miércoles, 28 de diciembre de 2011

134.- Cartas de LEONARDO DA VINCI




Cartas de Leonardo da Vinci



A Ludovico el Moro

Después, Señor mío ilustrísimo, de haber visto y examinado ya suficientemente las pruebas de cuantos se reputan maestros en la construcción de aparatos bélicos, y de haber comprobado que la invención y manejo de tales aparatos no traen ninguna innovación al uso común, me esforzaré, sin detrimento de nadie, en hacerme oír de Vuestra Excelencia para revelarle mis secretos; ofreciéndole para la oportunidad que más le plazca, poner en obra las cosas que, en breves palabras, anoto enseguida (y otras muchas que sugieran las circunstancias de cada caso):

1. He concebido ciertos tipos de puentes muy ligeros y sólidos y muy fáciles de transportar, ya sea para perseguir al enemigo o, si ocurre, escapar de él; así como también otros, seguros y capaces de resistir el fuego de la batalla y que puedan ser cómodamente montados y desmontados. Y procedimientos para incendiar y destruir los del contrario.
2. Sé cómo extraer el agua de los fosos, en el sitio de una plaza, y construir puentes, catapultas, escalas de asalto e infinitos instrumentos aptos para tales expediciones.

3. Si la altura de los terraplenes y las condiciones naturales del lugar hicieran imposibles en el asedio de una plaza el empleo de bombardas, yo sé cómo puede arruinarse la más dura roca o cualquier otra defensa que no tenga sus fundaciones sobre la piedra.

4. Conozco, además, una clase de bombardas de cómodo y fácil transporte y que pueden lanzar una tempestad de menudas piedras, es tanto que el humo que producen infunde espanto y causa gran daño al enemigo.

5. En los combates navales, dispongo de aparatos muy propios para la ofensiva y la defensiva, y de navíos capaces de resistir el fuego de las más grandes bombardas, pólvora y vapores

6. También he ideado modos de llegar a un (¿punto?) preindicado a través de excavaciones y por caminos desviados y secretos, sin ningún estrépito y aun teniendo que pasar por debajo de fosos o de algún río.

7. Ítem, construiré carros cubiertos y seguros contra todo ataque, los cuales, penetrando en las filas enemigas, cargados de piezas de artillería, desafiarán cualquier resistencia. Y en pos de estos carros podrá avanzar la infantería ilesa y sin ningún impedimento.

8. En caso de necesidad, haré bombardas, morteros y otras máquinas de fuego, bellísimas y útiles formas, fuera del uso común.

9. Donde fallase la aplicación de las bombardas, las reemplazaré con catapultas, balistas, trabucos y otros instrumentos de admirable eficacia, nunca usados hasta ahora. En resumen, según la variedad de los casos, sabré inventar infinitos medios de ataque o defensa.

10. En tiempo de paz, creo poder muy bien parangonarme con cualquier otro en materia de arquitectura, en proyectos de edificios, públicos o privados, y en la conducción de aguas de un lugar a otro. Ítem, ejecutaré esculturas en mármol, bronce y arcilla, y todo lo que pueda hacerse en pintura, sin temer la comparación con otro artista, sea quien fuere. Y, en fin, podrá emprenderse la ejecución en bronce de mi modelo de caballo que, así realizado, será gloria inmortal y honor eterno de la feliz memoria de vuestro Señor padre y de la casa de Sforza.

Y si alguna de las cosas antedichas parecieran imposibles e infactibles, me ofrezco de buena gana a experimentarlas en vuestro parque, o en el lugar que más agrade a Vuestra Excelencia, a quien humildemente me recomiendo.

Leonardo Da Vinci. Florentino.







A Hipólito, Cardenal de Este, en Ferrara.


Muy ilustre y reverendo Señor:

Hace pocos días que he llegado a Milán, y me encuentro con que un hermano mío se niega a ejecutar el testamento hecho por mi padre, tres años ha, poco antes de su muerte; y, aunque todo el derecho está de mi parte, no he querido faltar a mí mismo en cosa que considero importante, omitiendo pedir a Vuestra Reverenda Señoría una carta de recomendación y protección para el señor Rafael Girolami, que es uno de los altos y poderosos señores, ante quienes se ventila este asunto, y que está, además, especialmente encargado por Su Excelencia el Gonfalonero de ocuparse de dicha causa, la cual será decidida y terminada para la próxima fiesta de todos los Santos. Por eso es por lo que, Monseñor, ruego con todas mis fuerzas a Vuestra reverenda Señoría, quiera escribir una carta al mencionado señor Rafael con los giros hábiles y afectuosos que sabrá encontrar Vuestra Señoría, para recomendarle a Leonardo Vincio, apasionado servidor de Vuestra Señoría, como soy y pretendo ser siempre, a fin de que no sólo me haga justicia, sino que pronuncie una decisión en mi favor. Y no dudo que, de acuerdo con los numerosos informes que tengo, el señor Rafael -muy afecto a Vuestra Señoría- enderezará las cosas según mis votos, lo que yo atribuiré a la carta de Vuestra reverenda Señoría, a quien presento mi respeto.

