lunes, 9 de febrero de 2015

861.- Los reformatorios de mujeres fueron cárceles ocultas y legales en manos de religiosas


Imágen de Peñagrande en 1959, publicada en la web de antiguas internas



Los reformatorios de mujeres fueron cárceles ocultas y legales en manos de religiosas


La escritora catalana Consuelo García del Cid publica ‘Las desterradas hijas de Eva’, una obra en la que la narra el cruel destierro que sufrieron muchas menores consideradas “caídas o en riesgo de caer” durante el franquismo y la transición.


JOSEFINA GROSSO 
@FinaGrosso

La transición llegó tarde para muchas mujeres. Durante los cuarenta años de franquismo y hasta mediados de los 80 decenas de miles de menores pasaron por centros a cargo del Patronato de Protección de la Mujer por ser consideradas “caídas o en riesgo de caer”, una vara de medir ambigua y en sintonía con la moral de la época que consideraba inmoral desde vestir falda corta, besarse en público, acudir a una manifestación o contestar a los progenitores.

"España estaba ocupada en su transición e ignoró por completo a las menores encerradas, ajenas a una realidad oculta bajo los muros de su propia vergüenza”. De esta manera arranca Las desterradas hijas de Eva, una obra que la escritora catalana Consuelo García del Cid juró escribir cuando se despidió de todas sus compañeras de destierro en el patio del reformatorio de Las Adoratrices, en el que estuvo encerrada durante dos años. Una promesa de la autora que hoy es una realidad que quiere que ser difunda.


El título del libro, Las desterradas hijas de Eva, es muy metafórico. ¿Por qué desterradas?

Porque lo que vivimos muchas jóvenes, ahora ya mujeres, fue un destierro. La labor de estos centros era la de apartar a las menores de su entorno, arrancarlas de su casa y aislarlas del mundo. Y de Eva, porque Eva era un nombre mal visto en la época franquista y yo recordé entonces una frase de la Salve que es: “A ti clamamos…las desterradas hijas de Eva”. Es que además no solamente era el encierro de las menores en los reformatorios, sino que la que no se adecuaba a las normas terminaba en un manicomio y se le tachaba de enferma mental, cuando no lo estaban, en Ciempozuelos. Y justamente este psiquiátrico de Ciempozuelos tenía un ala que la llamaban la de las “patronatas”. Jóvenes que entraban ahí sin un diagnóstico claro y que estaban encerradas. 

¿La transición llegó tarde para las mujeres?

La transición llegó mucho más tarde para las jóvenes encerradas. Yo misma viví la muerte encerrada en un centro. Como también lo hicieron decenas de miles de adolescentes y no tan adolescentes ya que la mayoría de edad se fijaba en estos centros a los 25 y no los 21 establecidos en la época. Para ellos no pasaba nada, ese régimen casi carcelario permaneció hasta el 84, cuando Franco ya estaba bien muerto y enterrado. La gran mayoría no tenía ni idea de la existencia de éstos centros ni de lo que sucedía en ellos, por eso me metí yo, porque lo conocí desde dentro y me juré que lo haría. Cuando vives algo desde dentro entras en otra realidad. Fue una forma de sistema penitenciario oculto y legal que estaba en manos de órdenes religiosas y que dependía directamente del Patronato de la Mujer, institución que dependía a su vez del ministerio de Justicia. Existía todo un aparato con un claro objetivo adoctrinante. Sin duda, la transición llegó tarde para las desterradas a cargo del Patronato.
"Poco a poco fui asimilando que España era una especie de gran campo represor"

¿Cual era la función del Patronato de Protección de la Mujer?

El patronato de la mujer asumía la guardia y custodia de las que llamaban "caídas o en riesgo de caer” con una mayoría de edad fijada en los 25 años. Si una menor estaba bajo la tutela del patronato les pertenecía y la estancia allí dependía directamente de tu comportamiento y de los informes de las monjas, que les cayeras mejor o peor o fueras más o menos obediente, rezaras más o menos. 

