viernes, 20 de enero de 2012

291.- Matanza de San Bartolomé

Representación de la Matanza de San Bartolomé según François Dubois
(Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana).



Matanza de San Bartolomé



Una mañana a las puertas del Louvre, pintura de Edouard Debat-Ponsan, del siglo XIX. Catalina de Médicis aparece vestida de negro.


La Matanza de San Bartolomé o Masacre de San Bartolomé (en francés, Massacre de la Saint-Barthélemy) es el asesinato en masa de hugonotes1 (cristianos protestantes franceses de doctrina calvinista) durante las guerras de religión de Francia del siglo XVI. Los hechos comenzaron en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572 en París, y se extendieron durante los meses siguientes por toda Francia.

Contexto

La matanza de San Bartolomé, inscrita en el contexto general de las Guerras de religión francesas, estuvo precedida de varios acontecimientos que ilustran esa violencia, pues fue resultado de un "proceso en escalada, cuyas últimas consecuencias no había deseado ni previsto" Catalina de Médicis, aunque se habló de premeditación:
La Paz de Saint-Germain que puso fin a la tercera guerra religiosa el 8 de agosto de 1570
El matrimonio de Enrique de Navarra y Margarita de Valois, el 18 de agosto de 1572
El atentado contra el almirante Gaspar de Coligny, el 23 de agosto de 1572
También fue una de las matanzas religiosas más grandes que surgieron en toda Europa; pues la población católica se volvió muy agresiva con las personas de religión protestante. La rivalidad política entre los católicos y los protestantes franceses (hugonotes) provocó la matanza de la Noche de San Bartolomé en 1572. El rey Carlos IX de Francia y su madre, Catalina de Medici, temían que los hugonotes alcanzaran el poder. Por este motivo, ordenaron el asesinato de miles de ellos a finales de agosto. La matanza comenzó en París el 24 de agosto y se extendió a las restantes provincias del país.
Una paz y un matrimonio no aceptados

La Paz de Saint-Germain, que puso fin a la tercera guerra de religión entre católicos y protestantes, resultó ser muy precaria, dado que los católicos más intransigentes no aceptaron varios de sus términos, como la vuelta del partido protestante a la corte y la administración. Tanto la reina madre Catalina de Médicis, como su hijo Carlos IX —que estaban dispuestos a realizar concesiones para que no volviera a recomenzar la guerra entre ambas facciones y sabían de las dificultades financieras del reino—, defendieron los términos de la paz y permitieron que Gaspar de Coligny, líder de los protestantes, formara parte del consejo real.
Para afianzar la paz entre los dos partidos religiosos, Catalina de Médicis concertó el matrimonio de su hija Margarita con el príncipe protestante Enrique de Navarra, futuro rey Enrique IV de Francia. La boda, prevista para el 18 de agosto de 1572, no fue aceptada ni por el Papa Pío V, ni por su sucesor Gregorio XIII, en funciones cuando tuvo lugar la matanza. Asimismo, el rey Felipe II de España condenó de manera rotunda la política de la reina madre, y acabaría siendo el beneficiario de los hechos.


Una ciudad en tensión

La boda propicia, en Paris, la presencia de un gran número de nobles protestantes que acuden en apoyo del príncipe. París era, en aquel momento, una ciudad decididamente antihugonote: los católicos más extremistas no aceptaban de buen grado la presencia de los protestantes. Los predicadores católicos, capuchinos principalmente, hicieron patente su rechazo frontal hacia el matrimonio de una princesa de Francia con un protestante. Incluso el Parlamento de París decide mostrar su malestar por este matrimonio. Las protestas del pueblo se evidenciaron, y se acentuaron ante el derroche de gastos y lujos que este matrimonio comporta.
La corte está en tensión. Catalina de Médicis no logra obtener el permiso del Papa para este matrimonio excepcional. Los prelados franceses dudan, no sabiendo qué actitud tomar. La reina madre pone en juego todas sus estrategias a fin de convencer al cardenal de Borbón para que oficie los esponsales. La rivalidad latente entre los dos bandos religiosos reaparece de nuevo. La Casa de Guisa no está dispuesta a ceder su lugar a los Montmorency. Francisco de Montmorency, duque de Montmorency y gobernador de París, no consigue controlar las revueltas urbanas. Tratando de eludir los problemas que se avecinan, prefiere abandonar la ciudad unos días después de celebrado el matrimonio.



