Carta de Carlos III a su hijo
el Príncipe de Asturias
«Muchos dias ha, Hijo de mi corazon, que pensaba hablarte á solas sobre algunos asuntos importantes, y por ultimo me he resuelto á ponerlo por escrito, porque asi se imprimen mejor las especies, y tu podras reflexionarlas con madurez. Te pido que lo hagas meditandolas bien, porque bien, que por tu caracter vivo, y poca experiencia no lo juzgues muy claro, te aseguro que son de la mayor consecuencia para ti, y que si no lo remedias vendrá un dia, en que te arrepentiras; el amor que te tengo, y el deseo de que te vayas proporcionando á ser con el tiempo un Gran Rey me mueve á darte estos consejos, y bien comprenderás, que á no ser mi cariño tan grande, hubiera yo procurado salvar por otros medios los inconvenientes de que voy á hablarte.
Entre un Padre, y un Hijo, entre un Rey, y un Principe heredero, no cabe diversidad de intereses; bien lo conoces, y así cuanto pueda redundar, en servicio, y gloria del uno, debe el otro mirarlo como propio; y lo mismo lo que es desaire, ó poca satisfaccion del uno, debe serlo igualmente del otro, añadiendo á todos estos motivos y verdades, la consideracion particular, de que llevo al cabo del año muchos afanes y sinsabores, solo para dejarte un Reyno floreciente.
El mayor mal de un Gobierno, es la falta de union, ó en los dueños, ó en los que dirigen los diferentes ramos. Un navío no —130→ anda si las velas son encontradas; igual daño causa en un Estado el que realmente subsista esta desunion, ó que haya apariencias para que el público las crea; entonces nadie obedece; todos se atreven en la confianza de ser sostenidos, sino por unos, por otros; se encubre la verdad, los embrollos triunfan, y la envidia, odios y fines particulares juegan á mansalva en la Corte, y quien lo paga al cabo es el Soberano, y el Estado.
Meditalo, pues, que gente ruin, y mal intencionada movida de fines particulares haya procurado sorprender con cautela tu ánimo, fiándose en tu corazon cándido, incapaz de juzgar en otros las malicias que aborreces, y en la poca experiencia que tienes de los dobleces de que son capaces los hombres, que hayan desaprobado en tu presencia disposiciones mías pasadas, ó presentes, encubriendo su fin malvado, con la capa de compadecerme, por que me engañaban, ó se me encubria la mitad de las cosas, que te hayan dicho que yo protegia hechos ó personas, sin cabal conocimiento, y prefiriendolas á otras de mas merito.
Es menester que entiendas, que el hombre que critica las operaciones del Gobierno, aunque no fuesen buenas, comete un delito, y produce entre los vasallos una desconfianza muy perjudicial al Soberano, porque se acostumbran á criticar, y á despreciar todas las demas.
Lo que es cierto, que si no han hablado en tu cuarto, en tu presencia, ó en la de tu mujer del modo que sospecho, no hay duda que el público lo ha inferido, autorizado por observacion, notada de todos, que tu y tu mujer recibiais con ceño y poco agrado, á los que yo distinguia, ó remuneraba, y agasajabais en su presencia á unos trastos despreciables, lo que hace mas sensible la diferencia.
Para que veas que no me ciego en mi opinion, con gusto entraré contigo, en examen sobre las disposiciones pasadas, y presentes, y sobre todos los sujetos, sus méritos verdaderos, y servicios, y veras si me han engañado, ó si me han encubierto las mas. Si resultase asi estoy pronto á mudar de dictamen; pero repara que es diferente, el que á mi solo digas tu modo de pensar, ó el que lo manifiestes á otros, ó permitas que hablen: el uno puede ser util, el otro es mas perjudicial de lo que piensas.
Para que comprendas el efecto que causan estas exterioridades, es menester que entiendas, que nada es indiferente en los Principes; que de ellas saca sus ilaciones el publico; y que los Soberanos, y los Principes, con el buen trato á quien lo merece, se ganan los corazones, y con el malo los enagenan, y es preferible que nos sirvan por amor, que por interes.