Era una institución fascista dependiente del Ministerio de Justicia y dirigida por Carmen Polo de Franco en la que se criminalizaba a la mujer, se la encerraba y se la sometía. Menores de todos los puntos del país, repudiadas por sus padres muchas veces, o denunciadas por cometer algún acto considerado impúdico por aquél entonces, podían caer en las redes de los centros del patronato en los que sufrían todo tipo de vejaciones, encierro y trabajo casi esclavo incluso estando embarazadas.

El sistema era como el penitenciario. Te podían ir cambiando de centro cuando les diera la gana. El traslado era una manera de castigo, te llevaban a uno de la misma orden pero más severo. Ellos querían evitar que se entablaran amistades. No querían grupos. No querían nada que fuera significativo. Existía el castigo del aislamiento, habitaciones acolchadas, intentaban anularnos, insertarse su moral. 

En estos centros se crearon, además, lo que fueron los primeros cursos de formación profesional que existieron en España. Eran los cursos de Producción Popular Obrera y se impartían en reformatorios y cárceles. En Las Adoratrices, centro en el que estuve yo encerrada, el curso de Auxiliar de Clínica, lo impartía el Doctor Vela y yo le veía todas las tardes. Vela estaba claramente relacionado con el Patronato. El día que le vi en la tele implicado en la trama de robo de bebés entendí muchas cosas.
"Te podían llevar a un reformatorio por besar a un chico, por acudir a una manifestación..."
En el libro destacas el nombre de dos órdenes religiosas: Las Cruzadas Evagélicas y las Trinitarias, órdenes que hoy en día siguen en activo…

Fíjate que es curioso porque actualmente éstas órdenes están vinculadas a la “protección de la mujer” y temas de tratas. Es alucinante. Obviamente, no pueden seguir encerrando como encerraban. Pero han convertido el cometido inicial que tuvieron de rescatar a la mujer “caída o en riesgo de caer”. Siguen trabajando con madres solteras, con jóvenes víctimas de trata de blancas... 

¿Qué entendían por “caídas o en riesgo de caer”?¿Qué tipo de jóvenes cumplían éste ambiguo perfil?

Pues la verdad que cualquier cosa. Porque esto hay que trasladarlo a la época franquista. Entonces la vara de medir iba en función de su moral. Entonces desde ir a una manifestación, llevar una falda corta, fumar por la calle, no ir a clase, besarte con un chico en público, hasta llevar un bikini o contestarle a tu padre. Bueno y quedarte embarazada ya era lo peor que te podía pasar. Se quiso crear un patrón moral femenino. Y ese patrón que ya estaba creado lo impone a la fuerza el Patronato de protección a la mujer, presidida por Carmen Polo de Franco. 

Sin ir más lejos, creo que las propias propias nietas de Franco hubiesen sido carne de Patronato.  Esto es un compartimento estanco colocado en esa laguna de la memoria histórica, que no le interesaba a nadie. Y menos que alguien lo sacara a la luz, claro. 

Muchas terminaban en manicomios y ellas no tenían problemas psiquiátricos. Otras entraban con depresión que les generaba el infierno en el que vivían. Pero esto no se cuestionaba. O eras una puta, una terrorista o estabas loca, no había más. Lo fuerte es que se extendió hasta el 84. Es algo increíble. Hay mucha gente que lo niega, claro. 

Las muertes se camuflaban. El Patronato se cerró por la muerte de una interna en San Fernando, que se suicidó. ¿Pero cuántas se mataron en silencio? Cuando se suicidó la chica en San Fernando en el 84  se intentó maquillar como un intento de fuga y hubo muchos suicidios. En la maternidad de Peñagrande se tiraban por las escaleras. La realidad era insoportable. Las que te dicen que no era para tanto era porque en su casa estaban peor. Por ejemplo, llegaban niñas de 12 años que aún jugaban con muñecas y nadie se preguntaba nada.

Usted estuvo en uno de estos reformatorios, ¿cómo llegó ahí?

Yo era de pago. Mi familia pagó mi estancia ahí. Me detuvieron en una manifestación en defensa de Salvador Puig Antich en Barcelona. El médico de cabecera de mi familia de toda la vida entró en mi habitación, me puso una intravenosa y me desperté en Madrid, desorientada y sin saber qué había pasado. Algo que hoy en día sería ilegal, un escándalo, pero en aquella época se hacía con total impunidad. Yo tenía ideas políticas, estaba en contra del régimen. Me prohibían hablar porque para ellos yo tenía el demonio en el cuerpo. Me decían que era nociva y podía dañar el espíritu de las demás y llegó un momento en el que casi me lo creo. Mi problema era que pensaba. Estuve dos años, desde los 15 a los 17.
Cuando empecé a manejar documentación vi nombres de personas implicadas que tienen cargos importantes en el Partido Popular
En el libro usted cuenta que salir de los centros era misión imposible, ¿cómo consiguió salir de allí?

Tuve mucha suerte. Yo estuve dos años como te dije en Las Adoratrices, en Calle Padre Damián 52 de Madrid. Y al cabo de un año y pico me escapé y como tenía una tía mía que vivía en Madrid la llamé y me fui con ella. Acabé en otro centro en Barcelona, El Buen Pastor, un centro que según las monjas era mucho peor pero en el que puedo decir que tenía más libertad y estuve mucho más cómoda. Incluso recibí remuneración por mi trabajo, cosa que en Las Adoratrices ni las gracias. La presión religiosa era mucho menor. Podíamos hablar con todo el mundo, algo que no era habitual porque lo que pretendían era anularnos. A mi me visitó en Barcelona el psicólogo y al ver mi ficha no entendió por qué estaba ahí encerrada. Y una mañana vino una monja y me dijo “sales hoy”. No me lo podía creer. Y ese día, cuando me despedí de todas en el patio, les dije que aunque pasaran 50 años escribiría esto y España entera se enteraría de lo que nos habían hecho. Finalmente lo hice. 40 años después. 

Menciona también que durante la investigación le cerraron muchas puertas incluso organizaciones y personas que se suponían a favor de la lucha por la memoria histórica

Me cerraron todas las puertas. Porque cuando yo empiezo, que lo hago completamente sola, no tenía nada y necesitaba documentar todo. Y fue una labor complicadísima. “No te metas en esto” o “deja este tema, estás loca” fueron las frases que más tuve que escuchar. Me sorprendió que personas que se suponía que estaban implicadas en la defensa de la memoria histórica me dijeran “no te metas en esto, esto es peligroso”. Poco a poco lo entendí. Cuando empiezas a manejar documentación y empiezas a ver nombres de personas implicadas que viven y que tienen incluso cargos importantes, como miembros activos del Partido Popular que no han perdido su estatus, los médicos a los que no les ha pasado nada... Es algo que estaba ahí oculto y obviamente nadie quería que saliera a la luz.

¿Ha recibido algún tipo de amenaza o coacción durante la investigación o la publicación del libro?

Sí, he recibido hasta amenazas de muerte anónimas. Y tuve un episodio que me aterró. Una vez en un aeropuerto en Austria dos señores se acercaron y me dijeron que si era Consuelo García del Cid y que querían hablar conmigo pero en ningún momento se identificaron. Eran españoles y pasé mucho miedo, evidentemente no accedí. 

Mientras investigaba y se documentaba sobre la maternidad de Peñagrande y los centros dependientes del Patronato se topó con la impactante historia de los preventorios…

Sí. No había escuchado la palabra preventorio en mi vida. Fue gracias al testimonio de una mujer, Icíar, que había estado en la maternidad de Peñagrande y que en uno de los encuentros que tuvimos me contó que de pequeña había estado en un preventorio, concretamente en el de Doctor Murillo de Guadarrama. Me contó lo que se vivía a en estos macabros centros y yo aluciné. Tanto que modifiqué el libro, que tenía ya casi listo para entregar, y agregué el tema de los preventorios, que eran auténticos campos de concentración para niños, al más puro estilo nazi. 