La tentativa de asesinato de Coligny

El 22 de agosto de 1572 se perpetró un atentado con arcabuz contra Gaspar de Coligny. El almirante perdió como consecuencia un dedo y resultó herido en el brazo izquierdo. Las suposiciones se orientaron inmediatamente hacia el bando de los Guisa y se apuntó (probablemente sin razón) a la complicidad de la reina madre, Catalina de Médicis. ¿Por qué este atentado? Tal vez para sabotear el proceso de paz. Pero los más exaltados vieron en él un castigo divino. Si actualmente resulta imposible dilucidar quién fue el inductor del atentado la historiografía ha apuntado tres nombres:
Los Guisa: son los sospechosos más probables. Mentores del partido católico, habrían querido vengar la muerte de Francisco de Guisa, asesinado diez años antes y, según ellos, por orden de Coligny. El disparo contra el almirante se hizo desde la casa de un miembro de la familia. El cardenal de Lorena, el duque de Aumale y la duquesa viuda Antoinette serían los miembros de la familia determinantes. Sin embargo algunos historiadores piensan que los Guisa estaban demasiado ansiosos de recuperar el favor del rey por lo que no hubieran cometido la imprudencia de hacer algo que le irritase.
El duque de Alba, gobernador de los Países Bajos en nombre de Felipe II: Coligny proyectaba intervenir militarmente en los Países Bajos para liberarles del yugo español, continuando con la alianza que había contraído con los Nassau. En junio había enviado clandestinamente una tropa numerosa para socorrer a los protestantes de Mons asediados por el duque de Alba. Tras el matrimonio de Enrique de Navarra y Margarita de Valois, Coligny esperaba que estallase finalmente la guerra contra España a fin de consolidar la unión entre católicos y protestantes franceses. A los ojos de los españoles el almirante representaba por tanto una amenaza cierta. Sin embargo, la correspondencia de Diego de Zúñiga, embajador español en Francia, el duque de Alba o Felipe II, no permite probar la implicación de la corona española en el atentado contra el líder hugonote. Al contrario, don Diego de Zúñiga afirmaba en sus despachos que la presencia de Coligny al lado de Carlos IX constituía ante todo un freno a la guerra abierta en los Países Bajos. Según el embajador, la corona francesa no se «quitaría la máscara» y continuaría practicando una guerra encubierta a fin de no reforzar la influencia de Coligny como cabeza de las tropas reales.4
Catalina de Médicis: según la tradición, Coligny habría adquirido demasiada influencia sobre el joven rey. Carlos IX le había escogido como su favorito, llamándole fraternalmente «mon père». Inevitablemente la reina madre sufriría celos y un gran temor de ver a su hijo arrastrado a una guerra contra la potencia española conforme a los consejos políticos del almirante. Sin embargo, la mayor parte de los historiadores contemporáneos encuentran difícil creer en la culpabilidad de Catalina de Médicis a la vista de sus esfuerzos por alcanzar la paz en el interior de Francia y la tranquilidad del Estado. Para otros, no estaría probado además que Coligny ejerciese una influencia decisiva sobre Carlos IX.
Finalmente, queda la hipótesis de un acto aislado, encargado por alguna persona de importancia secundaria, cercana a los medios de los Guisa y pro-españoles.
La noche de San Bartolomé

La masacre El intento de asesinato de Coligny es el desencadenante de la crisis que desembocó en la matanza. El almirante Coligny era el líder del partido de los hugonotes, sumamente respetado. Consciente del peligro protestante, el rey se entrevistó con Coligny asegurándole amparo. Mientras la reina madre cenaba, los protestantes irrumpieron a pedir justicia. Esta situación hizo crecer los temores de una revuelta de los hugonotes buscando represalias; más aún, la presencia en las afueras de París del cuñado de Coligny, al mando de unos 4.000 hombres que acampaban allí, creó en los católicos de la ciudad la certeza de que se preparaba una matanza por parte de los protestantes para vengar el atentado. Esa misma noche, Catalina de Médicis mantuvo una reunión en las Tullerías con sus consejeros italianos y el barón de Retz.
La noche del 23 de agosto, Catalina se entrevista con el rey para discutir la peligrosa situación. Carlos IX decide, entonces, eliminar a los cabecillas protestantes, excepción hecha de los príncipes Enrique de Navarra y el príncipe de Condé. Poco después, las autoridades municipales de París fueron convocadas a palacio. Se les ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad y proporcionar armas a los burgueses, a fin de prevenir cualquier tentativa de sublevación. Es difícil, todavía, determinar la cronología de los hechos y conocer el momento exacto en el que empezó la masacre. Parece ser que fue una señal dada por las campanadas de maitines desde la iglesia de San Germán-Auxerrois, próxima al Louvre y parroquia de los reyes de Francia. De inmediato, los nobles protestantes fueron expulsados del palacio del Louvre y masacrados en las calles. El almirante Coligny fue sacado por la fuerza de su lecho y arrojado a la calle por una ventana de palacio. Ya de madrugada, el pueblo empezó a perseguir a los protestantes por toda la ciudad. La matanza de miles de personas continuó durante varios días pese a las tentativas del rey por detenerla.
Interpretación

