Ésa fue la razón por la cual, junto con los comandantes militares, hubo también nombramientos de comandantes civiles, sobre quienes recaería el "exterminio racial" (Volkstums-Ausrottung).
La conquista de Polonia, en este sentido, provocó una transformación en el tratamiento de la Cuestión Judía. De repente, Alemania se había encontrado con tres millones de judíos más que gestionar. El trato que se le dio, como judíos del este que eran y por tanto especialmente despreciados y deshumanizados, fue especialmente bárbaro, bastante más allá del trato dado a los judíos de Alemania y Austria. En parte, ello fue debido a la mayor libertad, dado que quedaba lejos la opinión pública alemana y las restricciones legales correspondientes, que se dio al partido y a la policía para tomar iniciativas individuales autónomas. La invasión de Yugoslavia y Grecia en abril de 1941 terminó por ser, también, un desastre para los miles de judíos que allí vivían.
Esto quiere decir que durante el periodo 1939-1941, los nazis no llegaron a elaborar una política clara y coherente sobre qué hacer con los judíos, los polacos y el medio millón de germanos de pura cepa que fueron «repatriados» a territorios anexionados por Alemania. Solo cuando el Warthegau empezó a colapsarse con los judíos llegados de Alemania y cuando la invasión de la URSS multiplicó el problema del movimiento y la manutención de personas, se empezó a pensar más seriamente en la elaboración de planes más o menos precisos para solucionar tales problemas.
En este sentido, fue Himmler quien, por medio de incesantes órdenes verbales dictadas a sus subordinados, llevó a cabo la transición hasta el asesinato indiscriminado de los judíos de uno y otro sexo y todas las edades en julio y agosto de 1941. (...) No obstante, está claro que el asesinato en masa de los judíos de Europa oriental que empezó en ese entonces fue por encima de todo un reflejo de los propios deseos y creencias personales de Hitler, repetidamente formulados tanto en público como en privado durante esos meses.
Al poco de ser nombrado ministro de los Territorios Ocupados del Este, en noviembre de 1941, Rosemberg explicitó estas ideas declarando que esos territorios estaban llamados a ser el lugar de resolución de la cuestión judía; en su opinión, tal cuestión solo podía resolverse mediante la erradicación biológica de todos los judíos de Europa, expulsándolos al otro lado de los Urales o erradicándolos de alguna otra manera.
VERSOS AL HOLOCAUSTO
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
LOS HUMORES SE BORRARON, AQUELLOS AÑOS,
POR BREVES Y LARGOS, POR CULPAS
DE VICIOS POLTICOS DE GENOCIDIO,
Y ACOMETIDAS CONCIENCIAS, DE MENTIRA ENCENAGADA.
QUE JUICIO, EL DEL FINAL.
EL DE LA VERDAD SIN MUNDANALIDAD,
Y CON LA SENCILLEZ DE JUECES NIÑOS;
DE LEVITAS LETRADOS CON ALAS,
DE CREYENTES CON PALMAS DE OLIVOS.
Y ASI ES LA VERDAD, LA DEL RESPETO;
LA DE LA NO MENTIRA, QUE ES SOBERBIA,
-LA DEL DERECHO A OPINAR ENTRE AGUAS BLANCAS-
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
Y ALGO DE MI ORGANISMO, ES ANTIHOLOCAUSTO,
MEMORIA HISTORICA QUE EN INTELIGENCIA
ME GANA, ...
Y GRITO, CON LA RAZON DEL POSTERIORI,
CON IRRITANTES PENSAMIENTOS,
-POR LOS LLANTOS DE APOCALIPSIS-
Y LLORARON, HEBRAICOS ROSTROS,
DAVIDES Y SALOMONES.
ABRAHAM, FUE PAÑUELO DE PLENITUD
POR LA TRAGEDIA DE LOS CORAZONES,
POR VANIDAD DE UNA HUMANIDAD EQUIVOCADA,
-CON LA EXISTENCIA DE LOS GRITOS-
EL ANHELO DEL RESURGIR,
LA INFLAMACION DEL DOLOR,
EL ROBO DE LA PERSONALIDAD.
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
LA OBRA SIN DOGMA NI CREDO.
-SIN RAZON, NI ANIMO DE HUMANO-.
