viernes, 16 de enero de 2015

855.- Rentabilizar el terror y la sangre


Rentabilizar el terror y la sangre

16 ene 2015

Francisco Roda
Profesor del departamento de Trabajo Social de la Universidad Publica de Navarra


Quizás, para Rajoy no hay mayor peligro que la debilitación acelerada del recuerdo de ETA. Y es que para el PP,  ETA no ha muerto. Por eso le urge resucitarla de entre los peores fantasmas de la historia. Porque fue y es el pecado del que comen aún caliente muchos de sus políticos en nómina y plantilla. A Rajoy, ese gallego oportunista que no distingue el día de la noche,  ni tampoco la verdad de la mentira porque tras los cristales negros de su coche oficial no se ve la realidad;   le ha venido de perlas el atentado de París. Su doble fondo moral funciona así: que su mano derecha, la habitual, no sepa que hace la izquierda. Que nadie sepa  que cuando pide perdón por “esas cosas” en realidad se está riendo por dentro.

Rajoy todavía se acuerda de los atentados del 11M en Atocha.  Por aquel entonces era Secretario General del PP  y junto al ministro del Interior, Ángel Acebes, apostaron por la explotación sistemática de una mentira muy evidente pero de larga rentabilidad.  Dicen que eso se llama prevaricar, mentir a sabiendas, algo que él y otros de su gobierno usan y abusan  en beneficio propio y ajeno. Y así culparon a ETA del atentando terrorista cuando sabían que no lo fue. Y esa culpabilización fue gestionada como elemento crucial para la rentabilización del principal negocio teñido de sangre de toda la historia de España, el terrorismo de ETA. Aquella mentira la pagó muy cara el PP perdiendo las elecciones de 2004 tras los atentados. Pero aún así, ello no fue obstáculo para seguir explotando, desde la oposición,   un activo con garantías de alta rentabilidad electoral y política. A ello contribuyó la propia ETA y parte de la izquierda abertzale justificando un estado de cosas insostenible. Pero cuando ETA decidió dejar de tirar de gatillo, el negocio emocional y político de la sangre y el dolor entraron en crisis. Por eso había que renovar el arsenal ideológico. Y donde antes decía ETA, ahora otras ideas fuerza y elementos simbólicos la han sustituido: la inmigración, la seguridad, la deuda como elemento disciplinador, la subjetivización de las conductas, la escasez de bienestar, la culpabilización y la responsabilidad en la gestión de la propia vida  o  la lucha de clases horizontal,  son utilizados como mecanismos de control de la ciudadanía. Y por consiguiente se establecen dispositivos ideológicos de dominación  muy relacionados con la manipulación a través de grandes ideas fuerza y su gestión comunicacional.

El atentado de París llegó  en un momento  en que  Europa necesitaba una urgente revitalización ideológica, un revulsivo emocional en un contexto en que las emociones son arte y parte del control social. Más aún, una coartada  convincente que además funcionara como elemento galvanizador de la ciudadanía frente a los devastadores efectos de la crisis y la progresiva degradación de la  política, la confianza social en el Estado y la caída en picado de los valores que un día sirvieron para levantar el rascacielos europeo. El atentado, más allá de su injustificable hecho, ha posibilitado a los principales gobiernos europeos, entre ellos el del  PP, reorientar sus discursos disciplinarios y articular nuevas exigencias legislativas de claro corte populista y fascismocrático. Amén de los elementos neocolonialistas que han emergido en la gestión de esa gran manifestación de reafirmación europea de Paris. A este festín de nuevas oportunidades estratégicas,  se ha apuntado de manera inmediata el gobierno de Mariano Rajoy que ha rentabilizado el atentado aunque éste no haya ocurrido en España. Por un lado le ha permitido sumarse a escenarios europeos en un momento de clara degradación de la marca España. Por otro, Rajoy y el gobierno del PP necesitaban un desfibrilador político de urgencia para reanimarse frente a  un estado de excitación y de crispación social  que amenazaba y amenaza –según muestran  todas las encuestas de intención de votos recientes-  con romper el   bipartidismo hegemónico de los últimos años. Esa manifestación ha permitido a Rajoy presumir de gobierno fuerte  frente a un escenario de clara involución de su propia marca mientras Podemos amenaza seriamente la hegemonía del PP, un movimiento que se tilda y al que se le acusa por la derecha y por la izquierda de  “estado de ánimo” pero que constituye un auténtico revulsivo del escenario político y social del reino de España. Y finalmente, quizás ese pacto de Estado en materia de terrorismo yihadista al que han llegado recientemente  el PP y PSOE sea el primer paso para  la creación de una UTE (Unión Temporal de Empresas) que permita optimizar su fusión ante la amenaza de Podemos.