¿Existió una idea común de adoctrinamiento en éstos centros, tanto de los reformatorios y las maternidades como en los preventorios?

Sí, era un método adoctrinador desde la infancia. Era el patrón nacional impuesto por el régimen. Se adoctrinaban desde la infancia. Querían anularnos y formarnos en los valores de su moral, que imponían y era la única que daban por válida. Recuerdo una vez discutiendo con una de las monjas del reformatorio en Madrid, me quedé mirándola y le dije: ¿sabe lo único que usted no puede controlar? Mi cabeza. Usted no está en mi cabeza. Era la verdad. Solo te quedaba tu cabeza. Podían no dejarte leer determinados libros y no dejar que te relacionaras pero tú seguías pensando. Yo poco a poco fui asimilando que España era una especie de gran campo represor. 

Las mujeres salían de los centros estigmatizadas y marcadas para el resto de su vida. Esto se debe saber. Yo estuve allí, yo soy una de ellas. Me movilizó mucho el proceso de escritura de Las desterradas hijas de Eva, pero sin duda si para algo me sirvió es para convertir en causa lo que vivimos. Si  alguien me ha ayudado han sido las víctimas, estamos unidas por lo que nos paso. No es solo un libro, es ya una causa, nadie se queda indiferente. 




Internas en el Reformatorio de San Fernando de Henares (Madrid), dependiente del Patronato de Protección a la Mujer, en 1966.


Así era la vida de las 'caídas' del franquismo en los reformatorios de Carmen Polo 


Tres mujeres que fueron encerradas por el simple hecho de pensar por sí mismas y querer ser libres cuentan su experiencia en 'Las desterradas hijas de Eva'. La obra de Consuelo García del Cid homenajea a las grandes olvidadas de una dictadura especialmente opresora con las mujeres.


JOSEFINA GROSSO 
@FinaGrosso

MADRID. - Tiene 66 años y estuvo diez encerrada en reformatorios franquistas, gran parte de su niñez y toda su adolescencia. Asegura que las heridas siguen abiertas y que las cicatrices no se las quita nadie porque las tiene “en el alma”. El franquismo le quitó a Encarnación —y a otras miles de mujeres— la juventud, la frescura de esos años en los que las condenaron a encierros eternos, vejaciones y todo tipo de malos tratos. La Transición las olvidó, España estaba demasiado ocupada e ignoró “por completo a las menores encerradas, ajena a una realidad oculta bajo los muros de su propia vergüenza”. Así lo cuenta Consuelo García del Cid en su obra de investigación Las desterradas hijas de Eva. Ellas son las verdaderas desterradas. Caídas, así las llamaban, unas por rebeldes, otras por rojas, pero todas condenadas a ser salvadas de caer en el pecado.

El franquismo les quitó la juventud, la frescura de esos años en los que las condenaron a encierros eternos, vejaciones y todo tipo de malos tratos.
Monjas Trinitarias, Oblatas, Adoratrices y de las Cruzadas Evangélicas estaban al mando de estos centros del horror que dependían de la institución dirigida por Carmen Polo de Franco, el Patronato de Protección a la Mujer. A él se llegaba a través de redadas callejeras, denuncias de familiares, de curas del barrio o de vecinos. Entrar era sencillo. Salir, misión imposible. Una vez que las menores entraban en los centros, su patria potestad pertenecía al Patronato y ni siquiera los progenitores podían hacer mucho al respecto.

Disciplina militar y horas de trabajo interminables y sin remuneración alguna centraban el proceso de reforma de estos centros en los que se mezclaba a todo tipos de chicas, desde prostitutas hasta jóvenes cuyo único pecado era revelarse contra lo establecido.