LLENARIA DE VERSOS DE ORO, LOS NOMBRES
DE LOS DEL IRSE SIN QUERER,
SIN ENTENDER,
EL ERROR DEL SIGLO VEINTE.
NIÑOS, CON SUS SESOS ALMIDONADOS,
MUJERES SERRADAS POR SU CINTURA,
HOMBRES RELEGADOS A LA FUERZA,
JOVENES A QUIENES QUITARON EL RESURGIR.
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
MEDIOCRES TIEMPOS,
LOS QUE NO SE JUSTIFICARON, POR IMPUNIDAD.
EL IDIOMA DEL HORROR,
POR MODA INMORAL.
RESIGNACION A LA TESIS CONOCIDA,
LA QUE HIZO HOLOCAUSTO, Y DOLOR.
APENAS, EL INFINITO DE UN POETA
PUEDE SER RETRATO DE LA BARBARIE.
Y ME SECO, AL REFLEXIONAR,
EN LA CONCEPCION MAQUINADA
DE UN CEREBRO DESCEREBRADO,
Y LOS PARTOS DE MUERTE QUE PROCREO.
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
ANSIAS DE ESCLAVIZAR A LOS ASESINOS,
QUE SE ADHESIONARON A LAS ANGUSTIAS, DE UNO,
Y CIEN, Y MIL, Y UN MILLON,
Y VARIOS MILLONES.
ANTE EL ALTAR DE LA UNICA MALDAD,
EL EGOISMO DE LA TRAMA,
LA SINRAZON DE LOS IDIOTAS ASESINOS.
HACCHE Y HACHE, HISTORIA Y HOLOCAUSTO.
CAMPOS SIN PAZ ROMPIENDO EL ENAMORAR,
LA FISONOMIA DE LA MATERNIDAD SIN PODER DAR A LUZ.
Y TISICA MALDAL, HIZO TRISTEZA
DESPINTANDO EL AZUL DE LOS CIELOS,
DONDE EL YO SOY...
OH, QUE NO ME ATREVO A PASAR EL MAR ROJO,
A EMPEÑAR MIS ARMAS,
A CONTENER EL DOLOR.
Y LA MEMORIA SE RESIENTE POR HUMANIDAD,
POR MISERICORDIA.... MUCHOS...
EN CLAMAR ESTABA SU DESTINO.
Y NUNCA EL SILENCIO EN SU CALLAR, RABIO MAS.
LA REALIDAD ESTUVO BORRADA,
Y EL CONTENIDO ESPIRITUAL NO DUDABA
...
EL ULTIMO CORAZON DEL HOLOCAUSTO...
PUDO SER EL NIÑO QUE TOCABA EL ARPA
-COMO UN DAVID PEQUEÑO
ANTE EL GOLIAT HOLOCAUSTO-
...
NUNCA EL SILENCIO, EN SU CALLAR RABIO MAS.
...
Y EN FINAL JUICIOSO,
EL NIÑO DEL ARPA TOCARA...
SIN SILENCIOS.
HUMANISTA ANTONIO MARTINEZ DE UBEDA
VERSE AN DEN HOLOCAUST
ResponderEliminar.
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
DIE LAUNEN SIND VERSCHWUNDEN, JENER JAHRE,
DER KURZE UND LANGEN, DER VERSCHULDEN,
DER POLITISCHEN UNSITTEN DES VÖLKERMORDS.
UND ANGEGRIFFENER GEWISSEN, DER VERKOMMENEN LÜGE.
DES GERICHTS, DES JÜNGSTEN.
DES DER WAHRHEIT OHNE WELTLICHKEIT
UND MIT DER EINFACHHEIT DER KINDLICHEN RICHTER;
VON GLÄUBIGEN MIT OLIVENZWEIGEN,
UND SO IST DIE WAHRHEIT, DIE DER EHRFURCHT;
DER OHNE LÜGE, DIE STOLZ IST,
-DIE DES RECHTS ZU GLAUBEN ZWISCHEN WEISSEN WASSERN-
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
UND ETWAS VON MEINEM ORGANISMUS, IST ANTI-HOLOCAUST;
HISTORISCHE ERINNERUNG DIE IN IHRER KLUGHEIT
MICH GEWINNT, ....
UND ICH SCHREIE, MIT DER VERNUNFT DER NACHKOMMEN,
MIT VERWIRRTEN GEDANKEN,
- DURCH DAS WEHKLAGEN DER APOKALYPSE -
UND SIE HABEN GEWEINT, HEBRÄISCHE GESICHTER,
DAVIDS UND SALOMONS.
