martes, 27 de diciembre de 2011

68.- Dos secretos de ANTONIO MACHADO y PILAR DE VALDERRAMA





Dos secretos de Antonio Machado 
y Pilar de Valderrama:
La oscura Canción VIII y el nombre de Guiomar




VICENTE PÉREZ DÍAZ

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En la Canción VIII de las “Otras canciones a Guiomar” de Antonio Machado, de oscuro significado, descubrimos una clara alusión a otro poema de Pilar de Valderrama, último amor del poeta, que ilumina el significado de la poesía machadiana, a la vez que identifica a su Guiomar.

Se difunde luego una clara asociación entre Pilar de Valderrama y cierto personaje histórico llamado Guiomar, que explicaría por qué Machado la llamó así en sus versos. Se conjetura sobre el motivo por el que Pilar de Valderrama pudo haber ocultado esta conexión.

Antonio Machado se casó con Leonor a los 34 años, en junio de 1909. Dos años después Leonor contrajo la tisis y tras luchar con ella doce meses falleció en agosto de 1912. Ese amor y ese duelo marcaron toda la vida y la poesía de Machado hasta su muerte en febrero de 1939. Y siendo esto verdad –la cabida del corazón humano es infinita-, once años después de morir Machado comenzamos a enterarnos de que, aunque lo ocultó a todos, el solitario viudo volvió a encontrar en 1928, a sus 53 años, un nuevo amor, platónico esta vez, que iluminó su vida desde entonces. Nadie supo de su enamoramiento, y mucho menos de su amada (Pérez Ferrero, 1952; Cano, 1960: 130; 1982: 175; Moreiro, 1982: 31), pues su condición de casada forzó hasta el final tanto el secreto como la castidad de este segundo amor. A su muerte, había en su «Cancionero apócrifo», que agrupaba esas composiciones suyas que él fingía salidas de la pluma de otros poetas, varias poesías de amor y de olvido dedicadas a una Guiomar, muchas de ellas puestas en la pluma de uno de sus apócrifos, Abel Martín, ilustrando los propios amores de ese viejo maestro imaginario. No se llegaban a entender bien, pero eran bellas. El libro que en 1950 desveló este amor de Machado publicando retazos de sus emocionadas cartas (Espina, 1950), para ocultar el nombre de su amada lo sustituía por el de aquella Guiomar de sus poesías. En 1981, la poeta Pilar de Valderrama permite que dos años después de su muerte se publiquen sus memorias con este elocuente título: Sí, soy Guiomar (Valderrama, 1981); en él la autora se presenta, resume la historia de este amor y fotocopia y transcribe desordenadamente las treinta y seis cartas que pudo conservar de las más de doscientas que le escribió Machado. En 1994, Giancarlo Depretis ordena y estudia sistemáticamente esas cartas (Depretis, 1994), que hoy encontramos en la recopilación de Jordi Doménech (Machado, 2001; 2009).
Tras las revelaciones de Pilar de Valderrama se pudieron atar otros cuantos cabos sueltos y encontrar más significados a esas canciones a Guiomar, que fueron aclarándose un poco, lográndose incluso iluminar casi por completo alguna de las que estaban en las más oscuras tinieblas. Es el caso del Soneto V de S.LXIII «De mar a mar, entre los dos la guerra» que hasta su conexión con Pilar de Valderrama con la que encaja como la pieza de un puzzle se creía una más de las poesías de guerra llena de significados metafóricos. Pero quedan todavía muchas ambigüedades y puntos oscuros en varias de ellas, aún mal interpretados o no resueltos de ninguna manera hasta hoy. Quizá eso sea lo que ha dado pie a que todavía haya quien, resistiéndose a identificar a Guiomar con Pilar de Valderrama, considere, en una reinterpretación de toda la poesía y filosofía de Machado, que con ese nombre se refiere a Leonor (Baamonde 2006; 2009), o que sencillamente se trata de uno más de los apócrifos que creó Machado sin conexión con ningún personaje real (Del Barco 2008), teoría que el autor apoya en datos que no consigue probar (Pérez Díaz 2010).

Muestro aquí dos curiosos datos. Uno de ellos ilumina una de las más oscuras canciones a Guiomar. El otro da la clave de por qué Machado utilizó ese nombre. Y ambos conectan con tal fuerza a Guiomar con Pilar de Valderrama que bastarían por si solos para invalidar cualquier otra hipótesis sobre la identidad de Guiomar, aun cuando no vinieran a sumarse a las otras innumerables pruebas que hasta ahora ya vinculaban a una con la otra sin género de duda.


