La UE fracasa al abordar la inmigración solo como amenaza
Lampedusa desnuda a Europa
La tragedia de los naufragios evidencia la ineficacia de la UE frente a la inmigración
LUCÍA ABELLÁN Bruselas 12 OCT 2013
Los inmigrantes muertos este mes en las costas de Italia son solo una pequeña parte de los que perecen a las puertas del sueño europeo. Unos 1.500 se ahogan cada año en el Mediterráneo, la mayor parte en las costas del norte de África, según datos de Naciones Unidas, sin que Europa tenga siquiera constancia. Las dos últimas tragedias han sacudido la conciencia europea, pero los líderes políticos están lejos de resolver el problema fundamental: la falta de un enfoque común y eficaz sobre el fenómeno de la inmigración, antes percibido como una fuente de progreso y hoy visto como amenaza para Europa.
Con las imágenes del primer naufragio aún en la retina, los ministros europeos de Interior se mostraron el pasado martes incapaces de comprometer recursos para nutrir una operación de salvamento en el Mediterráneo que les proponía la Comisión. Es solo una muestra de la lentitud que caracteriza las decisiones comunitarias. En este caso, agravada por el temor que suscita entre los gobernantes abordar sin demagogia la inmigración. El auge de los populismos que les pisan los talones los vacunan contra un enfoque blando de este problema.
Hacia esas contradicciones solo apuntan de manera descarnada los mandatarios que sufren la tragedia de manera directa. El primer ministro maltés, Joseph Muscat, dijo ayer sentirse “abandonado” por el resto de la UE y pidió a los países que se movilicen para pactar “cambios en las normas. No cambiar equivale a hacer del Mediterráneo un cementerio”.
EL PAÍS
La llegada de inmigrantes por el Mediterráneo no tiene visos de disminuir. El estallido de la primavera árabe, en 2011, y el desgobierno en el que han quedado algunos de los países que derrocaron los viejos regímenes impulsan las salidas. Así ocurrió en ese año, aunque paradójicamente después se produjo un importante descenso en las entradas por mar, especialmente en Italia y Malta, principales puertas durante las revueltas. Son datos de Frontex, la agencia europea para el control de fronteras, que cifra en 72.437 las personas detectadas en las fronteras comunitarias en 2012.
Pese a todo, los números son muy volátiles y probablemente en lo que va de año estén ya repuntando. El cambio de escenario en Egipto, sumado al descontrol en las fronteras libias —un auténtico coladero personas de nacionalidades diversas, principalmente subsaharianas—, asustan a la UE. “Libia es el caso más complicado porque ha desaparecido cualquier viso de aparato estatal. Por eso la UE ha puesto en marcha una misión de control de fronteras, que se está desplegando ahora, para ayudarles a crear una red”, explica Bernardino León, representante especial de la Unión Europea para el sur del Mediterráneo. Por Libia transitan en buena medida personas procedentes del Cuerno de África (eritreos, somalíes…). Y allí las redes de traficantes son las más organizadas de toda la zona, explica una portavoz de Frontex.
La inestabilidad regional invita a añorar falsamente los tiempos en que las dictaduras de la zona controlaban con mano de hierro las fronteras. Pero las cifras tampoco avalan ese análisis. “Es comprensible que se mire con miedo a Egipto, pero la estabilidad no puede lograrse simplemente comprando Gobiernos autoritarios. Los flujos hacia Europa empezaron a crecer hace muchos años, antes de las primaveras. Los dictadores no garantizaban tanto control como prometían”, advierte Richard Youngs, experto en política exterior europea del laboratorio de ideas Carnegie.
Más que el tipo de Gobierno de los países de origen, la clave para mitigar los flujos es la capacidad de la Unión para pactar con sus gobernantes y ofrecer contrapartidas. No es casual que el país con fronteras más impermeables —pese a tener la mayor cercanía marítima— sea Marruecos. Desde el pasado julio, Rabat tiene suscrito un acuerdo de movilidad con la UE. Más allá de otras ventajas, incluye dos elementos fundamentales: el país magrebí se compromete a readmitir a todos los inmigrantes que Europa intercepte procedentes de allí y, a cambio, Bruselas facilita los visados. Manga ancha en la vía legal a cambio de mayor firmeza en la ilegal.
Esas condiciones generan polémica a ambas orillas del Mediterráneo, explica León. A la UE le cuesta conceder esa mayor apertura a las entradas legales y los gobernantes africanos soportan también las quejas de su población por las readmisiones forzosas. Por eso “se negocian despacio y con cautela”, describe León, que aspira a lograr algo similar con Túnez y con Egipto.