DURCH DIE TRAGÖDIE DER HERZEN,
DURCH DIE EITELKEIT EINER FALSCHEN MENSCHLICHKEIT,
-MIT DER EXISTENZ DER SCHREIE-
DIE ENTZÜNDUNG DES SCHMERZES,
DER RAUB DER PERSÖNLICHKEIT.
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
DAS WERK OHNE DOGMA NOCH GLAUBENSBEKENNTNIS.
- OHNE VERNUNFT, NOCH MENSCHLICHER SEELE -.
SIE WÜRDE IN GOLDVERSEN DIE NAMEN FÜLLEN
VON DENEN DES UNGEWOLLTEN WEGGEHENS,
OHNE ZU VERSTEHEN,
DER IRRTUM DES ZWANZIGSTEN JAHRHUNDERTS.
KINDER, ,MIT IHREM GESTÄRKTEN VERSTAND,
FRAUEN ZERSÄGT DURCH IHRE TAILLE
MÄNNER GEWALTSAM VERBANNT,
JUNGE LEUTE, WELCHEN SIE DAS WIEDERERSCHEINEN WEGGENOMMEN HABEN.
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
MITTELMÄßIGE ZEITEN,
DIE SICH NICHT GERECHTFERTIGT HABEN, DURCH STRAFLOSIGKEIT.
DIE SPRACHE DES GRAUENS,
DURCH UNMORALISCHE MODE,
VERZICHT IN DER BEKANNTEN THESE,
DIE DEN HOLOCAUST GEMACHT HAT, UND DEN SCHMERZ.
KAUM KANN DAS UNENDLICHE DES DICHTERS
PORTRÄT DER BARBAREI SEIN.
UND ICH TROCKNE AUS, BEIM NACHDENKEN,
IN DER ERSONNENEN VORSTELLUNG
VON EINEM HIRNLOSEN HIRN,
.
UND DER TODESGEBURTEN DIE ICH ZEUGE.
.
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
,
DRANG DIE MÖRDER ZU VERSKLAVEN,
DASS SIE DEN QUALEN ZUGEFÜHRT WERDEN, VON EINEM,
,
UND HUNDERTEN, UND TAUSENDEN, UND EINER MILLIONEN
UND EINIGEN MILLIONEN.
VOR DEM ALTAR DER EINZIGARTIGEN BOSHEIT,
DER EGOISMUS DER INTRIGE,
DAS UNRECHT DER MÖRDERISCHEN IDIOTEN.
H UND H, HISTORIE UND HOLOCAUST.
FELDER OHNE RUHE, DIE LIEBE ZERBRECHEND
DIE PHYSIOGNOMIE DER MUTTERSCHAFT, OHNE ZUM LICHT GEBEN ZU KÖNNEN.
UND SCHWINDSÜCHTIGE BOSHEIT, DIE TRAURIG GEMACHT HAT
DAS BLAU DER HIMMEL ABWASCHEND,
WO DAS ICH BIN...
OH, DASS ICH NICHT WAGE, DAS ROTE MEER ZU ÜBERQUEREN
UM MEINE WAFFEN ZU VERPFÄNDEN,
UM DEN SCHMERZ ZURÜCKZUDRÄNGEN
UND DIE ERINNERUNG SPÜRT DURCH MENSCHLICHKEIT,
DURCH BARMHERZIGKEIT.... VIELE....
IM VERLANGEN WAR IHR SCHICKSAL.
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
DIE WIRKLICHKEIT WAR AUSGELÖSCHT,
UND DER GEISTIGE INHALT ZWEIFELTE NICHT
...
DAS LETZTE HERZ DES HOLOCAUSTS....
ES KONNTE DAS KIND SEIN, DAS DIE HARFE BERÜHRTE
–WIE EIN KLEINER DAVID
VOR DEM GOLIATH HOLOCAUST-
...
UND NIEMALS IST DIE STILLE IN IHREM SCHWEIGEN ZORNIGER GEWESEN.
...
UND AM BESONNENEN ENDE,
SPIELTE DAS KIND DER HARFE
OHNE SCHWEIGEN.
AMDEU LINDEN.
ANTONIO MARTINEZ DE UBEDA