I.- La oscura canción VIII

Una de las poesías a Guiomar más extrañas y difíciles de desentrañar sigue siendo la Canción VIII de CLXXIV «Otras Canciones a Guiomar (A la manera de Abel Martín y de Juan de Mairena)» que Machado incluyó en la última edición de 1936 de sus Poesías completas. Pero hay en estos versos algo que puede ayudarnos a empezar a comprenderlos. Se trata de una conexión específica, una clarísima referencia que hace el poeta en esa Canción VIII a Guiomar a unos versos que Pilar de Valderrama le dedica; y lo que hace inequívoca esta referencia es que los versos de Pilar tratan de algo sumamente extraño y peculiar; inconfundible. Este gesto prohibido de aludir a Pilar en sus poesías, que pudiera desvelar su secreta relación puede hacerlo Machado sin miedo en esta ocasión porque la de Pilar es una poesía forzosamente inédita; secreta como las cartas de cuyo contenido formaba parte. Sólo la casualidad ha hecho que se descubra, pues creo que es el único fragmento de las cartas de Pilar de Valderrama que conocemos al reproducirlo ella en su libro. La poesía de Antonio Machado es una de las más raras; él, casi siempre tan claro, nos obsequia con unos versos abstrusos a los que nadie ha encontrado un significado inteligible.




VIII


Abre el rosal de la carroña horrible
su olvido en flor, y extraña mariposa
jalde y carmín, de vuelo imprevisible,
salir se ve del fondo de una fosa.
con el terror de víbora encelada,
junto al lagarto frío,
con el absorto sapo en la azulada
libélula que vuela sobre el río,
con los montes de plomo y de ceniza,
sobre los rubios agros
que el sol de mayo hechiza,
se ha abierto un abanico de milagros
-el ángel del poema lo ha querido-
en la mano creadora del olvido…



¿A que no se entiende nada? Muchos lo admiten (Valverde, 1986: 253; Sánchez Barbudo, 1989: 431; Gibson, 2006: 533) pero otros han intentado explicarla (Diego, 1975; Sesé, 1980: 572; Macri, 1993; Baamonde, 2009: 595), sin conseguir convencer al lector llano.

Sin embargo, si enhebramos los acontecimientos y los ponemos uno junto al otro y en el orden en que se sucedieron, veremos cómo se va recuperando algo de la claridad perdida, y no hará falta que yo añada ningún comentario para que a ningún lector le quepa duda a qué hace referencia el poeta y empiecen a iluminarse esos versos con un significado más a ras de tierra y menos esotérico de lo que viene pareciendo en los últimos setenta años. Veamos:

A primeros de noviembre de 1930, una deprimida Pilar de Valderrama, quizás influenciada por sus vivencias en la cercana noche de ánimas y día de difuntos, sentidos y vividos entonces infinitamente más que ahora, escribe su cotidiana carta a Antonio Machado. Él la recibe el lunes 10 de noviembre de 1930 y se emociona hasta el llanto al leer los versos que contiene. Los comenta con estas palabras:

Lunes. Noche. Segovia. Llego a Segovia, vida mía, con la esperanza, la seguridad de una carta tuya. Me dicen que está aquí desde ayer. En ella encuentro tus versos maravillosos, que me han hecho llorar y que guardo sobre mi corazón. La última estrofa, sobre todo, sólo se escribe con el alma cuando se es grande poeta, como tú, diosa mía lo eres. Si no está anticuado… Es verdad, Leopardi, Heine, y nuestros florentinos son anticuallas; pero con ellos vas en buena compañía- ¡Gracias, diosa de mi alma! Pero ¡cuidado! Que eso a que la poesía alude, no puede ser. No. Por ese camino iré yo antes que tú. Así debe ser, diosa mía. ¿No eres tú la gloria y la luz de este mundo? ¿Qué sería de él sin ti? Las diosas son inmortales, en todos sentidos. ¿Sabes?… (Depretis, 1994: 220)

Intrigados, vamos ansiosamente a los libros de poesía de Pilar de Valderrama a buscar los versos a que puede referirse Machado, pero nuestro esfuerzo es vano, pues ella nunca los da a la luz y sólo se aviene a reproducirlos póstumamente en 1981 en sus memorias (Valderrama, 1981: 53), pues la evidente referencia a su amor al poeta los hace impublicables. Estos son los versos. Ella no lo dice pero a todos los comentaristas les ha resultado evidente (Depretis, 1994: 222; Gibson, 2006: 469). Y a cualquier lector:

TESTAMENTO DE UN AMOR IMPOSIBLE. 