El otro elemento en el que se emplea Europa es el control de fronteras. Esta semana, el Parlamento Europeo ha dado su visto bueno a Eurosur, un sistema para coordinar la vigilancia de todas las fronteras exteriores de la UE, de forma que las autoridades de cada país tengan acceso en tiempo real a la información del resto de Estados miembros. El plan comenzará a aplicarse en diciembre de este año y estará completamente implantado un año después.
Tras lo ocurrido en Lampedusa, las autoridades comunitarias han querido poner el acento en que este mecanismo refuerza la capacidad de rescate de náufragos, aunque la afirmación tiene más de deseo que de realidad. Porque las resistencias de los países miembros a mayores compromisos dificultan los avances. “Pero Europa tiene que gestionar las migraciones; no puede encastillarse en la posición de los Estados”, reflexiona Anna Terrón, exsecretaria de Estado de Inmigración en España y ahora al frente de la empresa Instrategies, desde donde asesora a la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström.
En la práctica el germen de estos sucesos está en la legislación. En público, todos los ministros muestran su solidaridad con Italia, pero en privado distintas fuentes europeas se llevan las manos a la cabeza por la legislación de ese país, que penaliza a quienes ayudan a inmigrantes irregulares, por los problemas para controlar sus fronteras marítimas y hasta por la supuesta infrautilización que realizan de los fondos europeos destinados a estos fines.
De todos los elementos, el más grave es el peso de la ley, que desincentiva el auxilio. “Aunque apenas hay causas contra ellos, hemos descubierto, entrevistando a pescadores del Mediterráneo, que tienen miedo de ayudar porque temen ser penalizados”, apunta Adriano Silvestri, de la Agencia de los Derechos Fundamentales.
La desesperación supera al horror
La oleada de barcazas continúa pese a los naufragios de los últimos días
PABLO ORDAZ Lampedusa 12 OCT 2013
Tiene que quemar mucho la tierra, la propia tierra, para lanzarse al mar sin saber nadar, con un hijo a punto de nacer de las entrañas, en la bodega de un viejo pesquero donde cientos de desesperados, apretujados unos contra otros, se tienen que hacer sus miedos encima, no tanto porque solo hay un retrete a bordo, sino porque, si se mueven, el barco puede irse a pique. El juez instructor Alberto Davico escucha con atención los testimonios de algunos de los 155 supervivientes del naufragio del pasado día 3 frente a la isla de Lampedusa, en el que perdieron la vida 359 personas (entre ellas 16 niños). A continuación, frente al ordenador, escribe la acusación contra Khaled Bensalam, el tunecino de 34 años que, según le acaban de contar los inmigrantes, pilotaba la embarcación por encargo de una organización mafiosa: “No es una metáfora recordar que parecidos métodos de transporte se utilizaron para llevar a los judíos hacia los campos de concentración”.
Los testimonios que recoge el magistrado de Agrigento (Sicilia) en su acusación contra el último eslabón de las mafias se parecen mucho a los que —en el terrible éxodo del fin del verano— empiezan a contar los últimos inmigrantes en llegar a Lampedusa o a Malta. Historias de redes criminales muy bien organizadas que, al precio de 1.200 euros por persona, organizan desde un centro de reclutamiento situado en Trípoli (Libia) los viajes de los inmigrantes hacia Lampedusa.
Uno de los supervivientes —un eritreo de 27 años— cuenta al juez Davico su calvario: “Nos amontonaron a todos, sin posibilidad de movernos. Había un baño en la embarcación, pero era imposible utilizarlo porque no conseguíamos llegar. Quien no tenía más remedio que hacer sus necesidades, o se las hacía encima o, en el caso de la orina, usaba una botella. El viaje duró más de 24 horas. Habíamos elegido cuatro representantes para mantener el orden, porque si nos hubiésemos movido todos durante el trayecto la nave hubiese volcado…”.
Es lo que finalmente pasó. El día 3 frente a Lampedusa —al intentar hacer señales, el barco se incendió, los inmigrantes se amontonaron sobre un lado y volcó— y también la tarde del pasado viernes entre Malta y Sicilia, cuando los 250 ocupantes de una barcaza intentaban hacerse ver por un helicóptero de salvamento maltés. El resultado, 206 inmigrantes rescatados, 34 muertos —entre ellos 10 niños— y un número aún no aclarado de desaparecidos. Según algunos testimonios, en la barca había 400… Desgraciadamente, no serán las últimas víctimas. Otras tres embarcaciones repletas de inmigrantes tuvieron que ser auxiliadas ayer por los barcos de la Marina italiana y por una patrullera de Malta.
