jueves, 3 de octubre de 2013

614.- Imaginación y sexo japonés en una exposición del British Museum



Imaginación y sexo japonés en una exposición del British Museum

Una mujer en un juego sexual con un pulpo o una pareja en pleno acto, alguna de las obras que se podrán ver en la muestra

PATRICIA TUBELLA Londres 

La estampa de una mujer en imaginativo juego sexual con los tentáculos de un pulpo, o la de una pareja en pleno acto que muestra sin tapujos sus genitales al artista, ilustran una forma de arte singular en la historia cultural y social de Japón. El arte del shunga, cultivado por los grandes maestros japoneses a lo largo de tres siglos (1600-1900), celebra el goce del sexo de una forma tan explícita que la exposición que le dedica el Museo Británico desde el jueves sólo permite el acceso a los menores de 16 años que vayan acompañados de un adulto.

La muestra despliega más de centenar y medio de grabados, pinturas e ilustraciones de libros conocidos también como “cuadros de primavera” (esa estación se utiliza a menudo como eufemismo para aludir al acto sexual), refinadas piezas de erotismo que en Europa coleccionaron figuras como Toulouse-Lautrec, Rodin o Picasso. Esos trabajos procedentes de los propios fondos de la pinacoteca londinense y de otros museos europeos y de Estados Unidos conforman, según los artífices de la exposición Sexo y Placer en el Arte Japonés, “un fenómeno único en la cultura del mundo premoderno por su cantidad, calidad y la naturaleza del arte que produjo”.

La mayoría de las obras fueron creadas por artistas de la escuela ukiyo-e (“mundo flotante”) para exhibir el placer sexual en todas sus formas, y a menudo lo entremezclan con el humor, como ya hacía la narrativa medieval japonesa. Los avances en los métodos de impresión en el siglo XVII promovieron el shunga entre las clase medias emergentes y, a pesar de las tremendas desigualdades de género, también entre una audiencia femenina. Porque los grabados expuestos en el British Museum se recrean en la sexualidad de todos sus protagonistas -hombres y mujeres son participantes activos-, como recoge entre otras la exquisita serie Poema de la Almohada, del gran maestro Kitagawa Utamaro.

Las versiones más lujosas tenían sus destinatarios en acaudalados mecenas de unas obras que, a diferencia de la Europa de aquel tiempo, no trazaban una barrera moral entre arte y “pornografía”. Las estrictas leyes del confucianismo regían la vida oficial (las penas contra el el adulterio, por ejemplo, eran muy severas), pero no se entrometían en el mucho más relajado ámbito privado. Las ilustraciones de shunga nacieron ajenas a cualquier censura, y su prohibición formal en 1722 tampoco tuvo un reflejo en la práctica: eran distribuidas por las redes nacionales de bibliotecas y prestamistas de libros, que no estaban reguladas. Eso no significa que Japón fuera un “paraíso del sexo”, pero en esa forma de arte se valoraba que defendiera unos valores generalmente positivos hacia el placer sexual.

El cambio de actitud oficial a finales del siglo XIX y la introducción de un código penal que prohibía la difusión de material “obsceno” a principios del XX acabaron erradicando al shunga de la memoria popular y académica. Precisamente cuando empezaba a ser descubierto por los artistas de Europa y EE.UU. Gracias al legado del médico y político George Witt, el Museo Británico atesoró una de las más importantes colecciones de fuera de Japón, que ahora se exhibe en Londres hasta el 5 de enero.

FOTOGALERÍA El British Museum y el sexo japonés















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