Si yo me muero antes que tú, irás algún día
a esperarme en secreto allí, en nuestro rincón.
Me verás a tu lado como me ves ahora
y me leerás tus versos con temblorosa voz.

Si yo me muero antes, volverás una tarde
a buscarme en la fronda de aquel viejo jardín.
Te sentarás de nuevo sobre el banco de piedra
junto a la fuente aquella que te hablará de mí.

Si yo me muero antes, recogerás mis versos
y formarás con ellos un breviario de amor
que será tu breviario, como si en él tuvieras
el signo de la vida y de la religión.

Si yo me muero antes, como en las noches nuestras
en nuestro Tercer Mundo yo te iré a visitar.
me sentirás lo mismo que si estuviera viva,
¡que para ti, esas noches, he de resucitar!

Si yo me muero antes, llegarás a mi tumba
a llorar y a llevarme una muda oración.
y una rosa sangrienta cortarás de su rama
que subirá a buscarte desde mi corazón.

… Y al fin, irás un día a tenderte en el suelo.
¿Cerca o lejos? ¡Qué importa! Por la vida pasó
este amor sin mancharse, y al reencontrarnos luego,
con mi mano en tu mano, te llevaré hasta Dios.


Sea grande o pequeña la calidad de estos versos, su valor emotivo a los ojos de un enamorado Antonio Machado es innegable. Y…, sí, creo que ya os habéis fijado. Repasemos el quinto cuarteto y volvamos al primero de la Canción VIII de Machado. ¿Hacen falta más comentarios? Ahora el sentido de esa Canción VIII comienza a ser tan claro como nos tiene acostumbrados Antonio Machado en la mayoría de sus versos. Nos faltaba la clave ¿Cuántas más nos faltan para tantos otros versos machadianos que seguimos intentando explicar con mistificaciones? Busquemos esas claves convencidos de que Machado era sencillo y claro en sus imágenes.
Espero haber proporcionado a los investigadores con esa misma rosa emergiendo de la misma fosa, una primera base de aproximación al significado de estos versos. Y, además, como hecho colateral, esa imagen tan rara, tan inhabitual, conecta de forma tan directa y específica la canción a Guiomar de Antonio Machado con otros versos previos de Pilar de Valderrama a su poeta, que aunque no hubiera otras mil pruebas de ello bastaría para certificar que, para Machado, Guiomar no era otra que Pilar de Valderrama.
II.- El nombre de Guiomar

E indagando otras pequeñeces sobre este último amor de Antonio Machado me he dado de bruces con un tesoro que quiero compartir. Di con él, o más bien, dio él conmigo, como quien choca al andar con una invisible puerta de cristal, pues no se hallaba escondido debajo de ningún celemín, sino que relucía sobre un luminoso candelero, bien visible desde todos los lados, como un castillo en lo alto de una loma. No presento aquí un descubrimiento original. En el medio donde lo hallé es algo sabido por todos desde siempre, pero que sigue siendo sorprendentemente ignorado fuera de ese reducido entorno, por más que haya sido publicado y requetepublicado por la profesora de literatura Paz Nágera Salas y la periodista Macarena García Calderón (Nágera, 1989; García Calderón, 1995) sin que hasta ahora haya logrado difundirse en los medios machadianos. Espero que este nuevo empujón lo acerque un poco más a esos círculos.