Mientras, en Lampedusa, continua el naufragio. Una vez que se han ido los altos mandatarios con sus coches de lujo y sus promesas improbables, Sicilia hace de la necesidad virtud para ofrecer un lugar de acogida a los supervivientes y un trozo de tierra a los muertos. Un barco de guerra se lleva de Lampedusa 359 ataúdes sin nombre. Dieciséis de ellos blancos. Otros 10 de mujeres embarazadas que no se despertaron del sueño de una vida mejor para sus hijos.
Varados en Calais tras huir de la guerra
Cientos de refugiados de Siria, Afganistán e Irak viven en Calais desamparados por las autoridades
MIGUEL MORA Calais 12 OCT 2013
Calais tiene fama de ser una ciudad demasiado expuesta a los invasores. Pero la leyenda le atribuye méritos heroicos. En el siglo XIX, Auguste Rodin esculpió el imponente monumento Los Burgueses de Calais para honrar la memoria de los seis notables que se entregaron a los ingleses para salvar a los habitantes del asedio en 1347. La leyenda creció en 1944, cuando 3.800 soldados resistieron durante un mes el asalto de dos divisiones Panzer. Hoy, la localidad francesa más cercana a Reino Unido —34 kilómetros de agua, autopista y alta velocidad— se ha convertido en una triste y demoledora metáfora de la traición de la Unión Europea a sus valores fundacionales de humanismo, paz y solidaridad.
A un centenar de metros de la playa de Calais, entre las dunas de arena y los arbustos bajos azotados por el gélido viento del noroeste, se encuentra La Jungla, un campamento ultraprecario donde viven algunas docenas de refugiados de la guerra de Afganistán. Cerca del puerto donde atracan los enormes ferries que vuelan sobre el canal de la Mancha, un centenar de jóvenes sirios se protegen del frío en 13 tiendas de campaña que apenas resisten de pie los embates del vendaval. En el centro, en una casa okupada, se hacinan 80 eritreos de piel tostada y mirada huidiza; y un grupo de 15 sudaneses sonrientes ha venido en minibús a comer los bocadillos que reparte la ONG Secours Catholique en un local de uralita de la periferia.
En total, según las estimaciones de Médicos del Mundo y Cáritas, en esta ciudad de 75.000 habitantes que hasta hace cuatro años tuvo alcalde comunista y en la que hoy medra un candidato de extrema derecha, hay en este momento unas 500 víctimas civiles de persecuciones y guerras viviendo en la calle.
Son casi todos hombres jóvenes, y vienen de lugares que suenan remotos y sin embargo han copado los titulares de la prensa occidental en la última década: Alepo, Damasco, Darfur, Kabul, Kandahar, Peshawar, Tora-Bora…
Mohamed pagó 3.000 euros a las mafias para viajar de Egipto a Sicilia
“Kurdos, paquistaníes, afganos, somalíes o eritreos, todos han vivido historias parecidas, y el martes hicieron un minuto de silencio por las víctimas de Lampedusa”, explica Cécile Bossy, una activista de Médicos del Mundo.
Todos han llegado hasta la última frontera norte de la Fortaleza Europa tras cruzar el Mediterráneo y la Unión Europea, siguiendo las dos rutas posibles: Egipto, Turquía, Grecia, Italia, Francia. O Hungría, Austria, Italia y Francia. El sirio Mohamed, de 25 años, que hasta hace unos meses estudiaba cuarto de Económicas en la universidad de Damasco, resume así su viaje: “Ammán, Cairo, Siracusa, Catania, Milán, Ventimiglia, París, Calais. Y luego Alá dirá”.
Pese al drama que llevan encima, y aunque viven en condiciones infrahumanas, estos expatriados forzosos, que visten la ropa deportiva que les dan las ONG, no pierden el humor ni la hospitalidad. Reciben a los visitantes en su tienda de campaña entre risas y bromas, ofrecen todo lo que tienen —tabaco y galletas—, y cuentan sus historias con tanta dignidad como lucidez.
Algunos tienen estudios y hablan inglés o francés, como Jacob y Mohamed, pero hay también un albañil de Deraa —la ciudad siria donde comenzaron las protestas contra el régimen—, uno que era policía en Alepo y desertó, y varios rostros silenciosos que prefieren hablar con sonrisas.
París tarda hasta 18 meses en decidir sobre el asilo; Londres, dos meses
Mohamed cuenta que perdió a su bebé de tres meses en un bombardeo de las tropas de El Asad y que después fue encarcelado tres semanas por dar una entrevista a la BBC. “Luego la familia se dispersó y cada uno salió de Siria como pudo. Mi mujer y mi madre están en Turquía, y mi padre y mi hermano, en Londres. Esta jodida guerra nos ha destruido, y aquí no puedo andar 30 metros sin que me persiga la policía”.