Marcadas de por vida

Hay veces que la realidad supera la ficción. El relato de Encarnación es, como ella misma destaca, una copia de la película Los niños de San Judas: estuvo diez años encerrada. Primero entró en el reformatorio de las monjas josefinas (Lleida) porque “no tenía a nadie, sin más” y luego cayó en manos del Patronato. Su madre la abandonó con tan solo ocho años, su abuelo republicano estaba preso y su abuela a duras penas se podía hacer cargo de ella. Entró en 1959, con 11 años, en un centro dependiente del Tribunal Titular de menores, que describe como “una pesadilla”. “Lo pasé fatal, recibíamos palizas día sí y día también”, asegura aún, a pesar de los años, con la voz entrecortada. 

Después, Encarnación llegó a Madrid y pasó cinco años encerrada en el temido y polémico reformatorio de San Fernando, el mismo que en 1984 cerró sus puertas debido a la controvertida muerte de una interna menor, acabando con décadas de injusticias. Episodio lleno de claroscuros del que se hizo eco la prensa más progresista de la época. “Muchas veces veíamos que se fugaban y dejábamos de verlas, los suicidios se tapaban”. Aunque la experiencia fue dura, Encarnación aclara que “aunque suene fuerte” en Lleida lo pasó mucho peor.

Marian tiene el ‘pack’ completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por un preventorio y por San Fernando
La suma de los días de Encarnación Hernández Cotet hasta sus 21 años se resumen en la realidad común que comparten las desterradas, la anulación continua. “A mí como sabían que mi abuelo estaba preso por republicano, me llamaban despectivamente la roja” y asegura además que su nombre desapareció en sus años de encierro siendo sustituido por un número que seguramente nunca olvide, el 90. 

Marian tiene el pack completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por el preventorio Doctor Murillo de Guadarrama —centro antituberculoso para niños sobre el que pesan multitud de testimonios sobre el trato inhumano bajo sus muros— y luego, en el centro de Las Oblatas le robaron a su niña. Algo que, asegura, no es casual. 

En el Preventorio de Guadarrama estuvo sólo unos meses, y asegura que allí sufrió todo tipo de malos tratos y vejaciones con tan solo siete años. Si su paso por el preventorio antituberculoso fue algo para olvidar, su estancia en el reformatorio de Las Oblatas, es digno de una obra de Dickens. Era rebelde, le gustaba salir y tomarse algo en una terraza con amigos: una aberración para la moral de la época.

Fue su propio hermano, perteneciente al grupo Acción Católica, quien, como consideraba inapropiada la actitud de su hermana, decidió ponerla en manos del Patronato y confinarla al destierro. “Mi hermano comió la cabeza a mis padres, alegó ante las autoridades que era nada más y nada menos que una prostituta y me encerraron”. Aún le cuesta hablar del tema, asegura que lo vivido allí es casi surrealista, asegura que una vez estuvo un mes encerrada en una celda de castigo por defender a otra interna. Sus padres, al percatarse de la situación en la que vivía, intentaron en varias ocasiones rescatarla. No tuvieron éxito. Una vez que la menor entraba a formar parte del Patronato la custodia dejaba de ser de los progenitores. Acabaría escapándose para no volver, con 18 años.

“Mi hermano le comió la cabeza a mis padres, alegó ante la autoridades que era nada más y nada menos que una prostituta y me encerraron”

Encarnación recuerda con claridad a las chicas que llegaban a San Fernando de la maternidad de Peña Grande con los pechos vendados asegurando que les habían quitado allí a sus hijos. “Cuando salió a la luz tema de los niños robados até cabos y entendí muchas cosas”. Marian puede hablar del tema con conocimiento de causa. A ella le dijeron que su bebé estaba muerto, en la clínica San Cristina en la calle O’ Donnel. No cree que sea algo casual. Considera que el robo de su hijo está íntimamente relacionado con el hecho de haberse fugado del reformatorio. Lo sigue buscando. 