Aquel amor tardío

Recordemos la historia del último amor de Antonio Machado: En junio de 1928, a sus 53 años, un viudo y solitario Antonio Machado, catedrático de francés del Instituto de Segovia, conoce casualmente a Pilar de Valderrama, de 39 años, madrileña de la alta sociedad, casada y madre de tres hijos, con grandes inquietudes culturales y autora de varios libros de poesía y teatro que no la han sobrevivido. Al instante el poeta es fulminado por un enamoramiento que le revoluciona. La conexión es mutua, pero al estar casada, Pilar le frena en seco y sólo acepta su relación en el plano de una inocente amistad. El embeleso del poeta le obliga a someterse a esa gran limitación –«con tal de verte, lo que sea»- y encauzando sus ansias, desde entonces hasta 1936 en que las circunstancias les separan definitivamente, mantienen una secreta relación de citas semanales, siempre en lugares públicos, y también un correo secreto a razón de una o dos cartas por semana en las que el poeta vierte todo su corazón a «su diosa». Dijimos ya donde pueden leerse hoy las únicas treinta y seis cartas que han sobrevivido de las más de doscientas que escribió el poeta. No se conserva ninguna de las respuestas de Pilar. Murió Antonio Machado en febrero de 1939 sin revelar nada de este amor ni a sus más íntimos y tras su muerte Pilar siguió guardando el secreto. Pero en 1950 su amiga Concha Espina le hace ver que un hecho tan significativo en la vida del poeta, tan esencial para la interpretación de su pensamiento y de su obra no podía pertenecerle a ella por entero. Atendiendo a ese argumento Pilar autoriza la publicación de fragmentos de las cartas (Concha Espina, 1950), que dan fe cierta del amor del poeta pero ocultan el nombre de la amada bajo el de Guiomar, esa misteriosa figura femenina a la que Machado había escrito desde 1929 aquellas poesías apócrifas de amor y olvido que ya hemos comentado. A esta expansión de Pilar siguieron otros treinta años de cerrado mutismo hasta que en 1981, dos años después de su muerte, aparece su libro de memorias deliberadamente póstumo: Sí, soy Guiomar, con la copia íntegra de las treinta y seis cartas (Valderrama, 1981).

Guiomar y el Cancionero Apócrifo

Y leídas las cartas a Pilar entendemos cómo siendo Antonio Machado poeta y albergando la explosión de emociones que se trasluce en ellas, sintiera desde junio de 1928 una necesidad casi «profesional» de cantar a su amada. Pero las circunstancias de su relación le vetaban hacerlo en público. Así, muy al principio, lo hace en secreto y Pilar de Valderrama nos habla del «bello soneto que me envió a poco de conocernos dentro de un tomo del Dante “Perdón madona del Pilar si llego”» (Moreiro, 1982: 231), pero citar en esos versos el verdadero nombre de Pilar le obliga a mantenerlos inéditos para siempre y esa no era la vocación de Antonio Machado cuya alma vivía de publicar sus poesías. No era sencilla la solución, pues incluso el publicar sin nombres versos en los que se mostrara enamorado sería correr el riesgo de que por el hilo de su amor se llegase a descubrir el ovillo de su enamorada, cosa que no se podía permitir. Así que para poder dar salida a su vocación manteniendo a la vez el secreto a que estaba obligado debía utilizar un escondite. Y usó dos escondites superpuestos; el primero fue, según todos admiten, el cambiar en sus versos el nombre de Pilar por el de Guiomar, con la misma rima. El segundo fue incluir los versos a Guiomar en su Cancionero Apócrifo, es decir entre esos versos que él hacía como que inventaba para fingirles obra de otros poetas, simulando así que los sentimientos que expresaban esas poesías no eran reales de su propio corazón sino inventados para el corazón de ficción de su apócrifo Abel Martín.

¿Por qué Guiomar?

Pero, ¿por qué ese nombre? Otros mil había con el mismo sonido bajo el que esconder el de su amada y así ¿por qué eligió precisamente el de Guiomar? ¿De dónde viene? Leemos los principales textos sobre el tema y nadie lo sabe en esos círculos: Pilar de Valderrama dice que lo ignora o que no fue por nada concreto (Valderrama, 1981: 88) -aunque yo creo que ella conocía el motivo y que lo oculta deliberadamente por razones que ahora se entenderán-; en las pocas cartas que nos han llegado de Machado no se toca ese tema; y hasta los trabajos de estas dos investigadoras ningún otro de los comentaristas y biógrafos del poeta ha sabido desentrañar esta cuestión (Cano, 1960: 116; 1982: 173-74; Ruiz de Conde, 1964: 153-92; Valverde, 1978: 241; Moreiro, 1982: 57; De Luis, 1988: 102; Macri, 1989: 977-78; Sesé, 1990: 330, 338; Depretis, 1994: 20; Gibson, 2006: 441-42; Del Barco, 2008: 537-38). Todos enuncian en sus investigaciones a las diferentes Guiomar de que se tiene noticia, sin poder decantarse por ninguna de ellas. Unas son muy conocidas como la amada esposa de Jorge Manrique a quien él escribía poemas galantes formando acrósticos con su nombre y que todos mencionan, y otras están más escondidas en el romancero o en obras de Cervantes, Lope, Villaescusa, etc., saliendo del olvido una a una a cada trabajo de los eruditos. Son bien pocas, es verdad, pues entre todos sólo han logrado sumar poco más de una decena; y es que, a pesar de su belleza es un nombre bien poco frecuente.