Lo que debes saber por conclusion es, que sea cierto, ó no, que en tu cuarto se haya murmurado, con libertad, y corre por el Reyno que hay dos partidos en la Corte, el daño que esto puede causar no es ponderable, y es mas contra ti, que contra mi pues lo has de heredar, y si creen que esto suceda ahora entre Padre, y Hijo, no faltaran gentes, que con los mismos fines, sujeriran á las tuyas de hacer lo mismo contigo. Bien sé que no lo piensas, ni que es tu ánimo, estoy mas que seguro de esto; pero basta que por exterioridades, que has creido indiferentes, y que veo no has reflexionado, las gentes lo hayan inferido, y apoyadas de esta señal lo publiquen.
Se trata pues de evitar esta opinion tan perjudicial, y de fatales consecuencias; no hay otro método que echar de cerca de ti los que han murmurado, y que todos conozcan que los desprecias, agasajar á los que has tratado con poco agrado, y que por mi tienes bien recibidas, y aplaudir siempre todas las resoluciones que se tomen, y defenderlas, quedándote la puerta abierta para decirme despues al oido tu dictamen si no te pareciesen acertadas; te oiré siempre con gusto.
Reflexiona, Hijo mio de mi vida dos cosas: La primera que casi todos los asuntos, y negocios pueden mirarse con buen, ó mal semblante, no estando los sujetos bien enterados del fondo de ellos, y asi es facil que los que te hablan los pinten á su idea, ó por malicia, ó por ignorancia, para sacar de ti alguna palabra, señal, ó gesto que acredite desaprobacion. La segunda que los que buscan sátiras, pasquines, ó papeles sediciosos, para llevártelos, ó te vienen con murmuraciones, faltan á su honor, y conciencia, y consiguientemente no aspiran al mejor servicio de Dios, ni del Rey.
De nuestra desunion real, ó aparente resultaría el trastorno general del Reyno, nada podria emprenderse en honor de la Monarquia, —132→ por que los ánimos que lo debiesen ejecutar, serían enemigos de la empresa, creyendo hacerse un mérito con el partido contrario, que lo desaprobase, y de todo ello se aprovecharían las Potencias enemigas de la España. Bien vés Hijo mio de mis entrañas, que conociendo este grave mal faltaría á Dios, á mi conciencia, al Reyno, y al amor que te tengo, si no procurase atajarle por todos los modos posibles.
(Fernando VII)
Espero pues hallar en ti un apoyo, y un consuelo; que sostendras con tus discursos y acciones cuanto se disponga, y mande, y que daras el ejemplo á los vasallos, del respeto y veneracion, con que deben mirar las providencias del Gobierno, segun lo exigen el servicio de Dios, el bien de estos Reynos, y tu mismo interes personal, para que cuando llegues á mandar seas igualmente respetado y obedecido.
Por último quiero hacerte otra observación importante. Las mujeres son naturalmente débiles, y lijeras; carecen de instruccion, y acostumbran mirar las cosas superficialmente, de que resulta tomar incautamente las impresiones que otras jentes, con sus miras, y fines particulares, las quieren dar. Con tu entendimiento basta esta observación, y advertencia general. Tu propia reflecsion, si te paras con flema á examinar las cosas, y á oir todas las partes, te abrirá los ojos, y te hará mas cauto, como yo lo soy á fuerza de experiencias, y de no pocos años y pesares.
Te protesto Hijo mio, que mi corazon recibe el mayor consuelo en tener contigo este paternal desahogo; espero que corresponderas á mi ternura, haciéndote de este papel una meditacion diaria, y teniendo presente en tus discursos y acciones los Consejos, que aqui te doy, con la prevencion, que á nadie, nadie de este mundo, debes enseñar este papel, y solo consiento que lo enseñes á tu Hijo Heredero, cuando sea grande, si lo necesitase; y te abrazo de todo mi corazon. Dios te haga feliz.
Tu padre que mas de corazon te ama=Carlos=»
Esta carta escrita con la mayor reserva, retrata al Rey prudente que cree indispensable dirigir á su hijo, inmediato sucesor, sensatas advertencias y las mezcla con el cariño de un padre que sólo desea el bien y la felicidad de su hijo querido. El deber que se impone, y el amor que todo lo domina, descubren ante la historia, —133→ lo que como Rey y como padre fué Carlos III, sin que puedan abrigarse dudas respecto de este punto. Y la carta reservadísima, que sólo podía ser enseñada al heredero de Carlos IV, llegó á tener algo de profética; pues algunos años después, en el cuarto del Príncipe de Asturias, más tarde Fernando VII, se conspiró de la misma manera contra el monarca reinante, dando ocasión á la célebre causa del Escorial.