Ambas están aún en tratamiento psiquiátrico, las heridas no cicatrizan a pesar de los años. “El médico ya me ha dicho que no me voy a curar, tengo 61 años y no he podido superarlo”, afirma resignada. “Tenía muchas ganas de contarlo, aún no lo he superado. Me marcó de por vida” sentencia Encarna.

“Sólo las que fuimos desterradas sabemos lo que pasamos y hasta qué punto ha influido en nuestras vidas”

Sus historias recogidas para siempre

Consuelo García del Cid escribió Las desterradas hijas de Eva por la promesa que hizo cuando se despidió de todas sus compañeras de destierro en el patio del reformatorio de Las Adoratrices, en el que estuvo encerrada durante dos años. Un juramento de la autora catalana que ha logrado sacar a la luz el horror que ella misma vivió en carne propia. “Consuelo ha sido un ángel para nosotras, ha luchado mucho para sacar todo esto a la luz”, aseguran muchas de las afectadas.

Cuando Consuelo relata a Público “su paso por los infiernos” destaca la indefensión absoluta que sentía, el dolor de un castigo cuyo motivo no entendía, la privación de libertad, de sentirse presa. “No sólo nos abandonaron, nos olvidaron por completo en manos de un sistema que encerraba menores por nada y la palabra rebelde era sinónimo de delincuente”. No tiene odio, ni siquiera rencor. Simplemente, desde que salió del reformatorio, sentía que tenía la responsabilidad moral de que se supiera algo que estaba postrado a la amnesia histórica. “Sólo las que fuimos desterradas sabemos lo que pasamos y hasta qué punto ha influido en nuestras vidas”, concluye. 





Presas republicanas en la cárcel madrileña de Ventas. M. Á. M.


"Las chicas que se negaban a ir con los guardias eran fusiladas"

Un aterrador informe relata los abusos sexuales y la represión moral del franquismo en la comarca de Gran Bilbao, la zona obrera de Bizkaia.

DANILO ALBIN @Danialri

BILBAO.- Historias de miedo y sufrimiento. Historias silenciadas. Historias convertidas, por fin, en testimonios que ya nada ni nadie podrán borrar. Tras varios meses de trabajo, la asociación de investigación histórica Elkasko ha conseguido plasmar la represión específica que sufrieron las mujeres en la comarca del Gran Bilbao, una de las zonas del Estado español con mayor incidencia obrera. Los abusos sexuales, los fusilamientos y las estrictas medidas morales del régimen forman parte de este informe, que cuenta incluso con un apartado didáctico sobre el horror. 

"Nos planteamos hacer algo que luego se pudiese utilizar a nivel de educación secundaria y de centros para adultos, por lo que hemos incluido una serie de pautas tanto para los docentes como para los alumnos", explica a Público Belén Solé, una de las autoras —junto a Beatriz Díaz— del mencionado estudio, titulado Era más la miseria que el miedo. Mujeres y franquismo en el Gran Bilbao: represión y resistencias. "Queremos que la gente también haga sus propias pesquisas", continúa esta catalana afincada desde hace ya varios años en Sestao. 

El informe cuenta con los testimonios de 21 personas, en su mayoría mujeres, nacidas entre 1914 y 1963 en la zona obrera de Bizkaia. "Estas historias de vida forman parte de una base de datos que sigue aumentando con nuevos testimonios y cuyo objetivo es ofrecer una visión sobre las transformaciones sociales de la Ría del Nervión a lo largo del siglo XX", señalan sus responsables. Al igual que en el resto del Estado español, la época más atroz comenzó el 18 de julio de 1936, tras el alzamiento franquista contra la República.


"Si bien la represión en general cuenta con muchos análisis, su impacto entre las mujeres ha sido muy poco investigado", afirma Solé. En ese sentido, el informe destaca que "hubo mecanismos de represión específicamente dirigidos contra las mujeres y una vivencia de la represión entre las mujeres distinta, en algunos aspectos, de las experiencias vividas por los hombres". El apartado de las violaciones es, precisamente, uno de ellos. "La violencia sexual que sufrieron las mujeres tanto en los centros de detención como durante la ocupación de las tropas franquistas fue una forma de represión de género, una forma de someter a la población por medio del terror y la vergüenza", subrayan las autoras.