Asimismo este atentado posibilita a Rajoy reorientar y justificar  –aunque sea de manera indirecta- su política disciplinaria y de control social y político de corte fascista. En  nombre de la libertad de expresión, Rajoy se ha manifestado en París pero no puede olvidar toda una larga serie de medidas jurídicas que su gobierno ha implementado y que dejan al descubierto un estado social  de excepción encubierto. Un ejemplo es la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana en la que se incluyen medidas que afectarán seriamente a la libertad de expresión de de la ciudadanía y también a la población inmigrante. Uno no entiende cómo este hombre soportó el peso de la conciencia en esa manifestación sin que se le moviera el músculo de la vergüenza. Pero en París la limpió de la mano de no pocos tramposos. Y es que el cinismo de la soledad extrema es un calvario que la insolencia atenúa (Cioran)

Rajoy necesitaba una coartada para justificar esa vuelta de tuerca a la judicialización de la vida privada y pública. Ese proyecto en el que el PP ha invertido tanto tiempo y energías. Y esa coartada ha sido puesta en bandeja por el yihadismo terrorista, el mismo que en 2004 quiso utilizar a su favor para rentabilizar sus políticas y sus estrategias de poder. Por eso, a falta de un terrorismo activo de corte yihadista en el reino de España, Rajoy ha desempolvado el misterio de ETA para volver a escenificar el acoso virtual de un terror también virtual, el de una  banda desaparecida, ETA. El pasado día 12 de enero se detuvieron a 16 ciudadanos, doce de ellos abogados, en varias ciudades del País Vasco acusados de colaborar con banda armada y delitos contra la Hacienda Publica. Y esto ocurría después de la manifestación a favor del “acercamiento de los presos vascos” en Bilbao el pasado 10 de enero. Ocurría  también  unas horas antes del “macrojuicio de 35 personas acusadas de formar parte de la izquierda abertzale en los años 2005-2007”. Esta operación, posiblemente en un claro arranque  de imitación al estilo francés, ocurría  en un escenario político en el que se están abordando estrategias proactivas para  posibilitar a la ciudadanía del  País Vasco un camino de convivencia en el que la esperanza sea algo más que un deseo virtual. “Si no fuera porque estamos ya en campaña, pues no recelaríamos, no nos olería a chamusquina”, subraya el veterano periodista Iñaki Gabilondo”

Quizá esto explica que Rajoy no quiera irse sin hacer una muesca en el universo. Su práctica política recuerda mucho a una frase del moralista francés Rochefoucauld: “Para llegar lejos en este mundo,  hay que hacer como si ya se hubiera llegado lejos”. No obstante también  hay quien dice que la ambición es el estiércol de la gloria.






Los atentados de París y el brutal doble rasero

Luis Matías López
16 ene 2015

Un cazabombardero (¿israelí, norteamericano, francés?) lanza una bomba sobre un territorio indefinido (¿Siria, Irak, Palestina, Afganistán, Pakistán?). Una mujer musulmana con un bebé en brazos la ve caer y piensa: “Yo también soy Charlie”. La viñeta de Eneko en 20minutos ilustra cómo pocas la forma en que Occidente se mira al ombligo ante injustificables actos de barbarie como los de hace unos días en París. De repente, la sociedad ilustrada, laica y opulenta se ve vulnerable. Descubre, como en España tras el 11-M, que el terrorismo es un peligro cercano, inmediato, el reflejo de injusticias y conflictos que causan centenares de miles de muertos pero que nos dejan indiferentes cuando vemos el telediario porque ocurren lejos de casa.

Doble rasero brutal, el mismo con el que se contaban las víctimas norteamericanas y vietnamitas en la guerra de Indochina: 17 franceses en París valen más que miles de iraquíes, libios, nigerianos, sirios, palestinos, paquistaníes o afganos. No es un reproche a los demás. Lo es en primer término a mí mismo, y quizás por ello escribo esta columna.

Franceses, españoles o alemanes sienten como propias las muertes de los humoristas de la revista satírica o de los rehenes judíos del supermercado kosher. Lo toman (lo tomamos) como un ataque a la tolerancia, a la sociedad multicultural, a unos valores republicanos consustanciales con el Estado francés y a los que, desde la soberbia, se atribuye una clara superioridad moral.

La gente se echa a la calle por millones para expresar su repulsa al terrorismo sectario mientras los dirigentes planean en caliente medidas urgentes para contener la amenaza yihadista. Es decir: lo que nunca debería hacerse, la vía que siguió Bush tras el 11-S con la Patriot Act y que dio lugar a atroces abusos que han manchado para siempre las ya por entonces exiguas reservas morales del sistema político y social norteamericano.

