domingo, 13 de mayo de 2012

388.- La carta de suicidio más larga

Sylvia Plath (1932-1963)




LA CARTA DE SUICIDIO MÁS LARGA 
JAMÁS ESCRITA

Cada once de febrero se conmemora la muerte de la poeta Sylvia Plath, quien decidió acabar con su vida una fría mañana londinense. Su vida, tal como aparece descrita en la extensísima colección de cartas escritas a su madre Aurelia Schober entre 1950 y 1963 y publicadas en 1983 por la editorial Faber and Faber con el título de Letters Home, fue siempre atormentada, pletórica de actividad febril y caracterizada por la búsqueda de la perfección aun a costa de la propia salud. La relación con sus padres fue siempre atormentada y difícil. Especialmente con su padre, de quien llegó a decir: “era un autócrata… yo le amaba y le despreciaba a la vez, y probablemente deseé muchas veces que estuviera muerto.” Llegó incluso más lejos configurándole en el conocidísimo poema “Daddy” (“Papaíto”), como un personaje ario y antisemita, influida sin duda por su origen alemán.

Cuando la becaron para estudiar en el Smith College de Northampton (Massachusetts), Sylvia empezó a escribir disciplinadamente, pero la búsqueda obsesiva de la perfección, las presiones a que fue sometida y la lucha por conseguir premios literarios la debilitaron física y psicológicamente y la llenaron de aprensiones de muerte. A los 19 años intenta suicidarse por primera vez por ingesta de tranquilizantes que sólo le producen una pérdida de conocimiento. Tras la terapia de electroshocks llega una lenta recuperación y poco a poco todo vuelve a la normalidad. Plath reflejaría todas estas vivencias en su novela autobiográfica La campana de cristal (Edhasa). Esther Greenwood, la protagonista, y Sylvia Plath coinciden en sufrir disociaciones, fragmentaciones y parálisis psicológicas.

Años más tarde, ya en Inglaterra donde había acudido con una beca Fulbright, conoce al joven y prometedor poeta Ted Hughes, con el que se casa en 1956. Juntos vivieron unos años muy intensos literariamente. Al volver a Estados Unidos, la escritora entra en contacto con un grupo de poetas que marcarían para siempre su forma de escribir, convirtiéndose en seguidora de la poesía confesional, caracterizada por la expresión de sentimientos privados a través de la escritura. Tras volver a Inglaterra, en 1959 nace su hija Frieda y es entonces cuando escribe La campana de cristal. En 1962 publica el poemario El coloso, que pasó desapercibido a pesar de su brillantez.

Por aquel entonces, su matrimonio estaba ya muy deteriorado. Ella no podía tolerar la constante infidelidad de su marido, vinculado sentimentalmente entonces a Assia Wevill, una escritora judía que, curiosamente, también se

Assia Wevill

suicidó más tarde (¿sería Ted Hughes el causante de tanto sufrimiento?). El matrimonio Hughes se separa y Sylvia permanece en Londres, sola, con los dos hijos de la pareja. Experimenta frecuentes y extremos cambios de ánimo: tan pronto se lamenta de su soledad, su falta de dinero, los pobres resultados que encuentra en su poesía o su añoranza de Ted Hughes, como celebra exaltada la independencia poética al no estar sometida a la tiránica influencia expresiva de la obra de su marido, y no estar ya bajo su constante sombra.

Casi todos los poemas recogidos en la extraordinaria colección Ariel  son de esta época y se caracterizan por la urgencia, la rapidez, la ausencia de autocompasión, sus visiones de violencia y horror, su atormentada sensualidad. Poesía oscura que se nutre con frecuencia de sus sueños y pesadillas.

Una mañana de un helador febrero, la tristeza, la sobrecarga de trabajo, la enfermedad, la soledad y la angustia hacen presa en ella y decide abrir la espita del gas, muriendo asfixiada con treinta y un años.

La reacción de la crítica fue inmediata: la grandeza y enorme personalidad de su poesía no podían pasar desapercibidas por lo que nadie puede usurparle ya a esta autora el puesto que por legítimo derecho le corresponde en la literatura norteamericana.
Ted Hughes

¿Fue Sylvia finalmente una mujer de rasgos histéricos que buscó en Ted Hughes un alojamiento cálido, un acogimiento supuestamente seguro, encarnando para él lo que ella creía que era su ideal: una mujer sexual y emocionalmente apasionada, inteligente, sensitiva y generosa? ¿Fue devorada por el ego insaciable y narcisista de este poeta laureado? ¿Se percibió finalmente como un objeto “caido” al verse abandonada por él y olvidando su propia belleza, su inteligencia y su valor, no pudo soportar la falta de identidad que le produjo el no ver cubierta su demanda de tener un lugar en el otro? Pobre Sylvia.

Posdata: Apenas unas semanas antes de morir, en 1998, Ted Hughes publicó su desconcertante poemario Cartas de cumpleaños, dedicado al recuerdo de Sylvia. En forma de cartas, como un “après coup”, el recuerdo de la poeta surge poderoso, obsesivo. Sylvia se constituye así en su gran y doloroso amor perdido. Como dice Carmen Iriondo, autora de Syl &Ted, citando a su vez a Janet Malcolm, autora de “The Silent Woman”: “Las cartas son la más grande experiencia de fijación. El tiempo erosiona los sentimientos. El tiempo crea indiferencia. Las cartas nos prueban que alguna vez [algo] nos importó.”
(Marisol Sánchez Gómez)

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