Los dientes blanquísimos del afgano Zandal, de 28 años, nacido en Kabul, contrastan con la podredumbre que destila La Jungla. Dice que lleva ocho meses durmiendo aquí y ocho años vagando por Europa: “Mi hermano era intérprete de las fuerzas italianas y los talibanes le cortaron el cuello. Yo no puedo volver. Intento cruzar a Inglaterra en camión todas las noches, pero los perros siempre ganan. Ya sabemos superar el control del escáner tapándonos uñas y dientes, pero esos malditos perros ingleses nos huelen y nunca fallan. Y aquí seguimos, en el paraíso… Europa nos quitó todo, y ahora nos trata como a criminales”.
El objetivo de casi todos los refugiados que vagan por Calais, Dunkerque y Saint Omer es conseguir el asilo político en Reino Unido, explican Bossy y su colega Mohamed, que trabajan desde hace un año en estos baldíos donde la fórmula Unión Europea suena como un sarcasmo. “Algunos intentan obtener el asilo en Francia, pero aquí la burocracia pudrió el sistema hace diez años y los trámites pueden durar hasta 18 meses”, señala Bossy.
“Londres solo tarda dos meses en decidir, y les da albergue y comida mientras tanto”, cuenta el activista Mohamed. “En Francia no hay albergues, y tienen que dormir en la calle. Sufren una continua violencia institucional: mientras Hollande hablaba de ayudar a la oposición a El Asad y de atacar Siria, la policía acosaba a los refugiados en Calais”.
Mohamed huyó de Siria tras morir su bebé en la guerra. / J. P.
“Vienen a controlarlos a las seis de la mañana y luego les molestan para animarlos a marcharse, los tratan como a perros”, explica Isabelle, una profesora de Calais que en sus ratos libres enseña francés a los expatriados: “No tienen más remedio que jugarse la vida cruzando el canal en camiones o andando por los túneles, porque no pueden entrar legalmente en Reino Unido salvo que tengan familiares allí”.
Esta encerrona europea tiene un apellido muy literario: Dublín, y un nombre que suena a cuartel: reglamento. El reglamento Dublín II fue aprobado en 2003 por la UE con la idea de ordenar y limitar las concesiones de asilo político, un estatuto que no pocos Gobiernos han tratado de confundir, de forma tramposa, con los términos “inmigración clandestina”. El reglamento estipula que los países que dejen entrar a los refugiados “de forma irregular” deben tramitar su asilo. “El problema es que casi todos los huidos de Oriente Próximo entran en Europa por Italia o por Grecia, dos de los países menos acogedores”, explica Bossy, “y muchos refugiados prefieren seguir huyendo”.
Tras pasar varios meses en tierra de nadie, sin poder avanzar ni retroceder, 60 jóvenes sirios se subieron la semana pasada a una pasarela del puerto de Calais e iniciaron una huelga de hambre para pedir una solución. “¿Por qué no nos dejan pedir el asilo en el sitio donde queremos vivir?”, pregunta Shukan, el albañil de Deraa. Al cuarto día de huelga, París reaccionó: les prometió tramitar su asilo y logró que los funcionarios del Reino Unido se acercaran a Calais. Dos jóvenes que tienen familia allí podrán cruzar legalmente el canal.
"Mientras Hollande hablaba de ayudar a la oposición a El Asad, la policía acosaba a los refugiados en Calais", denuncia un activista
Los demás pararon la huelga y siguen aquí, esperando para cruzar ilegalmente. “En Francia nos tratan como a animales. No nos fiamos”, comenta Shukan. El goteo de recién llegados es continuo, aunque su futuro parece oscuro: París otorgó asilo político a 380 ciudadanos sirios en 2012, y según indican los datos globales, rechazó el 90% de las 61.400 demandas que recibió.
La solución, en el muro nórdico igual que en el sureño, son las mafias. Mohamed, el exestudiante de Económicas, cuenta que pagó 3.000 euros por el pasaje en barco desde Egipto a Sicilia, y que ahora ha abonado “1.000 libras esterlinas a unos tipos que garantizan el paso del canal. Ya lo he intentado diez veces, pero no ha habido suerte”.
Otros, con menos medios, eligen cruzar a pie por el túnel del Eurostar, el tren de alta velocidad París-Londres. Las ONGs definen las muertes que se producen en ese lugar con un tecnicismo que quizá valga como metáfora de Europa: “Muerte por aspiración”.
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