Encarnación Santamaría, una de las vecinas de Sestao entrevistadas por las historiadoras, supo desde pequeña que la dictadura no sólo fusilaba por razones ideológicas. "Mi madre nos contaba que había chicas muy guapas, también jóvenes, que como no querían ir con los guardias, las fusilaban. Por la noche, porque no querían ir con ellos… preferían morir antes que ir con ellos", relató. Miren Begoña Sánchez, otra de las voces que aparecen en el informe, también rememoró este tipo de atrocidades. "He oído contar a mi familia de Elgeta cómo los moros que venían con las tropas de Franco tenían carta blanca y allí debieron de hacer atrocidades con las mujeres —explicó—. Y a una que desapareció del pueblo, la encontraron en el monte muerta, toda hinchada, toda reventada".
La violencia sexual es difícil de investigar porque "era y es practicada en un contexto social de permisividad o de impunidad", dicen las investigadoras

"También en los centros de detención era habitual que las mujeres sufrieran abusos sexuales como forma de presión durante los interrogatorios. Esta forma de violencia, ejercida de forma sistemática, fue más frecuente durante la guerra y en la primera etapa del franquismo. Más adelante, en los años 60–70, se visibilizó en espacios públicos como las manifestaciones, donde las mujeres eran insultadas por la Policía y agredidas por grupos de extrema derecha", señala el estudio. Según destacan sus autoras, “la violencia sexual es un aspecto de nuestra historia aún poco conocido y difícil de investigar, porque esta forma de violencia era y es practicada en un contexto social de permisividad o de impunidad, fundamental para permitir que las situaciones no afloren o que las denuncias no sean consideradas”.

De esta manera, los abusos sexuales cometidos por los franquistas acabarían cubriéndose por el miedo y el silencio de las víctimas: "La culpabilización y la falta de credibilidad que se imponía sobre las mujeres afectadas y sus familiares evitaban la denuncia y desembocaba en el silencio, que durante décadas ha permanecido". Palmira Merino, vecina de Sestao y testigo de esa época, dio fe de ello. "No es como ahora que todo se cuenta. Eso quedaba en secreto. Eso nadie lo contaba. Sabíamos que las habían llevado pero no sabíamos lo que les habían hecho. Y ellas jamás lo han contado. Eso era como… algo tremendo", describió.

Medias por decreto
La dictadura también ejerció una fuerte represión moral sobre las mujeres del Gran Bilbao. Uno de los máximos exponentes de aquella "gloriosa cruzada" fue el alcalde de Barakaldo, José María Llaneza, quien llegó a prohibir que las vecinas saliesen a la calle sin medias debajo de sus faldas. De acuerdo a los testimonios recogidos por las historiadoras, el jefe de los alguaciles era quien se encargaba de comprobar que ninguna mujer violase esta inédita norma. En el caso de los hombres, el alcalde les prohibía pasearse en manga de camisa. 

El informe incluye extractos de la ordenanza municipal firmada por Llaneza, en la que dictaminaba cómo debían vestir sus vecinas y vecinos a partir de ese momento. Allí se lamentaba que muchas mujeres de Barakaldo transitaban "en formas poco correctas y decorosas en sus vestido y ademanes, so pretexto de recrearse en las playas, haciendo como digo gala en calles y plazas a las idas y regreso de estos lugares de su escandalosa desenvoltura y desvergüenza, exhibiendo sus piernas sin recato de sus medias y simulando ir vestidas".

"Hoy todo esto puede parecer pintoresco, pero hay que tener en cuenta que se trató de una auténtica cruzada moral", destaca Solé. Las consecuencias aún son visibles entre la población: a pesar de los años transcurridos, las investigadoras se toparon con personas que seguían teniendo miedo a relatar sus vivencias. El terror, para muchas y muchos, quedó grabado en la memoria.