Y precisamente esa rareza extrema se alía a nuestra investigación: Algo tan extraño puede asociarse una vez a Antonio Machado, pero es imposible que lo hiciera dos veces. Un ejemplo nos lo hace ver mejor: Si Machado dedicara unos versos a una misteriosa «flor de Bruland» siendo Bruland una aldea noruega de 29 habitantes, y descubrimos cerca del poeta a alguien que pasó su infancia en esa localidad, el margen de error será mínimo si afirmamos: a) que «la flor de Bruland» es esa persona, y b) que fue esa estancia en aquel perdido lugar la que dio origen a su apelativo. Así, si halláramos una asociación clara, específica y bien reconocible entre el nombre de Guiomar y alguien o algo tan cercano a Machado como para ser la Guiomar de sus canciones, la rareza del nombre haría sumamente improbable, virtualmente imposible una segunda conexión similar en el entorno del poeta, y con ello, además de identificar a la verdadera Guiomar de las canciones tendríamos la clave de por qué la llamó así.

El Carrascal

Pues bien, tras leer las memorias de Pilar de Valderrama intenté situar sus estancias en Palencia y me puse a indagar dónde pasaba sus veranos. Ella dice que era una finca de labranza y encinas, El Carrascal, propiedad de la madre de su marido, y en sus memorias la sitúa a 20 ó 22 km de la capital, en la Tierra de Campos (Valderrama, 1981: 51, 61). José María Moreiro (Moreiro, 1982: 43) afina un poco más situando la finca cerca de Paredes de Nava, lo que casa con lo dicho por Pilar. Y en ese pueblo palentino comencé mis indagaciones. Y no tuve que dar allí más que un golpe de pico para encontrar la veta aurífera en José Luis Nágera Salas y su familia, enamorados de su villa y de su historia, que resumiendo sus publicaciones (Nágera, 1989; García Calderón, 1995), me relataron cómo efectivamente El Carrascal está cerca de allí y cómo de ella se dice todavía hoy por esos pagos que fue la finca del cuarto hijo del conde de Paredes de Nava, allá por los años de mil cuatrocientos y tantos. Aunque en realidad El Carrascal no está en el término y condado de Paredes de Nava, sino en el de Perales, adyacente a él. Y el hijo del conde nació en el propio Paredes de Nava y no en Perales. Pero a pesar de eso se le vinculó a Perales y a El Carrascal porque, al no ser el primogénito, debió lograr sustento y fama guerreando al servicio del rey, y en premio de ello ganó «las tercias reales», es decir, los impuestos debidos al monarca, de todo lo que hoy es el municipio de Perales, donde está enclavada la finca de Pilar. Y ese noble guerrero y servidor de sus reyes, al que se dice dueño de El Carrascal y que es la mayor gloria de Paredes de Nava donde nació, es conocido allí, y en todo el mundo por el dolor que traspasó su corazón al morir su padre, Don Rodrigo, y que supo expresar en unas Coplas inmortales que todos recitamos. Sí, exactamente; lo que quiero decir es que Pilar de Valderrama pasaba sus veranos escribiendo y recibiendo cartas de su enamorado Antonio Machado precisamente en la finca que se dice fue del poeta Jorge Manrique, devoto esposo de Doña Guiomar de Castañeda a quien –al igual que Machado a su propia Guiomar- también escribió unos bonitos versos (Ruíz de Conde, 1964: 174-77), aunque no tanto como para que hubieran sobrevivido seiscientos cincuenta años de no haber ido a la estela de sus sentidas coplas.