Los políticos, sobre todo los franceses, intentan pescar en río revuelto. Rajoy aprovecha para promover nuevas leyes que aumenten el control sobre los ciudadanos, a ser posible con aval de la UE, donde el Europarlamento se resiste aún a dejarse arrastrar por la corriente del momento. El blando Hollande resurge algo de sus cenizas gracias a la dureza mostrada durante la crisis. El enérgico Valls declara que Francia está en guerra y que se va a ganar, cueste lo que cueste. Sarkozy con la boca pequeña y Le Pen a tumba abierta buscan votos reaccionarios y advierten de los peligros de la inmigración, como si los asesinos de París hubieran sido infiltrados desde el exterior y no ciudadanos franceses nacidos en Francia.

Filósofos, políticos, politólogos, académicos y analistas de diversa condición reflexionan sobre sobre las fronteras entre libertad y seguridad, el éxito o el fracaso –relativo en ambos casos- del proceso de asimilación de más de cinco millones de musulmanes en una sociedad cuyos cimientos y estructura son laicos. Y también sobre las causas del antisemitismo que, al igual que la islamofobia, está a flor de piel en el país; de que se produzcan anualmente cerca de 4.000 conversiones al islam y más de 1.000 franceses engrosen ya las filas del Estado Islámico; sobre el reclutamiento de yihadistas en Internet y las redes sociales; sobre la desigualdad, la precariedad y el desempleo como caldo de cultivo de un nihilismo existencial que lleva a muchos jóvenes musulmanes a buscar un sentido a su vida en una cruzada a la inversa.

Netanyahu desfila en primera línea de la gran manifestación de París contra el terrorismo, como si el hecho de que cuatro de las víctimas de los atentados fueran judíos le protegiera de las acusaciones de emplear métodos no menos terroristas (eso sí, decididos por un Gobierno reconocido por Europa) contra los palestinos, como en la última ofensiva en Gaza: 2.200 muertos, la mayoría civiles inocentes. Y con algo que, desde algún punto de vista podría verse como una provocación, o la revelación de una verdad sustancial: el ofrecimiento –aceptado- a los familiares de los asesinados en el ataque al supermercado de enterrarles en Israel, como si prevaleciese su condición de hebreos sobre la de franceses.

El doble rasero está en el origen de que el mundo de hoy se perciba como menos seguro que el de la Guerra Fría, cuando el miedo a la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) en caso de conflicto atómico entre las dos grandes superpotencias ejercía un poderoso aunque inquietante efecto estabilizador. Hoy se habla de la “amenaza terrorista” desde un único punto de vista: el de los occidentales que ven amenazada su forma de vida, la libertad de movimientos que, por ejemplo, permitía a algunos de ellos –la élite- expatriarse con comodidades de hotel de cinco estrellas al servicio de grandes compañías multinacionales que explotaban los recursos del Tercer Mundo.

En otro orden de cosas, esa situación hacía posible las expediciones en jeep por el Sáhara, turismo de aventura por la mayoría de los países africanos y de Oriente Próximo o recorrer la ruta de la seda entre Europa y Asia sin otros temores que los derivados de la dificultad de obtener visados y lidiar con la burocracia, la mecánica del todoterreno o el riesgo de contraer una enfermedad. Esa movilidad se acabó en gran parte del planeta, donde los conflictos posteriores a la caída del Muro de Berlín, resultado con frecuencia de la explotación económica y los designios geoestratégicos de Estados Unidos y otras potencias occidentales, de la exacerbación de las tensiones étnicas y religiosas, y también del creciente odio al blanco asociado con la explotación, han convertido buena parte del planeta en un nido de avispas por el que cada vez resulta más arriesgado desplazarse.

La amenaza terrorista islamista no es sino una manifestación extrema de ese cambio de paradigma. Mientras actuemos como si la vida de un americano, un francés, un israelí o un español valiese cien veces más que la de un nigeriano, un congoleño, un libio, un palestino, un iraquí, un sirio, un afgano o un paquistaní, el peligro de un nuevo y catastrófico choque de civilizaciones no dejará de aumentar. Se sumaría así a la fractura interna que ya provoca en las propias sociedades occidentales la imparable y atroz desigualdad, una frontera que separa a los que más tienen de los que no tienen nada y que, en buena lógica, debería llevar a estos últimos a coligarse para defender sus intereses de forma conjunta, sin que ectoplasmas como la identidad religiosa pudieran impedirlo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario