miércoles, 28 de diciembre de 2011

117.- Carta de DYLAN THOMAS a CAITLIN MacNAMARA






Carta de Dylan Thomas a Caitlin MacNamara


Linda, adorable, lejana Caitlin querida,

¿Estás mejor? Le pido a Dios que no estés triste en ese horrible hospital. Cuéntamelo todo, cuándo saldrás otra vez, dónde estarás en Navidades y que piensas en mí y me quieres. Y cuando estés de nuevo en el mundo seremos personas prácticas, andaremos por ahí, haremos cosas, nos comprometeremos con Aquella Gente, buscaremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices. Es esto -pensar en las pocas, sencillas cosas que queremos, y saber que las vamos a conseguir a pesar de que tú ya sabes Quién y de sus humores y rencores- lo que nos mantiene con vida, creo. Me mantiene con vida. No te quiero para un día (a pesar de que le vendería el alma al diablo para verte ahora mismo, mi cielo, aunque solo fuera un minuto, para besarte una vez, y ponerte una cara graciosa): un día es lo que dura la vida de un mosquito. Yo te quiero para toda la vida de un animal loco y grande como un elefante. No he salido en toda la semana; he tenido un resfriado horrible, con tos y ojos llorosos, demasiado cargado de flema y aspirinas para escribirle a una chica en el hospital, mi carta habría sido triste y desesperada, e incluso la tinta habría transmitido gripe y tristeza.

¿Tengo que entristecerte, cariño, cuando estás en cama tomando arroz hervido en Marlborough Ward? Tengo tantas ganas de mirarte otra vez. Ahora eres unas semanas más vieja, ¿tienes el pelo gris? ¿Te arreglaste el pelo y pareces una persona adulta de verdad y no esa chica hermosa y alocada como una auténtica hermana de Dios? No tienes que tener un aspecto demasiado adulto, porque si no vas a parecer mayor que yo, y tú nunca -yo no te dejaré- tienes que crecer y hacerte razonable, y yo nunca -no debes permitírmelo- creceré y me haré razonable; siempre seremos jóvenes sin juicio y estaremos juntos. Supongo que hay, a ojos de los Otros, una especie de dulce locura entre tú y yo; una especie de loco desconcierto y de asombro inconsciente entre los Antipáticos y los Tacaños. Eres la única persona, desde luego que lo eres, de aquí a Aldebarán, ida y vuelta, con la que soy enteramente libre, y creo que es porque eres tan inocente como yo. Oh, ya sé que no somos santos, ni vírgenes, ni lunáticos; nos sabemos todos los chistes de alcoba y de retrete, y conocemos a la mayor parte de los pervertidos, podemos tomar el autobús, contar el cambio, cruzar la calle y decir frases auténticas. Pero nuestra inocencia llega tremendamente más hondo, y nuestro vergonzoso secreto es que no sabemos nada en absoluto, y nuestro horrible secreto interior es que no nos importa. Acabo de leer un libro irlandés titulado Rory y Bran. Es un libro malo y encantador: el inocente Rory se enamora de la inocente Oriana y aunque los dos son poco serios y hablan del secreto del lenguaje de las colinas, y aunque Rory venera la Luna y Oriana se desliza por su jardín escuchando a las aves legendarias, no están tan locos como nosotros ni son tan inocentes. Te quiero más de lo que nunca seré capaz de decirte; me da miedo decírtelo. Siento tu corazón en todo momento. Los estribillos de canción siempre tienen razón: te quiero en cuerpo y alma; y supongo que «cuerpo» significa que quiero tocarte y estar contigo en la cama, y «alma» significa que puedo escucharte, verte y amarte en cada minúscula cosa de este mundo, dormido o despierto.

Dylan X


Quería que esta carta estuviera llena de noticias, pero no hay ninguna. Es una carta llena de lo que pienso sobre ti y sobre mí. Tú no estás vacía del todo ahora mismo, ¿verdad? ¿Tienes algo de amor para mandarme?




Tomado de: Breve tratado de la pasión, Alberto Manguel, Ed. Lumen. 2008



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