Y la propia Pilar de Valderrama, sucumbiendo a la influencia telúrica de El Carrascal, nos certifica desde allí que el tema no le era desconocido:



…Yo pienso que hace tiempo, mucho tiempo

este mismo paisaje contempló
el gran Jorge Manrique,
en una tarde tibia, como esta
que ahora contemplo yo.
Jinete en su caballo
el caballero por aquí pasó…(Valderrama, 1943)


Y esta clara conexión de un nombre extraordinariamente raro con alguien que dentro del entorno de Machado podemos asociar bien claramente con la Guiomar de las canciones, es imposible que conociéndola Pilar, como todos los habitantes del entorno, no la supiera Antonio. Y ¿qué más quería Machado que asociar así a dos de sus amores? Pues es sabida su gran afición a Jorge Manrique cuyas coplas sabía de memoria (Macri, 1989: 2479) y que, además de confesarle su admiración en su poema LVIII, le cita en su obra tan reiteradamente que se encuentran en ella no menos de 9 citas directas al poeta de Paredes de Nava (Macri. 1989: 470, 563, 698, 960, 2000, 2199, 2299, 2409, 2479).
La ocultación

Imposible también que Pilar no supiera el porqué de su apodo. Sin embargo lo niega en sus memorias y cuando hace un repaso de los distintos investigadores cuyo trabajo «persigue el origen de su significado, esperando descubrir una raíz literaria o circunstancial que lo justifique», nos dice claramente:

No hubo sin embargo ninguna intención por parte de Machado de tipo literario ni de «circunstancias» al escogerlo. Sólo trató de hallar un nombre que tuviera las mismas sílabas que el mío y sonara igual para poder usarlo en sus versos, como ya dije. Es cierto que buscó uno eufónico y bello y no descarto que al hacerlo, se acordara de doña Guiomar, la mujer de Jorge Manrique al que los dos admirábamos tanto. Pero nada dijo, empezando a dedicar los versos a Guiomar como la cosa más natural y yo así lo acepté. (Valderrama, 1981: 88)

Creo que ella oculta deliberadamente el origen de su apodo negándose a dar ni una sola pista (ni siquiera alude a la proximidad de la finca a Paredes de Nava) porque no es en realidad un «título» del que ella se sienta merecedora al no provenir de algo que deba asociarse a ella, pues El Carrascal era propiedad de la familia de su marido, y el mantener con Antonio Machado una relación, todo lo casta que se quiera pero adúltera a sus beatos ojos, y apropiarse vilmente además de un «título» que pertenece a un marido al que está traicionando con esa relación, apila un grave pecado sobre otro aún más grave. Y es que, según encuestas que con motivo del peculiar affaire Clinton-Lewinsky se realizaron a hombres y a mujeres sobre qué entendía cada uno por «relación sexual», la definición femenina difiere sustancialmente de la masculina, pues mientras los hombres la definen terminantemente como «cualquier actividad sexual física», las mujeres, yendo más allá, dicen que es «cualquier actividad sexual física o emocional con una persona con la que se tiene una conexión», es decir que, a diferencia de los hombres, incluyen como relación sexual una actividad, física o no, en la cual una persona establece un lazo emocional con otra (Pease, 2009: 128), justamente lo que ella estaba haciendo con el pobre Antonio Machado aún cuando él se juzgara sometido a una santificante y rigurosa dieta.

Cuentan las autoras de los trabajos originales (Nágera, 1989; García Calderón, 1995) que en Paredes de Nava y en Villaldavín, donde Pilar pasaba los veranos con los niños, la gente que la conoció la recuerda con afecto y admiración como una gran señora de aspecto majestuoso, muy guapa, con pelo negro muy bien peinado, uñas pintadas de rojo y buen saber hacer y estar. Se desplazaba desde su finca al cercano Villaldavín, a Paredes o a Palencia en uno de aquellos automóviles carrozados de madera que se llamaban «rubias». Pero mientras estuvo allí nadie la relacionó nunca con Antonio Machado, pues la finca se vendió y ella y su familia dejaron de frecuentar el pueblo mucho antes de que en 1981 con la publicación de su libro Sí, soy Guiomar pudiera vinculársela con el poeta. Mientras frecuentaba aquellos paisajes toda esa historia la guardaba Pilar dentro de su pecho. Pero cuando su secreto salió a la luz, y precisamente por ese nombre que le daba el poeta, a nadie allí se le ocurrió que Guiomar pudiera ser otra que Pilar de Valderrama y todos supieron por qué la llamó así. Porque no podía ser de otra manera.

Vicente Pérez Díaz


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Obras Citadas
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