Et bene valeas. Florencia, 18 de septiembre de 1507. 
Leonardo Vincius, pintor.





A Julián De Medici

Me he alegrado tanto, Ilustrísimo Señor mío, del restablecimiento tan deseado de vuestra salud, que me he sentido libre casi de mi propio mal. Siento de veras no haber podido satisfacer el pedido de Vuestra Excelencia, referente a aquel mentiroso alemán, por culpa de su maldad; a pesar de no haber omitido cosa alguna que, a mi juicio, le hubiera sido agradable. Lo invité a vivir en mi casa con el fin de observar continuamente su trabajo y de poder corregir sus errores. Quería además que aprendiera la lengua italiana y pudiera hacerse entender sin intérprete. Se le pagó siempre su salario por anticipado. Pretendió después tener los modelos en madera de los trabajos en hierro, y llevárselos a su país. A ello me negué, diciéndole que le daría en dibujo el ancho, largo y espesor, así como la forma de lo que tendría que hacer: esto fue causa de que al fin quedáramos en malos términos.

El segundo incidente consistió en que, habiéndose establecido con tienda aparte, provisto de banco e instrumentos, dormía en ella y trabajaba para otros; iba después a comer con los suizos de la guardia, gente holgazana, y que por eso se entendían bien con él. Y frecuentemente salían de a dos o tres, armados de escopetas, a cazar pájaros en los viejos monumentos, y no volvían hasta la noche.

Y cuando yo mandaba a Lorenzo para rogarle que trabajara, contestaba, enojado, que no quería obedecer a tantos patronos y que sólo tenía que ocuparse de los armarios de Vuestra Excelencia. Pasaron así dos meses, sin variación, hasta que, habiéndome encontrado con Gian Niccolo, de la guardarropa, le pregunté si el alemán había terminado los encargos del Magnífico; a lo que me contestó que sólo se le había dado a limpiar dos escopetas. Después, y tras otros pedidos de mi parte, abandonó su tienda y empezó a trabajar en su habitación, perdiendo bastante tiempo en fabricarse un nuevo torno, limas e instrumentos de tomillo, así como devanaderas para seda, las cuales escondía al llegar alguno de mi gente, pronunciando recriminaciones y juramentos: de modo que ninguno de mis criados se atrevía a entrar.

Al fin he descubierto que este maestro Juan de los Espejos había hecho todo esto por dos razones: primero, porque pensó que mi venida aquí lo ha privado de la relación y el favor de Vuestra Señoría; y segundo, porque dice que su nueva habitación le conviene para trabajar los espejos con mis criados, que ha convertido en enemigos míos y a quienes ha inducido a dejarle su taller donde fabrica, con otros obreros, muchos espejos que manda vender en las ferias.








Fragmento de una carta a su padre.

«Queridísimo padre: A fines del pasado mes recibí la carta que me escribisteis, la cual, casi al mismo tiempo me causó alegría y tristeza: alegría, porque me enteré de que estás sano, y por ello doy gracias a Dios; y tristeza, porque me trae la noticia del mal estado de tus negocios...»









Fragmento de una carta a uno de sus hermanos.

«Mi queridísimo hermano: Sólo para decirte que hace muy pocos días me llegó una carta tuya, por la que veo que has recibido una herencia, lo que te ha causado extraordinaria alegría. Y esto me demuestra cuán equivocado estaba al juzgarte hombre prudente, pues te regocijas de haberte procurado un encarnizado enemigo que pondrá todo su empeño en privarte de la libertad, y que sólo con tu muerte...»






Fragmento de una carta a su madrastra 
(Lucrezia Cortigiani, cuarta mujer de Ser Piero da Vinci), y a sus hermanas (Violante y Margarita).

«En el nombre de Dios, el día 5 de julio de 1507. Mi querida y amada madre, hermanas y cuñado:

Quiero haceros saber que, gracias a Dios, me encuentro sano. Espero que os pase lo mismo. Os recuerdo que dejé una espada en vuestra casa, y os diré lo que habéis de hacer con ella: llevadla a la Piazza delli Strozzi, en lo de Maso delle Viole, que me la guardará. (Esto me interesa mucho.) También os recomiendo mis vestidos. Os pido que, en mi nombre, tratéis con bondad a Deyanira (¿joven sobrina de Leonardo?), para que no piense que la he olvidado. Saludad por mí a Petro, mi cuñado, avisándole que permaneceré aquí hasta fines de septiembre; ...que me trasladaré luego rápidamente ahí y me ocuparé de su asunto en forma que le satisfaga.»




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