La conclusión de lo acontecido se dirime entre las causas y la responsabilidad de la matanza:
La interpretación tradicional es la de que Catalina de Médicis y sus consejeros católicos fueron los principales responsables de lo sucedido. Ellos habrían forzado a Carlos IX, dubitativo y veleidoso, a tomar una decisión que se demostró equivocada.
Para otros, Carlos IX temía una insurrección protestante, que habría tratado de sofocar para defender su poder. La responsabilidad de lo ocurrido recaería, por tanto, sobre Carlos IX, no sobre Catalina de Médicis.
Finalmente, existe la opinión de que fueron los ciudadanos de París, profundamente antihugonotes, los verdaderos responsables de la matanza. Los Guisa, muy populares entre el pueblo, aprovecharon esta situación para presionar tanto al rey como a la reina. Y Carlos IX habría provocado este amotinamiento obligado por los Guisa, la burguesía y el pueblo.


El día de San Bartolomé

Sea como fuere, la noche de San Bartolomé resultó provechosa para algunos. El 26 de agosto el rey, en una sesión solemne de las Cortes les endosó la responsabilidad de la matanza. Declaró que él pretendía:
"prevenir la ejecución de una detestable y desdichada conspiración tramada por el susodicho almirante, jefe y autor de la misma y sus secuaces y cómplices contra el rey y su Estado, la reina, su madre, MM. sus hermanos, el rey de Navarra y cuantos príncipes y nobles que estuvieran a su lado."
De todos modos, en las capitales de provincia se secundó la masacre. El 25 de agosto los asesinatos tuvieron lugar en Orleans y Meaux; el 26 en la Charité-sur-Loire; el 28 y 29 en Angers y Saumur; el 31 de agosto, en Lyon; el 11 de septiembre en Bourges; el 3 de octubre en Burdeos; etc. El número de muertos se estima en total en 2.000 en París y de 5.000 a 10.000 en toda Francia.
Tras estos hechos, las opiniones moderadas quedaron abrumadas "por la intensidad del odio político-religioso que llevó, en 1572, a la matanza de protestantes de París, que se hizo tristemente famosa en Europa, menos para los católicos recalcitrantes: el papa acuñó una moneda conmemorativa".5 Es más, el papa Gregorio XIII, en cuanto supo la noticia, organizó un solemne Te Deum en la basílica de San Pedro. Mientras Felipe II de España demostró su satisfacción, por su parte, Isabel I de Inglaterra se negó a recibir al embajador francés, hasta que pareció aceptar la tesis de la conspiración.
La matanza de San Bartolomé desembocó en la cuarta guerra religiosa. Las hostilidades se reanudaron (aunque fueron interrumidas por treguas, 1575-1580). El Edicto de Nantes, de 1598, concederá libertad de culto (no en París), y sobre todo se aplicará ya una tolerancia religiosa.
En los medios intelectuales, Giovanni Bottero o Tommaso Campanella (el autor de una Utopía) se desesperaron por las luchas intestinas de Europa. Las guerras de religión fortalecen la idea de nación particular y, por su parte, Jean Bodin expuso en La república (1576) una teoría de la monarquía absoluta marcadísima. Las heridas sólo se curaron con mucho tiempo, como pronto a principios del siglo XVII por las nuevas ordenanzas reales; pero los límites entre los países, tras las guerras pararelas, se convirtieron en auténticas fronteras fijas y permanentes, dadas las suspicacias generadas: la división de Europa se acentuó definitivamente. La ruptura norte-sur implicó la división entre un estado federal y más libre y otro, en el sur, con tendencias absolutistas.



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