La historia enseña que la rebeldía es difícil de extirpar cuando penetra en la morada de los Reyes.
En el campo de la literatura y de la historia, ha revestido excepcional importancia el desarrollo y florecimiento del estilo epistolar, recientemente ilustrado y discutido en la Real Academia Española; pero si las correspondencias epistolares, ora diplomáticas, ora oficiales, ora privadas, fueron y serán siempre perenne manantial de datos para el historiador, acrecen su importancia cuando en secreto se escribieron, y cuando expresaron consejos de padres á hijos, de Reyes á Príncipes herederos en materia tan importante como es siempre la alta gobernación del Estado, y la unión de ideales que debe existir entre el monarca y su inmediato sucesor.
Reinaba en España Carlos III. Comprometido por el célebre Pacto de familia á declarar la guerra á la Gran Bretaña, unió su suerte á la de Francia, y ambas midieron sus armas con su poderosa rival, y ambas fueron vencidas, teniendo que aceptar la humillante paz de 1762, que obligó á España á ceder á Inglaterra —128→ la Florida con el fuerte de San Agustín y la bahía de Panzacola y todo lo que España poseía en el continente de la América Septentrional al Este ó al Sudeste del río Misisipí, recibiendo en cambio, por generoso donativo de la Francia, la Luisiana, como medio de terminar las reclamaciones que de antiguo existían entre los gabinetes de Madrid y de Versailles; territorio que hubo de someter por la fuerza el Teniente General D. Alejandro O'Reilly, realizando sangrientos castigos, relatados en la Gaceta de Madrid de 18 de Junio de 1770.
Coincidieron estos hechos con la expedición de D. Juan Ignacio Madariaga á Puerto Egmont de donde violentamente desalojó á los ingleses que lo habían fortificado, colocando á España en la necesidad de declarar nuevamente la guerra á Inglaterra, para lo cual le alentaban los propósitos belicosos del Conde de Aranda, que llegó á redactar un verdadero plan de guerra, contando con el apoyo de la Francia y las Dos Sicilias y la neutralidad del Austria. Afortunadamente prevalecieron los prudentes consejos del Marqués de Grimaldi, Secretario de Estado; y cuando la Francia sumisa á la política que inspiraba Mad. Du Barry, hizo saber á Carlos III, que prefería el partido de la paz, el Príncipe de Maserano, representante de España en Londres presentó, en 22 de Enero de 1771 la célebre Declaración, ofreciendo reparar el agravio inferido á la bandera inglesa en la Gran Maluina, llamada por los ingleses Isla de Falckland, como se reparó, entregando al oficial autorizado por S. M. británica el puerto y fuerte llamado Egmont, con toda la artillería, municiones y efectos de guerra.
Las disensiones entre Aranda y Grimaldi, á propósito del negocio de las Maluinas, estimuladas por su distinto carácter, originaron dos partidos políticos, llamado el uno aragonés, y el otro el de los golillas, reflejando en ellos las antiguas rivalidades entre el elemento civil y militar. En 1773 los deseos del Conde de Fuentes se vieron satisfechos, y el Conde de Aranda le sustituyó en la Embajada de París, donde prestó buenos servicios á la causa española; pero sus amigos los aragoneses en la corte de Madrid, estimaron que debían extremar todos los medios para derribar al Ministro Grimaldi, y escogieron el cuarto del Príncipe de Asturias como centro de las intrigas cortesanas.
Las desgraciadas empresas africanas fueron duramente criticadas por el Conde de Aranda desde París, y comprendiendo el Marqués de Grimaldi que había llegado la ocasión de dimitir el Ministerio, lo hizo así en sentido mensaje de 9 de Noviembre de 1776, obteniendo la satisfacción de ver cumplido su deseo, y de suceder al Conde de Floridablanca en el cargo de Embajador de España en Roma.
A este último período debe referirse, puesto que no tiene fecha, la importantísima carta que el Rey. D. Carlos III escribió á su hijo el Príncipe heredero, demostrándole la necesidad de la unión de miras y propósitos entre el Rey y su inmediato sucesor; y criticando lo que se hacía en el cuarto del Príncipe de Asturias, donde se murmuraba contra las resoluciones del Rey y contra los consejos de los Ministros.
Por Manuel Danvila y Collado
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